El modo en que conocí a Fernando Clemot
es tan azaroso como podría serlo acertar el número ganador de la lotería o
conocer en los pasillos de un supermercado a la persona que habrá de cambiarnos
la vida. No hacía mucho que había estado unos días en Portugal y, a mi vuelta,
vi en una librería de Murcia un volumen de cuentos que se titulaba Estancos del Chiado. Al acabar de
leerlo, lo reseñé con el gozo que nos embarga siempre a los buscadores de
perlas cuando hallamos una magnífica. Poco después (otra vez el azar jugando a
sus anchas) le fue concedido en Molina de Segura el premio Setenil por esta
obra y pude conocerlo personalmente. Al tímido que en el fondo soy aún le
asombra recordar el abrazo de oso que Fernando me regaló por aquella reseña que
tan a gusto escribí. Tras esa experiencia lectora, fueron las novelas El golfo de los poetas (2009) y El libro de las maravillas (2011) las
que se incorporaron a mis ojos y a mi biblioteca, permitiéndome comprobar que
casi nunca existen los aciertos literarios fortuitos: Fernando Clemot era —es—
un autor sólido, personalísimo y durable.
Ahora tenemos la ocasión de refrendar
el juicio con Safaris inolvidables,
que le publica el notable sello palentino Menoscuarto, una colección de
historias cortas donde el escritor barcelonés exhibe nuevamente sus asombrosas
virtudes no sólo como narrador (eso siempre), sino también como dibujante y
como psicólogo: marineros que han perdido trozos de ilusión y que se desmenuzan
en hogares infectos y solitarios; peripecias alucinadas de un fascista italiano
que construyó su propia locura, entre la aeronáutica y el mausoleo;
interrogatorios policiales en los que la persona que los padece rememora, entre
el humo, los rostros de personas y acciones de su pasado; una autopista de
amplias dimensiones, usada como trazado de velocidad durante el nazismo; la
costumbre, hermosa y perdida, de colocar flores entre las páginas de los
libros... Y por encima de todas las tramas menores, un hombre que explora desde
la pantalla de su ordenador, a vista de pájaro, un buen número de ciudades,
ríos, valles e islas. ¿Incongruencia? En modo alguno. Todo tiene su sentido en
este singular ajuste de relojería, en el que una serie de personajes (la infiel
Doce, que traiciona a su pareja con un advenedizo que la lleva a hoteles de
lujo; el capitán Jensen, que atraviesa el aciago camino que conduce desde la
felicidad hasta el oprobio; las figuras literarias de D’Annunzio, el conde de
Lautreámont, James Joyce, Genet o Leopardi, que se van cruzando como hilos
invisibles de la historia) componen una red viva de conexiones y sinapsis, que
el lector irá desentrañando con creciente sorpresa.
Explicaba Julián Marías en uno de sus
libros que hay obras que son sólo para lectores; y no era, desde luego, una
boutade. Son volúmenes que exigen una atención suplementaria, un plus de
concentración, y no el aleteo acelerado con el que a veces nos sumergimos en
los libros que caen en nuestras manos. Estos Safaris inolvidables pertenecen a ese grupo. Pero —y aquí el pero es crucial— la recompensa que se
obtiene con el esfuerzo lector alcanza cotas elevadísimas: se sale enriquecido
de esta aventura. En tiempos de hamburguesas, la narrativa de Fernando Clemot
es un auténtico marrón glacé.
2 comentarios:
Estoy de acuerdo contigo, Rubén. La literatura de Fernando es solomillo de primera, por la calidad, lo proteico y lo sabroso. Pura cartografía de lo humano. Me gustó mucho su "Estancos del Chiado", me ha maravillado esta última obra.
Una advertencia para lectores de este libro: lleven cámara de fotos y un rifle; al fin y al cabo, es un safari, y será inolvidable, seguro.
Magnífica reseña, como siempre. Un abrazo.
Querido Miguel Ángel: Que un escritor de tu valía lea mis reseñas es un auténtico honor, puedes creerme. Un abrazo desde Molina de Segura.
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