lunes, 3 de junio de 2019

Cartas a Felice




Hecho 1: estas Cartas a Felice, del checo Franz Kafka, están traducidas por Pablo Sorozábal, ocupan más de ochocientas páginas y han sido editadas por el sello Nórdica en un sólido volumen encuadernado con tapa dura.
Hecho 2: resulta imposible elaborar un resumen o reseña de todas las emociones, positivas y negativas, tentaculares o concentradas, risibles o dramáticas, que en el volumen laten. Es tarea condenada al fracaso.
En síntesis (y debo advertir que la síntesis es inevitablemente pobre, porque se edifica sobre la poda de matices), Franz se preocupa al principio de atraer a Felice y, después, cuando ella acepta la relación y todo parece que se encamina hacia el matrimonio, da la sensación de tragar saliva y comienza a poner inconvenientes: se dibuja a sí mismo con tintas negativas, enumera sus defectos, la atosiga con preguntas y exigencias de cartas, le recuerda su salud precaria y sus numerosos ángulos temibles, le expone lo reducido de su sueldo… Pero cuando aprecia que Felice se distancia o se enfría vuelve al acoso, recordándole que es indispensable para él, que su vida carece de sentido sin ella y que deben verse. Y cuando ella se pliega a ese encuentro, a Franz vuelve a dominarlo el pánico y repite el ciclo. Al final, tras dos compromisos matrimoniales fijados y después cancelados por el inestable Franz, sus caminos se separaron para siempre.
Lo ilustraré con citas de la obra, en lo que podríamos definir como resumen-viaje por las emociones del libro.
Comienza previniendo a Felice Bauer, con el disfraz del humor, contra sí mismo (“¡Qué humores me dominan, señorita! Una lluvia de neurastenias cae ininterrumpidamente sobre mí”, 15). Y de inmediato alude a su destino literario, el único que parece preocuparle (“Mi vida, en el fondo, consiste y ha consistido siempre en intentos de escribir, en su mayoría fracasados”, 36). Después descarga su primer mazazo (“Yo no tendré nunca un hijo”, 54), aunque más tarde intente conmoverla con una súplica tímida (“Necesito más afecto del que merezco”, 56), que vuelve a girar hacia la prevención (“Estoy justo lo suficientemente sano para mí, pero no para el matrimonio, y menos aún para tener hijos”, 61).
Cuando Felice ya ha dado muestras bastantes de mostrarse comprensiva con él y ha tolerado más de una rareza y más de un exabrupto, Franz recurre a una imagen tan nítida como infranqueable (“Tengo la sensación de estar ante una puerta cerrada, detrás de la cual vives tú, y que jamás se abrirá”, 318); y trata de frenar las ilusiones de convivencia de la muchacha (“A mi lado no podrías vivir ni dos días seguidos”, 323-324). Franz no desdeña ni siquiera las hipérboles más risibles o disparatadas para mitificarse negativamente (“Con el despliegue de energías que necesito para mantenerme con vida y no perder el juicio hubiese podido construir las pirámides”, 362). Obsesionado con la voluntad de desanimar a Felice le explica que si se casaran él se encerraría a escribir en su cuarto y no querría trato con familiares o amigos; que apenas aceptaría hablar con ella más que unos minutos al día, si se encontrara de humor por el buen resultado de su escritura; y que, por ejemplo, no estaría dispuesto a admitir más dieta doméstica que la vegetariana (que ambos deberían respetar a rajatabla). Y concluye: “Ojalá poseas el don de no decepcionarte” (444). Este retrato íntimo llega a extremos patológicos cuando Franz le indica a Felice: “Estoy tirado en el suelo a tus pies y te suplico que me eches a patadas” (467). No obstante, se quejará amargamente cuando ella, intimidada por tantas rarezas, inconvenientes y prevenciones, decida distanciarse de él. Entonces se sentirá triste, abandonado, incomprendido y golpeado por un infortunio que no se merece y que lo conduce de nuevo a la queja hiperbólica (“Mi infelicidad es más grande que todas las montañas”, 686).
Ese tobogán de emociones explosivas se repite una y otra vez, quizá porque, como le escribió Max Brod a Franz, “tú eres dichoso en tu desdicha”.
Si has leído alguna obra de Kafka (o más de una) y has quedado prendado de la personalidad del escritor checo, aquí encontrarás un material riquísimo para formarte una imagen más completa sobre él.
Imprescindible.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

La única manera de leer a Kafka es recordar el peor momento de tu vida, si tienes varios elige el que más te hunda en la miseria; regodéate en él, revuélcate en la lectura y entonces tendrás una experiencia Kafkiana, sea cual sea el resultado, la habrás vivido 🤪😅

Besitos 💋💋💋