El escritor auténtico (si el sintagma no es tautológico) se pelea siempre con el ángel, lo desafía, le lanza zarpazos, lo golpea, le exige que le entregue los secretos que trae de lo alto. La mayor parte de los "escribidores" (y aquí entramos en una categoría estética —y ética— inferior) se rinden pronto: en cuanto no les dan un premio, no les publican en la editora de su ciudad o los postergan en cualquier acto medianamente provinciano. Están hechos de arcilla. Pero los escritores de verdad, los que tienen el alma de acero y el corazón burbujeante de palabras hermosas, desgarradas y fértiles, prosiguen el combate con fe en sí mismos, con energía inagotable, hasta que la figura angélica se rinde y les entrega la antorcha.
Miguel Sánchez Robles pertenece a la estirpe de los combatientes llenos de fe, a la estirpe de los desgarrados, que se sacan las obras del alma y las van dejando en los papeles para que los demás podamos verlas y maravillarnos con su lección. Tras conseguir el VI Premio de Novela Corta de la Diputación de Córdoba, la editorial Algaida le editó Donde empieza la nada, un ejercicio de anatomía y de espeleología en el que un vendedor de libros que se ha quedado viudo y que está aquejado por una "especie de estrabismo existencial" (p.18) recorre los senderos interiores que lo llevan a la angustia, al vacío, a la constatación de que vivimos en un mundo que es trampantojo y celada; un mundo en el que somos "un nadie para siempre" (p.86) y donde todo "adviene como una hemorragia" (p.274). Lentamente, con fruición de profeta y con calma de taxidermista, Cosme López (el narrador) nos va contando sus vísceras, sus egagrópilas de hombre desengañado y dolido, sus observaciones purulentas y viscosas, llenas de lucidez ("Soy un hombre al que no se le puede engañar porque ya ha descubierto qué es la vida", p.67).
Nos hallamos ante un libro peligroso, sin duda. (¿Qué gran libro no lo es?) Ante un libro que retoma algunos de los cauces ya explorados en la anterior novela de Miguel Sánchez Robles, La tristeza del barro, y que se construye sobre una potente voz narrativa, hecha de estertores, poesía, úlceras y descubrimientos. Y todo ello servido con una prosa coloidal, escalofriante y magnética, donde acechan brillos, pero donde también nos salpican los horrores derivados de quien entiende la verdad y nos la cuenta ("Nadie quiere saber, ni que le digan, que no somos otra cosa que la ausencia de quien siempre quiso irse buscando un resplandor que no está aquí, nadie quiere saber que la vida se pierde y no llega a cumplirse, nadie quiere saber la verdad verdadera que todos rehuimos", p.171).
Cómo no estremecerse con este libro. Cómo no reconocer la maestría (casi siempre espeluznante) de Miguel Sánchez Robles. Esta novela es un espejo negro, en el que horroriza (pero donde es necesario) mirarse.
2 comentarios:
Viva el horror.
Para mí este autor es sencillamente excepcional, con sus excesos y con sus muchas virtudes literarias. Pero sucede que la gran Literatura sigue siendo inadvertida a los ojos de cierta crítica y de algunas editoriales que solo buscan vender, vender humo.
Un saludo y gracias por ofrecernos este magnífico blog.
Julián Montesinos
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