miércoles, 5 de septiembre de 2012

Veinte años y un día




Una de las más complejas decisiones que debe abordar un novelista es la de elegir quién va a ser el narrador de su historia; y, acompasada con ella, la de planificar cómo será contado el argumento, a través de qué medios (y en qué forma) se presentará al lector: “Nunca conviene trastornar el orden enigmático de los relatos”, dice Jorge Semprún en la página 61 de este libro. Y esa sentencia luminosa le vale para organizar las múltiples ramas y raíces de este árbol novelesco, que se sitúa en Toledo en 1956 y en el que son muchos, y muy ricos desde el punto de vista psicológico, sus personajes: Mercedes Pombo (una atractiva viuda de talante liberal y turbios secretos), Lorenzo Avendaño (hijo de la anterior y relacionado con el mundo de la lucha antifranquista), Roberto Sabuesa (comisario de la Brigada Político-Social de irónico apellido, obsesionado con la captura del misterioso líder comunista Federico Sánchez), Michael Leidson (un hispanista norteamericano de ascendencia hebraica toledana) y otros, que irá descubriendo quien lea estas páginas impresionantes.
Como telón de fondo (o como vínculo y catarsis), Semprún sitúa en el pueblo de Quismondo una “especie de auto sacramental de recuerdo expiatorio” (p.238), cuya magia no vulneraré explicándolo, pero que sirve para que todos los personajes se congreguen en un espacio reducido y se mezclen allí las tinieblas del pasado, las virulencias del presente y las incógnitas alboreales del futuro. Flotando, como un dios juguetón y coqueto, que entra y sale de la historia, que nos la refiere en zigzag temporal (y también en círculos concéntricos, pues cada episodio ensancha y matiza el anterior) y que se permite la profecía de anunciar una continuación de la novela, ahondando en uno de sus protagonistas (p.246), está el hombre que leyó Absalón, Absalón, de William Faulkner, en alemán, en la biblioteca de Buchenwald (p.244); el hombre de los mil seudónimos clandestinos y famosos (valga la paradoja que el Destino le regaló): Jorge Semprún.
Si a este universo de imágenes, seres, palabras y sentimientos le añadimos el erotismo arrebatador de algunas de sus páginas, la sangre que empapa otras y la inclusión de ciertos detalles históricos chocantes (como la ficha policial de Fernando Sánchez Dragó, en la página 109), obtendremos una novela airosa, contundente y dibujada con pulso de viejo maestro.

1 comentario:

supersalvajuan dijo...

A Dragó te lo encuentras en los lugares más insospechados.