El año pasado, como un maná inesperado y sumamente agradable, llegó a mis manos un breve librito que se titulaba Cuaderno escolar, que devoré con sumo interés. Se me antojó su autor (el extremeño Juan Ramón Santos) una de esas voces que, de vez en cuando, nos reconcilian con la literatura de calidad, con la prosa elegante y cuidada, con los relatos bien organizados. Como su primer cuento apenas tiene trece palabras, no me resisto a la gozosa tentación de copiarlo aquí: “Le mataron la paloma y quedó triste, envejecido, desanimado, apenas uno y bino”. La fulguración de un estilo tan brillante me hizo interesarme por obras anteriores de Juan Ramón Santos, y ésta de hoy es un buen ejemplo: El círculo de Viena, que le editó la asturiana Llibros del Pexe. Ya desde su ilustración de portada nos deja bien claro qué territorio se nos va a ofrecer: es un mapa donde observamos que las ciudades de París o Lisboa no están en su sitio. Quizá esa metáfora visual entregue la esencia más pura del escritor: la de un ilusionista que es capaz de engañarnos, de vendernos territorios fantásticos, de reinventarse la topografía del alma y del mundo. En las siete historias que conforman el volumen nos encontraremos con el melancólico empresario Menaud, que busca por múltiples países e idiomas una palabra especial, que traduzca la esencia de su espíritu; con el asombroso Nuno Guedes, que construye su tarea vital alrededor de Fernando Pessoa; con un pobre hombre que deambula por los actos culturales de su pequeña ciudad formulando preguntas extrañas; con el anciano que, tras quedarse viudo, viaja hacia el sur en busca de su centro emocional; o con el protagonista de la novela corta que cierra el volumen, que se verá envuelto en una disparatada situación donde la música de Mozart, los masones, su desconocimiento del idioma, las miradas inquietantes que le dirigen dos personas a las que bautiza como Hans y Klaus, y el presunto proyecto de matar a un bebé terminarán conformando una historia delirante, que lleva a los lectores de la inquietud a la sonrisa, de los nervios al estupor. Brillante Juan Ramón Santos. Convincente Juan Ramón Santos. Esperanzador Juan Ramón Santos. No se trata de un escritor más. Y si no, al tiempo.
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