El nazismo es, como el Grial, los cátaros, la mafia o el terrorismo, un tema literario peliagudo. Un tema contra el que muchos escritores ambiciosos chocan y que les hace naufragar estrepitosamente. Exceso de fantasía (o de documentación), anacronismos, tendencia a la caricatura, peligrosas aproximaciones a la novela de tesis, esquematismo argumental, son algunas de las lacras frecuentes en estos mamotretos, que en pocas semanas son desplazados de los escaparates y se saldan en las mesas de la Cuesta de Claudio Moyano. Pero Carlos Hugo Asperilla no ha caído en esos defectos. Su novela Rosas blancas para Wolf está ambientada a comienzos de los años cuarenta, en pleno Berlín, y sus protagonistas son seres que giran en la órbita del nazismo (el impulsivo adolescente Wolfgang, que no se detiene ante nadie ni ante nada con tal de impresionar a la jerarquía del partido, a cuyas juventudes pertenece; su hermana Gudrun, que estudia medicina y termina por enrolarse en la resistencia contra Hitler, en oposición ideológica a toda su familia; el padre de ambos, Wenzeslaus, militar de intachable expediente que termina cayendo en desgracia ante el Führer; la fiel criada Gretchen, que sufre con resignación las destemplanzas de Wolfgang; la difunta Euphemia, esposa de Wenzeslaus), pero ante todo nos encontramos con una novela. Una novela con mayúsculas: esto es, una narración seductora, impecablemente organizada, con puntos climáticos y anticlimáticos, con diálogos de vistosa intensidad, con personajes que evolucionan desde el punto de vista psicológico y con un final bien equilibrado.
Obviamente, aparte de ese núcleo protagonista doméstico, también nos encontramos con algunos personajes de mayor espesor histórico, como Rudolf Höss o Adolf Eichmann, a quienes se dibuja con extrema precisión. El primero fue el encargado de poner en pie el campo de exterminio de Auschwitz (tarea que cumplió con fervorosa aplicación y con criminales resultados, de todos conocidos); el segundo fue uno de los organizadores de la Solución Final, el siniestro plan que perseguía el asesinato de todos los judíos de Europa. (Höss fue ahorcado tras los juicios de Nuremberg, pero la justicia no consiguió atrapar a Eichmann hasta muchos años después, cuando los servicios secretos israelíes lo localizaron en Argentina). El diálogo que ambos engendros mantienen entre las páginas 222 y 227 sobre la manera más efectiva de matar semitas es espeluznante.
Carlos Hugo Asperilla ha demostrado, metiéndose en un terreno difícil y saliendo victorioso, que es un narrador con notables aptitudes. Leer Rosas blancas para Wolf supone aprender del pasado y descubrir algunos de sus horrores, de la mano de un inteligente novelista.
1 comentario:
El pasado. ¿Cuándo fue eso?
Publicar un comentario