La utilización de la chistera o el baúl
como espacios mágicos de los que todo puede brotar es antigua. Y Miguel Ángel
Zapata, que lo sabe, retorna al viejo procedimiento para entregarnos en Baúl de prodigios su magnífica
pirotecnia de relatos breves, apuntes y sorpresas, donde pone de manifiesto su
gran soltura a la hora de escribir. Las diversas secciones que componen este
volumen, tituladas con elegancia y con misterio (“Manual de seres impares”,
“Dialéctica de lo inerte”, “Frutos celestes”, “Necrología” y “Sueños de un loco
dormido dentro de un baúl”), están cargadas de excelentes demostraciones de
cómo se pueden conseguir unos resultados francamente meritorios con los escasos
mimbres de la microficción. A veces, lo conseguirá con inyecciones de humor negro
(“Los servicios de emergencia llegaron finalmente. Pero todo fue en vano.
Demasiado tarde: el cadáver presentaba signos de una notable mejoría”, p.69); a
veces, con la elaboración de textos que bordean la piel de la greguería (“Al
abrir la puta sus piernas, mil orgasmos fingidos escaparon de su vulva”,
p.114); y otras, en fin, con la habilidad de quien construye sus relatos gota a
gota, pensando en cada sustantivo y en cada adjetivo como diamantes verbales,
que ocupan un sitio calculado al milímetro en la topografía del cuento. Otro de
los méritos indudables de Miguel Ángel Zapata es la burbujeante fantasía que
introduce en sus páginas, y que incluye pingüinos que tocan el piano en la Antártida (“Fracaso de
los héroes”); siameses unidos por la nuca, que monologan, se identifican y se
quejan delirantemente (“Dos”); criaturas extraterrestres que se ven abocadas a
partos nauseabundos, por culpa de la notable liviandad con la que se
comportaron en su despedida de soltera (“Romper aguas”); hombres a los que les
brotan arañas de las manos (“Intrusión”); confesiones digestivas de un
devorador de libros (“Bibliofagia, o breve exaltación de la gula como arte
bellísimo y vacuo”); variantes perversas de cuentos clásicos como el de
Caperucita (“De la inocencia y otros pecados”); enumeración de las
posibilidades amorosamente tétricas de un sueño prolongado (“Morfeo”); o, en
fin, el horror amputatorio que se puede derivar de una obsesión erótica
(“Mírame”). Ninguno de estos argumentos se sostendría en pie si lo cogiera un
escritor mediocre, porque lo malbarataría. Pero no ocurre así con Miguel Ángel
Zapata, que es un malabarista y un ingeniero y un mago. Por momentos, recuerda
a Julio Cortázar; por momentos, a Quim Monzó; por momentos, a Ángel Olgoso.
¿Hacen falta más explicaciones para decir que este libro de relatos, que
pertenece a una colección coordinada por Miguel A. Cáliz, es un auténtico
placer para los amantes del género?
1 comentario:
Zapata es magnífico. He leído su último libro, Revelaciones y magias, y construye microrrelatos absolutamente arrebatadores. Gracias por la recomendación de ese Baúl.
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