La editorial Algaida ha publicado hace poco Las manzanas de Erasmo, la obra novelística con la que José Antonio Ramírez Lozano obtuvo el XXVIII premio Felipe Trigo, convocado por el ayuntamiento de Villanueva de la Serena. Y las ocho líneas que pueden leerse en su contraportada no pueden ser desde luego más impactantes: «Valerio de Sandoval, discípulo de fray Luis de León, amante de la botánica y prefecto de liturgia de la catedral de Sevilla, compra un relicario de plata con un poso oscuro que podría ser la sangre de un mártir. Pero al llegar a su casa observa que en realidad se trata de una semilla y que en el pie del relicario aparecen las palabras Semen mali, es decir, La semilla del mal». Son sin duda unas frases que provocarán la gula literaria de más de uno, pero (y la advertencia me parece tan justa como urgente) hay que prevenir a los lectores para que este breve resumen efectista que de la novela no les lleve a confusiones sobre el contenido y el tono de la pieza. Esta obra de José Antonio Ramírez Lozano no es en modo alguno una producción oportunista o encaminada hacia la polémica, sino un ramillete de páginas que leerán con gusto los frecuentadores de san Juan de la Cruz, fray Luis de León o incluso Fernando de Herrera; un texto lírico y también filosófico, donde se afrontan verdades profundas del ser humano y donde se buscan respuestas a interrogantes de gran calado y antigüedad.
Su protagonista es un hombre torturado, cuya mente se reparte entre mil curiosidades, siendo la botánica la principal de ellas. Su propio jardín y la enorme admiración que tributa al doctor Monardes dan prueba fehaciente de esa afición intelectual. Su mejor amigo es el impresor Pedro de Mesa. Y su amor secreto, el que siente por su prima Evelina, que profesa como monja en el cercano convento de san Leandro. En el alma de Valerio de Sandoval alienta una gran fe en Dios, pero también una profunda desconfianza hacia lo que la iglesia católica ha hecho de esa fe en los últimos siglos, convirtiéndola en un muladar de hipocresías y en un vademécum de rituales vacíos. Él sueña con una visión divina mucho más abierta, mucho más amable y amplia. De ahí que cuando llega a la conclusión de que la semilla que contiene el relicario procede de un manzano, su imaginación se dispara: ¿no será una semilla del milagroso manzano del Edén? Y, si así resultara, ¿qué ocurriría en caso de que la plantara en un rincón de su jardín?
Evidentemente (es un hombre de fe, pero también un hombre de ciencia), lleva a cabo el experimento. Y la mayor de las sorpresas le estalla ante los ojos: la singular semilla se transforma en un manzano que crece hasta su condición adulta en apenas una noche, colmándose de manzanas oscuras y de manzanas claras. Y es entonces cuando comienzan a asaltarle las grandes preguntas: ¿debería comer una de esas manzanas? ¿Cuál de ellas? ¿Y qué ocurrirá si lo hace? ¿Merecerá la eterna expulsión del Paraíso de Dios... o accederá a algún tipo especial de conocimiento? Su amigo Pedro de Mesa, tan impresionado como él por el asombroso crecimiento de la semilla, se alía con él en el proyecto. No obstante, el nuevo inquisidor de la zona, Diego de Moraga, mucho más arrogante y estricto que sus predecesores, no se detendrá hasta dar con el responsable de esta aparente herejía, que socava los cimientos de la iglesia tradicional.
Esta novela, de lectura alegórica y espíritu barroco (la música de sus frases es tan espléndida como rica es la diversidad de su léxico), sorprenderá a muchos de los lectores que la abran creyendo que se enfrentan a un texto liviano y de consumo masivo. Pero no sorprenderá a quienes ya conozcan alguna de las producciones anteriores del prolífico José Antonio Ramírez Lozano, novelista, cuentista y poeta de amplia y premiadísima trayectoria. Es un auténtico lujo para la literatura española que estilistas de la talla de este sevillano (que hay pocos, para nuestra desgracia) se dediquen a escribir y refrescar el ambiente literario con cada obra que entregan a la imprenta.
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