Todos atesoramos, muy adentro del alma, una fosa Challenger, un hueco profundísimo donde anidan el dolor, la melancolía, el desgarro o la tristeza. Leo Carver, escritor de antiguo éxito y actual presente arrasado, no es una excepción. Su mujer, Rocío, soporta como puede su dependencia de la bebida, que lo está minando de forma rapidísima; su hija, Selma, finge no advertir la huida vertiginosa de su padre hacia la autodestrucción. Y él, atravesado por recuerdos que le laceran el alma, ha optado por buscar sus propias respuestas volviendo a la ciudad italiana donde vivió un intenso romance de juventud con Val, a la que perdió en el vértigo de los años. “Alojo una cicatriz profunda como las que tengo en los brazos y piernas, un mordisco sin cerrar que corta de lado a lado mis recuerdos”, nos dice en la página 189. Y es cierto. El problema es que Leo Carver pretende, treinta años después, abrir la tumba donde duerme Tutankamon, e ignora si las miasmas que broten de ese sepulcro aliviarán sus pulmones o los calcinarán. Es un riesgo que, en todo caso, está dispuesto a asumir. Él sabe perfectamente que hay “mujeres para amar en el momento y mujeres para amar en el recuerdo” (p.156), pero también sabe que las mujeres del ayer están nimbadas por un halo que las mantiene exentas de imperfecciones. Val dejó de estar junto a él un 16 de noviembre, pero su imagen no se le ha borrado. De ahí que Leo Carver descuelgue el teléfono y pulse el número de Walter Serres, un compañero de juventud, que sabe todo lo que ocurrió con Val y que podrá aclararle los pormenores de aquellos días. Al final de la obra nos tocará descubrir que los dolores y los traumas no son nunca sencillos, y que en los muñequitos del vudú caben muchas agujas. Quizá demasiadas.
Fernando Clemot (Barcelona, 1970), reciente ganador del premio Setenil por su impresionante libro Estancos del Chiado (Paralelo Sur Ediciones), vuelve a elevarse con esta novela a unas cotas de pasmosa intensidad literaria, donde el lenguaje, la sintaxis y la arquitectura misma de la historia han sido mimados hasta límites que ingresan en el terreno de la orfebrería. No es extraño que con estas páginas lograse ser finalista de los premios Ateneo de Sevilla y Ciudad de Logroño, en apenas un año. El golfo de los Poetas (Barataria, 2009) impresionará a todos los buenos degustadores del género.
4 comentarios:
Vaya, Rubén, no bajas el ritmo de lecturas y reseñas. Desde luego que ha sido una agradable sorpresa (por lo menos para mí, que no lo conocía) la de este escritor en el Setenil, y ahora lo de esta novela con tan buena pinta. Qué maravilla que vayan saliendo nuevos autores de calidad, y que se den a conocer, por supuesto.
Estás hecho todo un cazatalentos, jaja!!
Un abrazo,
Gonzalo
Jajajaja, que no decaiga. Un abrazo, tío grande.
Cuando he visto en el blogroll el título, pos no que me creía que ibas a señalar a cualquier poeta como el más golfo... Pero no, ya veo que, como dice el anterior comentarista, lo que pasa es que no paras, hijo mío. Se te va a secar el celebro, como a uno que yo me sé. Ya no sé si decirte que lo leeré, porque bien puede ser, pero no te lo aseguro, que me tienes el capazo lleno.
¿Quien no ha deseado alguna vez la autodestrucción?
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