Recuerdo que comencé a hacer reseñas de libros para los periódicos en el año 1992; y una de las primeras que tuve el gusto de redactar fue la de El carnaval perpetuo, de Antonio Gómez Rufo. Para mí, este escritor madrileño era, cuando entonces (como diría Juan Carlos Onetti), una novedad, alguien de quien no había leído obra alguna, un terreno virgen en el que adentrarme; pero de inmediato se convirtió en una predilección, en una fuente continua de sorpresas, en un tótem. En los casi veinte años que han transcurrido desde aquella lejana reseña he intentado que ni una sola de sus obras desfilara invisible antes mis ojos, por juzgarlo un narrador de primerísima magnitud. Y ahora, por cortesía doble de la editorial Planeta y del propio autor, he aquí que La abadía de los crímenes llega a mis manos y la leo con un asombro reconfortante. Asombro, porque las infinitas virtudes de Gómez Rufo siguen escalando peldaños de calidad con cada producción nueva que entrega a los lectores; reconfortante, porque frente a tantos cohetes de feria como pululan por las mesas de novedades de las librerías, cuajados de colorines y estruendos al principio, mudos sin remedio después, Antonio Gómez Rufo continúa redactando novelas impresionantes y llamativas, que convierten su currículum literario en una torre tan egregia como indiscutible.
Ahora, el escritor nos pide que viajemos hasta el primer tercio del siglo XIII. Entre los monarcas don Jaime I de Aragón y doña Leonor de Castilla las cosas no parecen ir demasiado bien, a pesar del profundo amor que la esposa siente por su marido. De hecho, él ha pedido formalmente la anulación del matrimonio. Y se rumorea que la quiere ver muerta. Corre el mes de marzo de 1229. Los lectores observamos cómo el séquito real, que se mueve con una lentitud exasperante, llega hasta el monasterio femenino de san Benito, donde se han producido misteriosas violaciones y crímenes que el rey viene ahora a investigar personalmente. Ocho son las monjas asesinadas, y es hora de atajar la monstruosidad. Por orden expresa del monarca, la joven Violante, camarera de la reina e hija del rey de Hungría, queda a su servicio personal, porque el soberano se encuentra maravillado de su belleza (que ocasiona no pocas suspicacias en la reina doña Leonor). Añadamos ahora dos personajes más, de tremendo poder novelístico: Constanza de Jesús, una monja investigadora que ha venido de Navarra para tratar de esclarecer los hechos y que, aparte de atesorar una inteligencia desmesurada y una capacidad de observación asombrosa, muestra un sentido del humor irreverente y lozano, que incluye incluso al rey y algunas cuestiones de la fe; y, por último, la abadesa del monasterio, una persona autoritaria, altanera y de profundas convicciones catalanistas, que durante la obra mantendrá posiciones retadoras frente al monarca y obstruccionistas frente a Constanza.
Con ese escenario y con esos personajes, Antonio Gómez Rufo comienza su labor de intriga y deja que los misterios y las preguntas nos asalten: ¿cómo es posible que Constanza de Jesús encuentre fetos enterrados en una zona interior del monasterio? ¿Por qué hay un perro enterrado, si la abadesa insiste en que jamás ha habido ningún animal de ese tipo allí? ¿Qué explicación encontrar para las agresiones sexuales que han sufrido algunas de las monjas, si no habitan hombres en el cenobio? ¿Por qué todas las asesinadas son aragonesas? ¿Por qué se ha hundido el scriptorium justo después de que el rey decidiera visitarlo para observar qué libros se escribían y guardaban en su interior? Y, en un orden de cosas mucho más prosaico, ¿hasta dónde se extenderá la relación adulterina del rey don Jaime con la jovencísima princesa húngara doña Violante?
Con gran dominio de la arquitectura novelística, asperjando con tino los misterios y las sospechas, Antonio Gómez Rufo nos entrega una obra de profunda documentación histórica, ágil movilidad y formidables diálogos, donde tenemos en todo momento la sensación de estar contemplando a seres reales, que viven y hablan ante nuestros ojos. Si desean una novela para estos días de verano, donde se combinen habilidosamente información histórica, misterios y alta calidad literaria, no lo duden: La abadía de los crímenes puede ser su libro.
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