Crepusculario es sustancialmente una obra de Neruda, pero aún no
lo es del todo accidentalmente. Uso esta terminología aristotélica para
significar que el espíritu del volumen ya nos muestra a un escritor potente, a
un zahorí de bellezas; pero que la forma en que traduce ese huracán íntimo es
todavía imperfecta. Neruda ha buceado poderosamente por el océano de los libros
y, al emerger, su piel está húmeda de influencias y salina de plagios. Pero
esta actitud no es en modo alguno vituperable, ni motivo de burla. Todo
escritor joven nace de una superposición de adherencias y busca con su ayuda su
propio sendero creativo.
Se percibe en casi todos los poemas de este
volumen, como si una niebla los impregnase, que aquel chico oscuro, tímido y
solitario no era feliz. ¿Simple prurito adolescente de significación?
¿Malditismo romántico llevado a su extremo? La martilleante insistencia del
escritor parece avalar la sinceridad de su pena: “Estoy triste, pero siempre
estoy triste” (Farewell); “Sé que la
vida es triste” (Los jugadores);
“Mordiendo solo todas mis tristezas” (Barrio
sin luz); “Mi cuerpo triste” (Aquí
estoy con mi pobre cuerpo); “Mi queja triste” (Tengo miedo); etc. Y las posteriores declaraciones autobiográficas
del vate chileno confirmarían una y otra vez la autenticidad de esa desolación.
Inquieto, febril, casi arrebatado, Neruda indaga en
múltiples direcciones: baraja moldes estróficos diferentes (cuartetos, sonetos,
romances); juega con una polimetría nerviosa (versos de 7, 8, 9, 11, 14, 16
sílabas); y hasta se permite ejercicios lujosos con la rima: bien decantándose
por consonancias extremas (crepúsculo-corpúsculo-músculo); bien recurriendo a
ironías semánticas (impolutas-putas). ¿Y a quién no seduce el precoz riesgo
estrepitoso de sus encabalgamientos, el luminoso poder evocador de sus símiles
(“Incontenible como un amanecer”), el lirismo desprejuiciado de sus metáforas,
la belleza de sus adjetivos desplazados (“La angustia inmóvil del acero”) o el
espesor de sus imágenes acumulativas (“Rodaban, ululando como tigres, los
trenes”)? Es como si nada le bastase. O, mejor, como si pretendiera caminar
todos los senderos para ver por cuál transita con más comodidad y con mejores
resultados.
Una voz, que aún estaba desperezándose, había
nacido.
1 comentario:
Pues mira, como suele pasar con todo lo impuesto, yo "mal leí" el libro hace muchos años y ni me gustó ni me llegó de ninguna manera, lamentablemente no lo he vuelto a leer...
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