Hay ocasiones en las que uno, que no es
lector demasiado frecuente de las obras dirigidas al público infantil, pacta
con su estantería de novedades un breve paréntesis y aborda la lectura de una
de ellas. Ocurre cuando la firma de la persona que ha escrito el libro le
merece unas garantías. Es lo que ocurre con El
verano que nos comimos la luna, de Marisa López Soria. Y, en efecto,
agradezco las horas que he dedicado a sumergirme en sus páginas, porque me han
dejado un regusto muy agradable... Estamos en el barrio de San Andrés, en
Murcia, donde el verano y las vacaciones han propiciado que la pandilla de
chavales de la zona (“La Total”) haya quedado reducida a “Los Restos”, un
segmento donde brillan el chino Gao Li, el Quintanilla (único de ellos que
dispone de ordenador con conexión a Internet), el Bolo, el narrador de la
historia y su hermana (a quien se menciona habitualmente como La Chiqui). ¿Y
qué se puede hacer durante el verano en Murcia, si apenas es posible salir a la
calle con el calor que cae del cielo? Una innovadora campaña municipal
posibilita que los usuarios disfruten de autobuses gratis durante los domingos,
así que los críos están aprovechando para conocer diversas partes de la región
y para hacerse amigos del conductor, Celso, un tipo sensato, amable y que no
tiene problemas en contestar a sus mil y una preguntas. Pero cuando realmente
se activan es al leer en la prensa la noticia que tiene como protagonista a un
perro, Chester, que ha sufrido los malos tratos y el abandono de sus dueños.
¡Cuánto les gustaría a ellos cuidar de tan simpático animalito! Ante sus ojos
se abren pronto dos posibilidades: una, apadrinarlo; la otra, acercarse hasta
la sociedad protectora de animales donde está siendo tratado, en Valencia.
Gracias a la jovial Amelia, tía del narrador y antigua novia de Celso, comienza
a tomar forma un posible viaje que les permita conocer al perro maltratado...
Marisa López Soria, con su habitual buen manejo de los resortes narrativos
infantiles, logra trasladarnos una historia fresca, jugosa, llena de
espontaneidad y humor, que gustará a los más pequeños de la casa. No se
equivocará quien lea o regale este libro.
2 comentarios:
Historias frescas, que nunca falten.
Aunque mis hijos son los más pequeños de su casa, creo que ya no entran dentro de la categoría los más pequeños de la casa. Lástima, porque fueron asiduos del Taller de la Cometa y tienen a Marisa por maestra. Que por cierto... ¡Marisa, cómo echamos de menos aquellas tardes de viernes! ¡Un abrazo!
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