¿De qué
pueden hablar unos seres cuando todo ha terminado; cuando el mundo ya no existe
o hemos calcinado la posibilidad de que siga existiendo? Ese problema se
encuentran los personajes de Samuel Beckett en esta pieza no demasiado extensa,
pero de una intensidad torturadora. Hamm, ciego y paralítico; Clov, su criado;
Nell y Nagg, los padres de Hamm (que no tienen piernas y viven en cubos de
basura). El universo es tan reducido como atroz. El arma es un lenguaje con el
que herirse para no morir de golpe. Todo es aturdimiento, soledad, desgarro,
quizá porque no hay “nada tan divertido como la desgracia” (Nell) o porque la
rutina es también un modo de supervivencia (“Las preguntas de siempre, las
respuestas de siempre, son las mejores”, dice Hamm). Escuchando a estos seres
que agonizan o languidecen, el lector siente que los oídos y la boca se le
llenan de tierra. Beckett, como siempre, se sale con la suya: es el mejor
retratista de un mundo que se descubre sin sentido y que camina hacia la
consunción.
3 comentarios:
Aprovecho la ocasión que se me brinda para decir que es jodidísimo conseguir libros de Beckett en la Biblioteca pública. Si es porque siempre están en manos de alguien, tira que te va; pero si es porque no los tienen, me cago en la leche
Pues tierra para todos, hasta llenar las entrañas.
Confirmado: ayer tampoco había ninguno
Publicar un comentario