sábado, 16 de abril de 2016

El Eco



Hay autores a quienes se puede leer con ciertas “distracciones ambientales” (música de fondo, ruidos exteriores), pero en el caso de Henry James me parece que no es así. Cualquier elemento que perturbe la concentración máxima da al traste con la aprehensión pura del texto. Y no estoy hablando de una obra que sea en extremo compleja desde el punto de vista estructural o impenetrable desde el punto de vista estilístico. En modo alguno. Se trata más bien de una suerte especial de música, que requiere silencio absoluto para que los ojos y el cerebro estén ocupados únicamente en la historia que nos está contando, con sus matices psicológicos y sus movimientos argumentales. Cada palabra, cada cláusula, cada comparación parecen colocadas de un modo milimétrico para que no pueda pasarse sobre ellas de forma distraída o bostezante.
En la novela El Eco ocurre a mi entender de igual modo. Henry James bucea de un modo tan sutil pero tan inquebrantable por las almas de sus protagonistas que los lectores tenemos que realizar un importante esfuerzo para no perdernos los matices de su análisis, los peldaños de su indagación. El argumento es muy fácil seguirlo. Lo haría incluso un adolescente que abriese las páginas de la obra. Pero empaparse de sus mil agudezas y finuras ya es harina de otro costal. Ahí se debe comprometer toda la atención.
Lo que nos cuenta es, en síntesis, sumamente sencillo: el duelo invisible que mantienen el periodista Flack y el rico heredero Probert alrededor de la bella y dulce Francina Dosson, quien se decide sin excesivo entusiasmo por el segundo gracias a las presiones de su hermana, que lo ve como un partido más razonable. Esta pugna entre los dos muchachos, invisible y aceitada por las convenciones sociales y el fair play, se quiebra de modo escandaloso cuando George Flack utiliza los comentarios íntimos que le ha suministrado Francina sobre algunos miembros de la familia Probert y los publica inesperadamente en el periódico El Eco, del que es corresponsal.
Una novela sobre la etiqueta, la hipocresía y los usos sociales de la burguesía, cuyo único fallo es, en mi opinión, que el final ha sido resuelto con brusquedad y demasiada prisa. Todo el detallismo y la lentitud psicológica que Henry James utiliza magistralmente durante la obra se precipitan hacia el vértigo en el momento más inoportuno, introduciendo celeridad y hasta algunas pinceladas de humor donde quizá otros matices hubieran sido más adecuados.

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