jueves, 28 de mayo de 2015

Vagamundo



Por un azar no buscado (hay azares buscados, como todo el mundo sabe), cayó en mis manos, justo una semana antes de que muriera el autor, el volumen de cuentos Vagamundo, del uruguayo Eduardo Galeano. Y tras leérmelo constato que hay en él algunas historias que me pillan lejos ambiental y temáticamente, pero que son muchas más las que tildaría de emocionantes y bien contadas. “Secreto a la caída de la tarde”, con la que se abre el tomo, por ejemplo, es uno de los relatos más tristes y más tiernos que he leído en mi vida: la historia de un niño cuyo hermano mayor, fallecido por el atropello de un camión, sigue recibiendo su visita de manera frecuente. La imagen del hermano es épica (se acerca montado en un caballo), pero a la vez íntima (le aconseja que se vaya del pueblo y que busque su destino y su futuro en otro lugar). Como es lógico, los adultos no creen en estas apariciones y etiquetan al niño de fantasioso y de mendaz. Pero no menos belleza puede encontrarse en otras narraciones, como en “El pequeño rey zaparrastroso” (un mendigo que mueve las manos en el aire, ensimismado, como si tocara la guitarra y que recibe de sus vecinos un regalo), en “Hombre que bebe solo” (el aislamiento de un borracho lacónico que se refugia en un bar cuyas ventanas son golpeadas por la lluvia), en “Noel” (una madre pobre que porta a su niño en brazos y que tiene que sufrir el desgarro de que la criatura muera sin poder hacer nada para salvarla), en “Tourist Guide” (un anciano de 97 años que recuerda cómo era su mundo y cómo es ahora, después del descubrimiento de petróleo y la llegada de las compañías extractoras)…
Pero los cuentos que más han logrado conmoverme son aquellos en los que Eduardo Galeano nos coloca frente a personas encarceladas, torturadas, heridas o maltrechas. Seres a quienes la Historia o la Pobreza han avasallado a su gusto, sin posibilidad de rebelión. Seres que se despiden con tristeza de sus amadas con una historia para que los recuerde (“Te cuento un cuento de Babalú”). Seres que lucharon contra una dictadura y que portan plomo en las entrañas (Una bala caliente”). Seres cuya piel se utiliza para apagar cigarrillos y cuyos genitales se encuentran conectados a un cable eléctrico (“La pasión”). Seres que se consumen en la cárcel, mientras su hijo les pregunta inútilmente cuándo podrán volver a estar juntos (“El deseo y el mundo”). Reconozco que con “El monstruo amigo mío” se me llenaron los ojos de lágrimas.

Un libro terrible, durísimo y necesario, con el que Galeano coloca ante los ojos de los lectores una realidad tan amarga como real.

No hay comentarios: