Lo he dicho alguna
otra vez y no le temo a la repetición, porque el orgullo legítimo es un
atributo del alma: antes de que el escritor Luis Leante obtuviese el
reconocimiento internacional con Mira si
yo te querré yo dejé publicado en uno de mis libros que el narrador
caravaqueño terminaría publicando en Alfaguara. Dense cuenta qué poco me
equivoqué; e imaginen la felicidad que me produce haber acertado con mi
predicción, habida cuenta de la amistad que siento por Luis Leante y de la admiración
que sus novelas me provocan.
La última
demostración de esa brillantez que atesora es la novela que, inspirándose en un
poema del chileno Nicanor Parra, lleva por título Cárceles imaginarias. En ella se nos habla de un atentado
anarquista que se produjo en la calle Canvis Nous de Barcelona en 1896, del que
jamás se llegó a conocer al autor. Por una serie de azares, que no conviene
desvelar para no disminuir el placer que los lectores sentirán descubriéndolos
por sí mismos, uno de los protagonistas de la narración, el historiador Matías
Farré, recibe unos documentos que le llevan a deducir que el autor de aquel
atentado sangriento y misterioso fue Ezequiel Deulofeu, hijo de un acomodado
editor de biblias de la Ciudad Condal. A partir de ese instante comienza una
prolija investigación sobre el mismo, que Luis Leante completa con secuencias
donde nos sitúa en los años finales del siglo XIX (una analepsis ambiciosa y
maravillosamente urdida), para que constatemos qué fue lo que ocurrió en
realidad con Ezequiel, y si fue o no el responsable de la matanza anarquista
que se le atribuye. La ambientación del mundo catalán decimonónico (costumbres
sociales, modos de hablar, ideologías, indumentarias, etc) es sin duda
magnífica; y contribuye poderosamente a dotar el texto de una atmósfera de verdad que lo vuelve casi fotográfico.
Amor, fatalidad,
odio, ternura y política se mezclan en esta narración como los licores en una
coctelera. Pero Luis Leante no se permite la equivocación o el nerviosismo de
proceder a la agitación de dicha coctelera, porque semejante brusquedad (él lo
sabe, como excelente novelista) hubiera adulterado la placidez de la lectura. Leante
deja que los ingredientes se acaricien entre sí, se hermanen, se repelan. Deja
que el tiempo los macere y confunda. Y permite que sea el lector quien,
acompañando embelesado a Matías en su viaje de investigación, reconstruya las
texturas y los colores originales de la historia (y de la Historia). El
escritor caravaqueño, destrísimo en el oficio de escribir, sabe que algunas de
las revelaciones que nos desea suministrar para que entendamos al completo esta
historia no pueden estar al alcance de Matías Farré, porque el tiempo es un
colador paradójico: sólo deja pasar los elementos grandes. De ahí que, para no quebrantar nunca los cauces de la
verosimilitud, nos sitúe en el presente o en el pasado según las necesidades narrativas
y psicológicas que cada situación comporte. Ezequiel Deulofeu fue —¿y quién no
lo es, verdaderamente?— un enigma, y no está en las manos de Matías desentrañar
los matices últimos de su vivir: lo intuirá o descubrirá en las páginas finales.
Con una habilidad
asombrosa para construir las dos historias en paralelo, sin que los lectores
pierdan interés por ninguna o lleguen a confundir sus líneas de trazado, Luis
Leante imprime a éstas una suavísima inclinación, tenue como un perfume, que
las va aproximando inexorablemente. Hasta el punto de que cuando los lectores vengan
a darse cuenta, descubrirán con ojos maravillados hasta dónde les conduce la sabia
mano novelesca del escritor. «No está el mañana —ni el ayer— escrito»,
sentenció el poeta andaluz Antonio Machado. Y es una certera verdad. Se
equivocará quien piense que el pasado es un fósil o una figura inamovible,
donde los caracteres y los colores ya no admiten variación y están clarísimos.
Luis Leante nos presenta a unos seres, del presente y del pasado, zaheridos por
la fatalidad, a los que la Historia (esta vez con mayúscula) sacude y maneja
como marionetas. Tal vez la tarea del novelista, y en consecuencia también la
del lector, sea en estos casos impartir un poco de justicia en medio de la
niebla, el dolor y la zozobra.
1 comentario:
Pues nada, si no está escrito el mañana, mejor que mejor.
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