En la lengua francesa existe una acepción para la palabra ‘fantasma’ de la que no disponemos en español: “Papel o cartón que se pone en el lugar de un libro retirado de un estante de biblioteca”. Es decir, la señal de que estamos usando ese tomo, leyéndolo. Que la biblioteca es útil. Que está viva. Es la acepción hermosa y atinada que justifica el título de este tomo, redactado por el ensayista y traductor Jacques Bonnet, que forma parte de una anómala cofradía: la de quienes poseen en su casa varios miles de libros, y los nmanejando, atesorando, acariciando, haciendo resucitar en ocasiones (ya explicó Emerson que mientras un libro no se abre no pasa de ser un mero objeto, una cosa entre las cosas. Jorge Luis Borges nos refrescó la cita). De hecho, dice en un instante del libro que una vez se le ocurrió fundar “una asociación de propietarios de bibliotecas de más de 20.000 volúmenes” (p.18). No todos los ha leído con el mismo interés o intensidad, obviamente (“Es tan perjudicial pasar demasiado tiempo con algunos libros como leer otros demasiado rápido”, p.54), pero sí que declara su amor por todos, su necesidad espiritual de que lo acompañen, lo cerquen, lo impregnen con su aroma de lenta sabiduría. Todos nos forjamos nuestro propio paisaje; y el suyo (y el de otros como él) está dibujado con letra impresa.
De todas las actividades que ha desarrollado durante su existencia, Bonnet se inclina por el ejercicio de la lectura como el más satisfactorio y natural (“Leer me cansa tan poco como nadar a un pez o volar a un pájaro”, p.61); y esa dedicación le ha permitido acuñar ideas de brillante nitidez, donde se expresa toda su pasión por el mundo de la literatura: “Cientos de miles de personajes habitan mi biblioteca. Algunos son reales; otros son ficticios. Los reales son los personajes a los que se llama imaginarios en las obras literarias; los ficticios son sus autores” (p.87).
Quienes amen los libros, quienes disfruten navegando o buceando en ellos, quienes adoren el tacto de sus hojas, quienes los guarden con infinito afecto, tienen en este ensayo anómalo y hermosísimo un punto de referencia.
4 comentarios:
Nunca me ha gustado que se les defina como "ensayos". ¿No hay otra palabra más adecuada?
Ay, yo es que soy de Montaigne. Y lo de "ensayos" me priva. Además, considero que tiene toda la carga de humildad del mundo. Decir que se escribe un ensayo es despojarlo (a mi entender) de toda petulancia, de todo bombo, de todo almidón. Si admites que 'ensayas', admites implícitamente que puedes estar en lo equivocado. Y eso me fascina.
Yo ensayo continuamente, y la verdad es que a veces cansa
Gracias por enseñarme una palabra... Ya puedo nombrar a los "fantasmas" amarillos de la Biblioteca de mi Insti.
Un beso, Aurora
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