Me habían hablado con admiración de los libros de Enric Balasch, pero aún no había tenido oportunidad de leer ninguno. Así que cuando salió Libélula no quise perder la ocasión de sumergirme en sus páginas. Y la experiencia, conviene declararlo ya, me ha satisfecho. Tanto que, con carácter retroactivo, buscaré las demás producciones del autor para incorporarlas a mi catálogo de lecturas. Libélula es una obra fluida, inteligente y clásica, en el mejor de los sentidos: nos presenta a unos personajes bien hechos, dentro de una trama bien organizada, con un lenguaje bien escogido y con un final bien calculado. O sea, la difícil fórmula de las buenas novelas. En esta ocasión, Balasch nos pone ante los ojos una partida implacable de ajedrez, donde cada movimiento de las piezas obedece a un estricto protocolo enigmático: Joaquín Ayuso es un antiguo legionario de Guijo de Gredos que, tras haber perdido a la mujer de su vida mientras permanecía en el Tercio, se ha instalado de nuevo en el pueblo para dedicarse a la ganadería. Durante muchos años, su situación se ha mantenido estable, hasta que un robo sacrílego (alguien ha sustraído la original reliquia que engalanaba la iglesia del pueblo) moviliza a las fuerzas vivas de la localidad, que lo requieren para que la recupere en donde se supone que ahora está: en Madrid. Con este detonante, y con la golosina de saber que en la capital se encuentra también Ángela, la mujer que lo abandonó y a la que quiere recuperar a toda costa, el empresario se desplaza hacia la ciudad que actúa como rompeolas de todas las Españas, según dijo el poeta. A partir de ese momento es cuando Enric Balasch pone en acción todos los recursos de una excelente novela policial, con pistas que se van encadenando, personas que le suministran ciertas informaciones que Joaquín procesará e irá uniendo entre sí, deducciones lógicas que en ningún caso son forzadas más allá de lo verosímil, e incluso un misterioso antagonista que, armado con una CZ-100 con punto de mira láser, se dedica a ir tras el antiguo legionario y mata a quienes le estorban en su trayecto (el dueño de una librería, un proxeneta centroeuropeo, un antiguo policía que ahora trabaja ocasionalmente como detective). Sobre el final, por elegancia torera y por decencia crítica, no les comento nada, salvo que les resultará tan sorprendente como bien hilvanado: inquietud, tensión, pragmatismo y humor son algunos de los elementos que Balasch introduce en las últimas páginas, para deleite de sus lectores. ¿Rasgos negativos? Pues no demasiados, francamente, salvo la conversación que el capitán Soriano y Joaquín Ayuso mantienen con el psiquiatra Bartolomé Laguna en el capítulo 11 (que adolece de una excesiva cantidad de informaciones, introducidas con calzador en el cuerpo de la novela) y una cierta ñoñería en las imágenes que se eligen para definir, por ejemplo, cosas tan naturales como el orgasmo (“derramar su elixir”, “vaciar su almíbar”). Por lo demás, un libro muy digno de elogios.
6 comentarios:
Me parece que Ernesto, el del blog Testigo, también la estaba leyendo. Tiene muy buena pinta. Los legionarios es que dan mucho de sí, y más si luego se aficionan a las cabras y se hacen ganaderos. Ya ves, ahora, por orden de mi jefa de departamento estoy leyendo la de María Dueñas, que es que la gente no para de escribir libros y yo no doy más. Pero terminaré leyéndola, ya verás.
Pues ya me contarás: los padres de Marta estaban también interesados en hincarle el diente
A elogiar, a elogiar.
Sigo pensando que das demasiados detalles sobre la trama y la historia al hacer las reseñas. Al menos, para mi gusto, que no deja de ser el gusto de alguien que jamás lee la solapa de un libro por si acaso. Yo estoy en las antípodas de Harry (el que encontró a Sally), que antes de empezar una novela leía siempre el final, para no quedarse sin saber cómo terminaba si se moría antes. Eso, eso es pesimismo, apostillaba enérgico. En serio, si la razón es la que apuntabas en los comentarios a una entrada anterior, yo creo firmemente que siempre te has leído los libros que reseñas. Lo juro
Jajajaja, gracias, Leandro. Un abrazo
Pues a este sí le tengo yo ganas, porque algo sé de él y de sus viajes y reporterismo. Merci, rgubén
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