Es muy conocida aquella autodefinición de Jorge Luis Borges en la que decía, con fervor y arrobo, que le gustaban el sabor del café y la prosa de Stevenson. Y no se trataba, en modo alguno, de una fórmula ociosa, ni de una admiración rutinaria: el ritmo que Robert Louis Stevenson imprimió a sus producciones novelísticas, la fluidez admirable de su discurso, el tono excelente de sus diálogos y la gracia y la profundidad de su observación humana, convertían cada una de sus páginas en una escultura griega. Monumentos como La isla del tesoro (donde se daba forma literaria a un arcano del subconsciente colectivo) o aquella pieza donde dio vida a la parte más oscura del ser humano (el célebre Mr. Hyde, que afloraba desde las catacumbas anímicas del doctor Jeckyll) fueron cimentando una gloria extraordinaria que ya no le ha abandonado y que, presumiblemente, tampoco lo hará en el futuro.
La editorial Libros del Zorro Rojo se suma a este homenaje de la mejor manera: poniendo sus libros en manos de los lectores, con una tipografía hermosa, con una encuadernación exquisita y con unas ilustraciones de gran belleza. Hablo del poco divulgado texto La isla de las voces, que Robert Louis Stevenson escribió en los últimos años de su vida, y que ahora, en la traducción de Marcial Souto y con inquietantes dibujos de Alfredo Benavídez Bedoya (que recuerda a veces los pirograbados del inolvidable José María Párraga), podemos gozar los lectores españoles.
La obra (llena de simbolismos para los adultos y de mágicas aventuras para los adolescentes) nos habla de un personaje llamado Keola, que se deja ganar por la pereza y por la ambición, incurriendo en el desatino de desafiar el poder de su suegro, el sabio Kalamake de Molokai, tan iracundo como rencoroso. En esta obra tendremos ocasión de asistir a viajes prodigiosos, mutaciones en el tamaño y el carácter de las personas, amenazas caníbales, venganzas implacables y otra porción de ingredientes que harán las delicias de los amigos de las aventuras y del universo exótico de los mares del sur. Y es que Robert Louis Stevenson, como es bien sabido, decidió trasladarse con su familia, cuando ya era famoso en todo el mundo, a la Polinesia, donde emprendió una nueva vida, no muy dilatada en el tiempo pero sí muy rica en sensaciones. El ambiente de ritos, leyendas y tradiciones mágicas que conoció allí nutre con eficacia sus narraciones últimas, redactadas mientras crecía entre los indígenas su renombre como "Tusitala" (narrador de historias).
Hay quien cambia de entorno para encontrarse a sí mismo, y eso fue lo que quizá pretendió Robert Louis Stevenson, hijo de un farero: buscar una nueva luz bajo la que reconocerse, en compañía de los suyos. Relatos como éste nos dan la medida de su alma.
1 comentario:
Pues yo el café, ni olerlo.
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