Si echamos un vistazo a las profesiones que tienen o han tenido muchos de los últimos escritores murcianos descubriremos hasta qué punto se alejan del tópico alcanforado de los hombres de letras: Jerónimo Tristante, biólogo; Pablo de Aguilar, informático; Santa Cruz García Piqueras, químico; Miguel Ángel Casaú, veterinario; José Daniel Espejo, corredor en una casa de apuestas; Patrick Ericson, agente inmobiliario; Ángel Manuel Gómez Espada, croupier… En esa órbita de renovaciones tenemos también a Paco López Mengual, que tiene una mercería en Molina de Segura. Pero, ojo, conviene que añadamos de inmediato una nota clave: a la postre, da lo mismo que un escritor viva de su obra o trabaje como sexador de pollos. Lo que determina su valía y su trascendencia para la posteridad es todo aquello que se observa en las páginas de sus libros. Y ahí –permítaseme el juego de palabras– Paco López Mengual no es mercero, sino merecedero. Su habilidad para construir historias seductoras y para diseñar personajes emotivos y que perduren en la memoria es tan alta que todo lo demás queda preterido u obnubilado.
Lo ha vuelto a demostrar recientemente con su novela El último barco a América, publicada por Temas de Hoy. Su protagonista es Marcial, un pastor de 14 años que, en 1937, en medio de una España agria y convulsa que se solaza en los albores de la guerra civil, sueña con irse a América, la tierra de las oportunidades. Su hermano mayor, Negrillo, se muestra escéptico ante las ilusiones de Marcial, que considera absurdas: los pobres han de vivir atados al sitio donde nacieron, y toda expectativa que circule en dirección contraría está condenada a provocar, simplemente, amargura. Una madrugada, mientras duermen tranquilos en su chamizo, los dos hermanos escuchan el ruido de unas detonaciones. Aunque Negrillo prefiere olvidarse con rapidez de ese asunto y mantenerse alejados del lugar, Marcial comprueba que han fusilado a once personas del pueblo, que se habían significado por sus ideas republicanas; y que las han enterrado apresuradamente en una infame fosa común. Hasta aquí, cualquier lector podría pensar que se encuentra ante un texto novelístico convencional, ambientados en la guerra de 1936; pero, de súbito, dos detalles quiebran esa sospecha: primero, cuando descubre que el osario tiene una forma tan singular como simbólica (nos dice Paco López Mengual que su silueta coincide con la de América del Sur); y segundo, cuando los espectros de los asesinados comienzan a emerger de la tierra y se mueven y gesticulan ante la única persona que parece ser capaz de verlos: Marcial. Éste, perplejo, se habitúa con rapidez a esa sensación anómala y trata de hablar con los espíritus de las víctimas. Sobre todo con Alberto, porque el joven pastor ha encontrado en el suelo su anillo de boda y entiende que el asesinado le está otorgando póstumamente a su mujer, la bellísima Elisa. El problema es que otro hombre se ha empeñado también en hacerla suya: un violento líder falangista de la localidad, que la corteja abiertamente.
Con un brío narrativo de primera magnitud, Paco López Mengual mezcla en esta novela el guerracivilismo con el realismo mágico (la historia del Kurchú, un cedro dotado con poderes sobrenaturales, espectros que se alzan ante los ojos del protagonista, etc.) y le añade personajes antológicos (el cura Andresín, tan bochornoso como representativo de una época; Elisa, viuda ambigua; ese pobre alcalde miope, animalizado y escondido en una cueva por miedo a las represalias de los insurgentes, etc.). Con materiales muy variados y muy plásticos, el escritor de Molina construye una novela memorable, donde los episodios particulares (el hallazgo del anillo nupcial de Alberto y Elisa o el espeluznante momento en que los guardias civiles obligan a Marcial y su hermano a que ahorquen ellos mismos a su perro) se insertan sin fricciones en una estructura mayor, plena de significados. Si Paco López Mengual ya había demostrado en sus obras anteriores la brillantez de su estilo (júzguelo el lector de La memoria del barro o de El mapa de un crimen), ahora le ha llegado el turno a la consolidación editorial de su trayectoria, lo que constituye una excelente noticia para sus seguidores. Hay aquí novelista, por fortuna, para mucho tiempo.
1 comentario:
Que vivan las mercerías
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