Juan Ramón Barat es un escritor que no sabe estarse quieto. Igual se afana con una novela histórica que compone versos infantiles; lo mismo revisita a algún clásico para adaptarlo a un lenguaje más actual (lo ha hecho con el latino Plauto recientemente) que se decide a escribir un ensayo; se aplica con idéntico fervor a la lectura y a la música. Su creatividad es variada y se encuentra siempre en proceso de ebullición. Hace pocos meses (marzo de 2010) le han publicado en la editorial valenciana Pre-Textos su último libro de poemas, que lleva por título La brújula ciega y que está integrado por cuatro secciones (Verdura de las eras, La edad ligera, Un no rompido sueño y La música callada), cada una de las cuales está formada a su vez por una decena de composiciones.
Y el libro es hermoso, muy hermoso. Podría decirlo con frases mucho más rimbombantes, pero quizá pecaría de fárrago, porque la esencia es la que estoy diciendo: que Juan Ramón Barat ha escrito un libro de una gran belleza delicada, donde el lenguaje construye su propia melodía y va logrando que el ánimo del lector se incorpore a su ritmo tenue, delicioso, ejemplar. Quizá se trate del gran prodigio: que los buenos autores consiguen trasladarnos un tempo especial, una cadencia invisible que organiza las líneas y nos deja renglones de música en el corazón y en el alma. Pero es que en los poemas del valenciano Juan Ramón Barat ese don se percibe no solamente en el conjunto, sino también en cada texto aislado. Así, por poner un ejemplo único, en la página 14 podemos leer el poema El fósil, en el que se nos dice que quedó «atrapado en el tiempo sosegado del ámbar» y que al comunicarse con nosotros mediante su «corazón de piedra transparente» se transforma en un «silencioso juglar» que protagoniza una «épica triste». Todos los vocablos (lo advertirá el lector) se ajustan a una exactitud lírica tan elegante como sobria.
Pero es que si avanzamos por las demás composiciones encontramos los mismos rasgos de belleza y de plenitud poética. En 1928 la contemplación de una antigua fotografía de su padre le hace meditar sobre la congelación artificial del tiempo y sobre las miradas detenidas que tal operación produce; en La cripta nos devuelve a la secular reflexión sobre la inmisericordia del tiempo, que devasta sin crueldad pero con eficacia, erosionando identidades y reduciendo a ceniza todos los prestigios, los fulgores y las vidas; en Fosa común se adentra en la lánguida lucidez de quien, poeta y sabio, es consciente de la feble inutilidad de todos los sueños humanos, condenados por decreto a la disolución y el olvido; en Diciembre se alude a la soledad cíclica (o la sensación de soledad cíclica) que se abate sobre el espíritu cuando el invierno acaece, con su reino de brumas; en Sombra de la tarde bebe de Platón para hablarnos de alguien que, mientras contempla su sombra en la acera, especula sobre una vertiginosa secuencia en flash-back, que lo vuelve sombra de sombra; y en La brújula ciega (por no agotar los comentarios) sugiere que a lo largo de la vida vamos perdiendo referencias y puntos de anclaje, y que los instrumentos con los que antaño nos guiábamos reducen su eficacia o pierden toda utilidad conforme los años se aceleran, hasta dejarnos huérfanos, desorientados o perdidos.
No constituye para mí ninguna sorpresa que los poemas de Juan Ramón Barat sean estupendos, porque he leído muchos de sus libros y jamás me ha deparado decepciones. Así que los cuarenta textos de esta nueva entrega me sirven fundamentalmente para aumentar mi admiración por él. Si los amables lectores de esta reseña no conocen mucho del quehacer poético de Barat tienen en La brújula ciega una maravillosa manera de acercarse a una voz que, probablemente, les cautivará. Decía Julián Marías, en su libro Literatura y generaciones, que «hasta los veinte años todo el mundo hace versos; después, los poetas y los indiscretos». En la solapa del libro de Pre-Textos se nos explica que Juan Ramón Barat acaba de saltar el medio siglo; y no creo que se le pueda tildar precisamente de indiscreto. Así que la conclusión está clara: poeta. Y de los buenos.
6 comentarios:
Habrá que buscar el ámbar.
perdón, llegué por accidente, estaba hablando con mi amiga cuando un mosquito inoportuno se ha detenido en la pantalla de mi teléfono móvil, echaré un vistazo a tu blog, [el mosquito ha muerto, lo he chafao]
No es precisamente lo que podríamos llamar una brújula ciega, pero en la segunda entrega de Los Piratas del Caribe (ya sé que es bajar mucho el nivel, pero es para eso para lo que da uno) el capitán Jack Sparrow tenía una brújula que sólo indicaba el rumbo a aquél que sabía adónde iba. Me pareció una idea magnífica; digna de mejor causa, probablemente
No he leído, todavía, La brújula ciega, pero coincido contigo, Rubén, en que Juan Ramón no para quieto y que nada bien en muchas y variadas aguas. Aprovecho para mandaros a ti y a él un par de abrazos.
A.Albertus.
Me gustaría, Rubén, un consejo sobre poemario para la Eso, a ver...
Pilar, permíteme que te sugiera, aprovechando que Rubén nos habla de la poesía de Juan Ramón Barat, otro de sus libros que se adapta muy bien a la secundaria, porque, además nos sugiere unas actividades en relación a los poemas. Se trata de "Palabra de juglar", de ediciones Brosquil.
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