Soy, para repetir el sintagma que Emir
Rodríguez Monegal le dedicó al chileno Pablo Neruda, un viajero inmóvil. O para
expresarlo sin exageración: que desplazarme en coche desde Murcia hasta
Cartagena me supone un esfuerzo marcopólico. Pero, curiosamente, sí que me
gustan los libros de viajes. Y si están escritos con brillantez y con
elegancia, mejor que mejor. Por eso me he abalanzado a toda velocidad sobre
esta Travesía americana de Manuel
Moyano, que resume en poco más de cien páginas los doce mil kilómetros de
carretera que el escritor recorrió con su familia durante el verano de 2010,
desde San Francisco hasta Nueva York. La edición del texto, muy cuidada,
incorpora dibujos y fotografías del propio Manuel Moyano.
En este volumen caben, y creo que es
una de sus virtudes capitales, lo grandioso y lo menudo, lo célebre y lo
desconocido, lo anodino y lo peculiar: taxistas que reclaman con tono
impaciente o pertinaz su propina; visitas a castillos de auténtico ensueño,
como el que levantó el multimillonario William Randolph Hearst; desiertos
inacabables golpeados por el sol; el deslumbramiento musical, erótico y
consumista de Las Vegas; la imposibilidad de exhibir por la calle una simple
lata de cerveza («Tanto puritanismo con la bebida ya me estaba empezando a
fastidiar», p.47); el hospedaje en lugares tan anecdóticos como el hotel Irma,
fundado por Buffalo Bill; la lipotimia que sufrió su hija Marta en el parque de
atracciones de Universal Studios (p.26); la visita a los celebérrimos puentes
de Madison, en uno de los cuales inscribieron sus nombres con la ayuda de una
navaja (p.69); o las visitas a las casas natales de escritores como Bukowski
(p.24); Ernest Hemingway (p.75), Lovecraft (p.96) o Mark Twain (p.98).
Subidos en un Chevrolet modelo HHR de
color plateado y con matrícula de Alabama, los cuatro protagonistas de la
aventura cruzan los Estados Unidos de América de oeste a este, visitando todo
tipo de ciudades y paisajes, conociendo comunidades amish, comprando recuerdos
(ese sombrero de cowboy que Manuel Moyano adquiere en Sheridan y que lleva
puesto durante cuatro días, p.58), conociendo a personajes singulares o cenando
vestidos de gala en Manhattan, en recuerdo de su viaje de novios (p.116). En un
momento ya avanzado de esta crónica (p.73), el autor incorpora a su texto una
nota de inquietud: «Tenía la sensación de que en aquel viaje no estaba
ocurriendo nada excepcional». Y me acordé al instante de aquel experimento
protagonizado por los Beatles y que se llamaba Magical Mistery Tour: subirse con amigos a un autobús, viajar por
el país y filmar todo lo que fuera pasando. «Lo malo —apostillaba Paul
McCartney— es que no pasó nada». Con el libro de Manuel Moyano les garantizo
que no ocurre así, porque este escritor haría interesante casi cualquier tema;
cuánto más un viaje por uno de los países más variados y fascinantes del mundo.
Alejada de la sociología de urgencia,
de la psicología superficial, de la política repentizada, del análisis cultural
provinciano y de otras lacras que enfangan muchos volúmenes de este tipo, Travesía americana es una obra de viajar,
ver y apuntar (como le gustaban a Camilo José Cela), que lleva el sello
inequívoco de Manuel Moyano: elegante ritmo, construcción impecable, un
finísimo sentido del humor y una absorbente calidad literaria. Un tomo sin duda
delicioso.
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