Pocas veces un libro de poemas habrá sido, tanto como éste, una Poética. Es decir, un calidoscopio y una radiografía, una escritura notarial y una vivisección. Música para ascensores, de José Daniel Espejo (XXI Premio internacional de poesía Antonio Oliver Belmás) es una apasionante excursión íntima en la que el autor, situado "en el centro de la taiga" (p.11), nos deja constancia de un viaje alucinado.
En ese viaje encontraremos autobuses, botellas de Passport, árboles, fotografías, teléfonos y libros; pero, sobre todo, descubriremos territorios y símbolos de agua, en los que "el poeta Espejo, el eterno aspirante" (p.10) se zambullirá para entregarnos sus metáforas amnióticas: nos dirá que se siente "rodeado de océanos de tiempo, los mares de la noche" (p.11); que es un buceador que, enfundado en neopreno, deambula por la profundidad de las aguas, entre medusas y restos de naufragios (p.16); que se pone a la tarea de escribir porque desea "entrar en el Poema, como en la última lancha de salvamento" (p.37) o "como en una caverna submarina" (p.38); y que, al final, ha descubierto que surca la existencia rodeado de tiburones (p.64).
Advirtamos que esa voluntad de inmersión es un retorno a los orígenes, al silencio esencial, al núcleo del que brotamos y desde el que nos expandimos. Por tanto, se nos propone un viaje hacia atrás y también hacia adentro (cuya más exacta formulación podría hallarse en los versos que cierran el volumen: "Poética del tubo", p.65), donde abundan los arañazos, las perplejidades y los azares. El poeta no es el ser que redacta un texto "y ya ha cumplido por hoy" (p.35), sino un profesional de la auto-minería, un zapador adiestrado que se deja las uñas escarbando para encontrarse. Y en esa búsqueda José Daniel Espejo extraerá unas piezas tan memorables como el poema 33, donde otorga voz a los discrepantes, que osan enfrentarse contra la maquinaria del Sistema; o como "Miguelito Battles The Pink Robots", una eléctrica sacudida emocional donde nos habla de su hijo y sus problemas prenatales (tal vez la más hermosa oración laica que he leído nunca).
Hay una frase que aparece en la correspondencia de Gustave Flaubert: "Viajo por mi interior como por un país desconocido". Me da la impresión de que José Daniel Espejo y esta Música para ascensores se deslizan por túneles idénticos; túneles que recorren el corazón, la mente y el pasado y que entregan, a veces, una pepita de oro a la que conviene el nombre de poema. Los hay bellísimos en este volumen, créanme.
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