Existe una estirpe de poetas por los que, he de confesarlo, siento una atracción especial: aquellos que escriben tenaces, incansables, laboriosos, cuidadosos, humildes y exquisitos, ajenos a las modas; aquellos que se inclinan sobre el papel día tras día y nos dejan su visión del mundo en forma de arañitas negras de tinta. Y me encanta cuando una editorial aguerrida reúne todos los libros de ese escritor en un volumen mastodóntico, en el que puede apreciarse de forma cronológica la evolución de su lírica. Ocurre que hoy tengo en las manos uno de esos tomos, magníficamente editado por el sello Funambulista, donde se ordenan todos los poemas que ha publicado Enrique Badosa desde 1956 hasta 2010. Y me apetece mucho hablar de él.
Escritor de reconocida trayectoria (ha recibido premios como el Ciudad de Barcelona o el Fastenrath de la Real Academia de la Lengua), conocedor exhaustivo de la poesía española del siglo XX (no en vano trabajó en la editorial Plaza & Janés, donde se empapó de la obra de sus contemporáneos), admirado por los críticos de más sólida envergadura (ha recibido comentarios elogiosos de Manuel Alvar, Díaz de Castro o Víctor García de la Concha) y estilista de una versatilidad asombrosa (se maneja con igual solvencia en los territorios del soneto, el verso en prosa o el epigrama), el catalán Enrique Badosa nos ofrece en este libro de casi 1200 páginas una panorámica espléndida de lo que ha sido su evolución literaria, amplia y llena de matices y aciertos. Tratar de resumir esas 1200 páginas (que contienen más de medio siglo de actividad poética) es rigurosamente imposible; e igual de imposible resulta ofrecer una síntesis de las líneas principales que Enrique Badosa frecuenta, por ser tantas y tan variadas.
Podríamos hablar, por ejemplo, del tenue aleteo de Dios, que perfuma muchísimos de sus poemas y evidencia la condición cristiana que late en todas sus composiciones; o podríamos acercarnos a sus reflexiones sobre el fenómeno del turismo, que le sirve como crítica contra quienes venden el país como si se tratara de una almoneda, edificando en zonas vírgenes, dejándose aplastar por el poderío de la moneda extranjera, habitualmente más pujante que la nuestra, y dejando que los paladares chocarreros que vienen del exterior entren en nuestras viñas «para aguarlas y cocacolizarlas» (como señala con tino y rabia en la página 200); o a la incomodidad que genera el tabaco en las personas que lo padecen de forma involuntaria (epigrama XL); o a la curiosa actitud sectaria que, según el catalán Enrique Badosa, adorna a quienes abominan de ciertas dictaduras, pero hacen la vista gorda con las más cercanas a su ideología (epigrama XLII); o a las diatribas que dirige a los poetas pedantes, que trufan sus producciones líricas con citas de otros, en varios idiomas (epigrama XLIV); o a los dardos que dedica a la garrulería deportiva de los tiempos en que vivimos, donde el fútbol se ha convertido en un espectáculo deportivo hipertrofiado (dice Enrique Badosa, con gracejo, que el nuevo himno patrio debería ser «Do, re, mi , fa, gol»); o a la actitud irónica que el poeta mantiene frente a corrientes líricas de emergente cuño, como la llamada Nueva sentimentalidad, a la que hace objeto de chanzas cazurras en varios momentos de la obra (por ejemplo, en la página 773). ¿Y cómo olvidarnos de las simpáticas pero implacables andanadas que dirige a los intelectuales de partido, empeñados en ver el mundo con sus gafas deformadas, y empeñados también en catequizar a los demás para que procedan del mismo modo (páginas 206-207)? ¿Y cómo no sonreír ante los pullazos que dedica a los cantapoetas, es decir, aquellos músicos que se afanan en poner música a las composiciones de los poetas famosos para presuntamente rendirles homenaje pero, en realidad, para lucrarse con ellos (páginas 330-331)? Podría multiplicar los ejemplos, pero apenas ofrecería una pálida semblanza de lo que este libro genial y completísimo contiene.
Escritor de reconocida trayectoria (ha recibido premios como el Ciudad de Barcelona o el Fastenrath de la Real Academia de la Lengua), conocedor exhaustivo de la poesía española del siglo XX (no en vano trabajó en la editorial Plaza & Janés, donde se empapó de la obra de sus contemporáneos), admirado por los críticos de más sólida envergadura (ha recibido comentarios elogiosos de Manuel Alvar, Díaz de Castro o Víctor García de la Concha) y estilista de una versatilidad asombrosa (se maneja con igual solvencia en los territorios del soneto, el verso en prosa o el epigrama), el catalán Enrique Badosa nos ofrece en este libro de casi 1200 páginas una panorámica espléndida de lo que ha sido su evolución literaria, amplia y llena de matices y aciertos. Tratar de resumir esas 1200 páginas (que contienen más de medio siglo de actividad poética) es rigurosamente imposible; e igual de imposible resulta ofrecer una síntesis de las líneas principales que Enrique Badosa frecuenta, por ser tantas y tan variadas.
Podríamos hablar, por ejemplo, del tenue aleteo de Dios, que perfuma muchísimos de sus poemas y evidencia la condición cristiana que late en todas sus composiciones; o podríamos acercarnos a sus reflexiones sobre el fenómeno del turismo, que le sirve como crítica contra quienes venden el país como si se tratara de una almoneda, edificando en zonas vírgenes, dejándose aplastar por el poderío de la moneda extranjera, habitualmente más pujante que la nuestra, y dejando que los paladares chocarreros que vienen del exterior entren en nuestras viñas «para aguarlas y cocacolizarlas» (como señala con tino y rabia en la página 200); o a la incomodidad que genera el tabaco en las personas que lo padecen de forma involuntaria (epigrama XL); o a la curiosa actitud sectaria que, según el catalán Enrique Badosa, adorna a quienes abominan de ciertas dictaduras, pero hacen la vista gorda con las más cercanas a su ideología (epigrama XLII); o a las diatribas que dirige a los poetas pedantes, que trufan sus producciones líricas con citas de otros, en varios idiomas (epigrama XLIV); o a los dardos que dedica a la garrulería deportiva de los tiempos en que vivimos, donde el fútbol se ha convertido en un espectáculo deportivo hipertrofiado (dice Enrique Badosa, con gracejo, que el nuevo himno patrio debería ser «Do, re, mi , fa, gol»); o a la actitud irónica que el poeta mantiene frente a corrientes líricas de emergente cuño, como la llamada Nueva sentimentalidad, a la que hace objeto de chanzas cazurras en varios momentos de la obra (por ejemplo, en la página 773). ¿Y cómo olvidarnos de las simpáticas pero implacables andanadas que dirige a los intelectuales de partido, empeñados en ver el mundo con sus gafas deformadas, y empeñados también en catequizar a los demás para que procedan del mismo modo (páginas 206-207)? ¿Y cómo no sonreír ante los pullazos que dedica a los cantapoetas, es decir, aquellos músicos que se afanan en poner música a las composiciones de los poetas famosos para presuntamente rendirles homenaje pero, en realidad, para lucrarse con ellos (páginas 330-331)? Podría multiplicar los ejemplos, pero apenas ofrecería una pálida semblanza de lo que este libro genial y completísimo contiene.
Un inteligente y esclarecedor texto de Joaquín Marco clausura esta edición monumental, que no debería estar ausente de ninguna biblioteca pública española, y que tampoco desentonaría en muchas particulares. Humor, sabiduría y música se anudan maravillosamente en los versos de Enrique Badosa. Muy recomendable.
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