Estamos rodeados de objetos. Nos circundan física y
emocionalmente, pero lo más frecuente es que no reparemos con demasiada
frecuencia o intensidad en su textura, en tus perfiles, en su devenir. La vieja
joya oxidada de la abuela, aquel souvenir que nos trajeron de un viaje, una
prenda ajada de cuando éramos niños, el antiguo reloj de pulsera que ya no
funciona, un viejo bolígrafo que nos sirvió bien y que tartamudea su tinta penúltima.
En ocasiones, determinados escritores se han centrado en uno de esos objetos en
apariencia insignificantes y han extraído de ellos una propuesta muy sólida
desde el punto de vista narrativo o sentimental. Pero la ambición que la
catalana Care Santos despliega en Deseo
de chocolate va mucho más lejos, en todos los sentidos, porque persigue las
vicisitudes que experimenta un objeto durante tres siglos y nos va mostrando
las peripecias ramificadas de sus diferentes poseedores. Así, nos suministra
varias historias (muchas historias, en realidad) en una misma novela. El objeto
en el que fija su mirada es una chocolatera que se fabricó en Sèvres por
encargo de Adélaïde, hija del rey Luis XV, la cual adoraba tomarse esa bebida a
diario. Con el paso del tiempo, el insigne recipiente fue pasando de mano en
mano hasta llegar a la actualidad, que se encuentra en el hogar de Sara y Max,
que llevan casados diecisiete años... Durante esas tres centurias, la pieza de
porcelana ha sido testigo de una gran cantidad de sucesos y se ha visto
manejada u observada por personajes de lo más variopinto: la mujer que engañaba
a su marido con el mejor amigo de éste en la habitación 709 de un hotel; un
doctor octogenario que, después de casi dos décadas de vida bajo el mismo
techo, se anima a dar el paso de casarse con su sirvienta; el maestro
chocolatero que ejecuta todo el proceso de forma artesanal y que tiene a su
hijo estudiando en Suiza; una esposa inquieta, que se fuga de casa para irse
con un tenor (“Para conocer a los hombres no basta con acostarse con uno solo.
Yo quiero ser sabia en este terreno. Con un hombre solo no tengo ni para
empezar”, p.198); un muchacho que, en el último cuarto del siglo XVIII, es
enviado a Barcelona para hacerse con una máquina que está llamada a
revolucionar la historia de la repostería...
Con su maravillosa capacidad para
desarrollar argumentos y salpimentarlos con personajes inolvidables, Care
Santos consigue, una vez más, embrujarnos y llevarnos a donde ella quiere: la
butaca de la seducción. Allí nos invita a sentarnos; allí nos ofrece un café
caliente (en este caso, un chocolate); allí despliega ante nuestros ojos su
fabuloso arsenal de prodigios, como esos magos ambulantes que provocan
exoftalmia entre su público. Deseo de
chocolate es la historia de muchas fascinaciones, de muchas emociones, de
muchos seres. Y el zigzag cronológico que utiliza para contar todas esas vidas
es tan magnético como convincente, permitiéndose incluso alardes como el que
maneja en la secuencia 15, donde se pasa al formato teatral, para darle un
ritmo más brioso a las postrimerías de la novela. Care Santos hace lo que
quiere y en todo brilla. Es única. God Save the Queen.
1 comentario:
Care Santos me embrujó con esta novela, por completo, fue una mezcla de narración, trama, personajes, era como una conjunción de los astros -disculpa mi comparación- en una novela. La cuestión es que pocas veces se aunan todos estos ingredientes en una misma historia y la novela sale airosa.
Una gran escritora que se diferencia de las "grandes famosas" porque escribe -espero que no cambie- hoy por hoy, desde dentro, no para los de fuera.
Un besito.
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