Afirma una canción popular, con sintaxis harto
discutible, que veinte años no es nada. Pero no es cierto. Veinte años son
muchos, para lo bueno y para lo malo: para el amor, para el odio, para el
trabajo, para la tristeza, para el esfuerzo. Y veinte años son los que lleva
Pascual García (Moratalla, 1962) publicando obras “en papel”, como dicen los
neotontos. Hablo del año 1995, en una de cuyas tardes aquel muchacho que era
amigo mío desde finales de 1990 se presentó ante mí con un libro de cuentos en
la mano. Se titulaba El intruso y
me lo tendió como quien entrega un trozo especial de su alma: ilusionado,
tímido, feliz. Desde entonces, raro ha sido el año en que Pascual no ha
publicado un poemario, una novela, un ensayo, una recopilación de artículos, un
volumen de relatos. Algunos privilegiados los tenemos todos, con dedicatoria,
leídos y subrayados, con las huellas dactilares del autor. Y en 2014 ha nacido El arte, las palabras y las horas, que
hoy ocupa esta página.
En este volumen se recopilan un buen número de
escritos culturales que, diseminados en el espacio y en el tiempo, adquieren
aquí el gozo de la reunión. Con su prosa excelente y su finísima inteligencia,
Pascual García nos ofrece la oportunidad de que lo acompañemos en un viaje
proteico, lleno de pinturas, palabras e imágenes del ayer: nos sentaremos en el
estudio del pintor Pedro Serna, para escuchar la sencillez cercana de sus
explicaciones; visitaremos las calles estrechas de Blanca, para que Pedro Cano nos
muestre sus ideas y sus colores; escucharemos durante tres horas torrenciales a
Francisco Cánovas; nos aproximaremos a la sensibilidad humilde y honda de
Francisca Fe Montoya; bucearemos en la poesía de Eloy Sánchez Rosillo y en la
prosa de Pedro García Montalvo, Salvador García Aguilar o Miguel Espinosa; o,
en fin, nos deleitaremos con el análisis de un emocionante poema de José Selgas
y Carrasco.
Pero quizá la parte más suculenta del tomo sea la
que aparece rotulada con el marbete de “Las horas”, porque en ella descubrimos
al Pascual García más personal, menos académico, que nos habla de su paso por
la universidad de Murcia (y sus impresiones sobre algunos de los docentes que
allí encontró), de sus lecturas sobre la institución matrimonial a lo largo de
la historia de la literatura (un gracioso escrito que se titula “Vilipendio y
refutación del matrimonio en algunos textos literarios” y que se encuentra
entre las páginas 271 y 307) o de sus invectivas contra la estación primaveral.
En suma, las diferentes caras y aristas que,
combinándose al modo libérrimo de los caleidoscopios, forman el rostro y el
alma de ese escritor dúctil, brillante y magnético al que conocemos como
Pascual García.
Copiaré unas palabras suyas del prólogo: “No
existen apenas razones para escribir un libro, por mucho que nos empeñemos,
pero no conozco ninguna, salvo la vanidad, para publicarlo” (p.16). A mí,
francamente, sí que se me ocurre una, y se me figura que es poderosa: el afán
de comunicarte con otras personas mediante el uso de los vocablos y la
literatura. Yo disfruto y aprendo con cada libro que publica Pascual, al que
nadie supera como escritor en Murcia. Y me honra seguir mereciendo de sus
labios el calificativo de “hermano”.
1 comentario:
Totalmente deacuerdo.
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