martes, 25 de octubre de 2011

El mejor de los mundos




En 2001 apareció en Barcelona un libro anómalo, disparatado y brillante que llevaba por título El millor del mons; y ahora el sello Anagrama nos propone que leamos la obra en su colección de Compactos. Y la idea no puede ser más espléndida, porque los libros de Quim Monzó hace mucho que se incorporaron a la primera línea de la narrativa española: por su capacidad de fabulación, por su lenguaje, por su alta dosis de ironía, por la forma en que mira (y cuenta) el mundo en el que habitamos.
Los trece cuentos y la novela corta que conforman este volumen consiguen mantenernos tensos, intrigados, sorprendidos, sonrientes, perplejos, incómodos o compungidos. Pero en ningún caso provocan indiferencia. Nadie lee un cuento de Quim Monzó y se queda igual. No hay modo de conseguirlo. Nos explica la historia de un muchacho que se muere en mitad de una comida familiar y al que todos se empeñan en seguir viendo vivo, durante años ("Mi hermano"); o nos lleva hasta sus últimas consecuencias las reflexiones de un niño al que un compañero de clase llama 'Hijo de puta', y que deduce que su madre es, en efecto, una profesión del sexo ("Mamá"); o se burla con desparpajo de un célebre cuento infantil, para desmitificar su candor estúpido ("La cerillera"); o, en fin, nos presenta argumentos tan disparatados como los de "El accidente" (un grupo de ciudadanos airados que apalea con salvajismo a un conductor porque ha cometido una imprudencia al volante) o "Ante el rey de Suecia" (un escritor que se obsesiona con el premio Nobel y que lo acabará obteniendo).
En medio de un magnífico volumen, cuajado de aciertos expresivos y de piruetas psicológicas memorables, dos perlas me han seducido especialmente: "Fregando platos" (un frenético y más bien delirante cuento donde la pareja formada por Mingo y Rosa padecen o imaginan el asedio gorrón del ineducado Xavier) y "Dos ramos de rosas" (que no se sale de la cotidianidad de un matrimonio estándar, pero que la vulnera de forma constante, con una ironía demoledora).
Se ha dicho que Quim Monzó (y lo repite la contraportada de este tomo) es "el indiscutible primer escritor de su generación, en lengua catalana". Tal vez sea cierto. De lo que no cabe dudar, en todo caso, es del hecho de que cada uno de sus relatos breves es un malabarismo, un reto y una demostración de eficacia. Todo le vale (por absurdo o anodino que parezca) a la hora de moldear una historia: las vacilaciones de un aduanero bisoño, el feto que un hombre lleva en una bolsa de El Corte Inglés, la crueldad de un niño despechado, la escasa pericia de un escultor... A Quim Monzó le basta con arañar un poco en la normalidad para obtener petróleo narrativo.

1 comentario:

Leandro dijo...

Magnífico, soberbio, un auténtico fuera de serie, sí señor. Iba a decir que no hay palabras, pero qué va... hay muchas y muy bien utilizadas.