La inmensa mayoría de los lectores
españoles oyeron hablar por primera vez de Armando Buscarini gracias a la
novela Las máscaras del héroe, de
Juan Manuel de Prada. Allí se nos presentaba a Antonio Armando García Barrios
(tal era su auténtico nombre) como un poeta hiperbólico, estrafalario, locoide,
con un ego desmesurado y con un comportamiento social, cuando menos, chocante.
Pero la gran sorpresa vino cuando, acudiendo a Internet y otras fuentes de
información, descubrimos que todo aquello era verdad: Buscarini (adoptó ese
apellido por ser el de su presunto padre, al que jamás conoció) vendía por las
calles sus propios cuadernillos de poemas, extorsionaba a las personas de su
entorno (especialmente a los hermanos Álvarez Quintero) y manifestaba conductas
esquizoides con accesos de furia. Su propia madre se encargó de ingresarlo en
el manicomio de Logroño, en el que terminaría muriendo en 1940, sin haber
cumplido los 36 años. Fruto de las peculiaridades de este poeta bohemio, su
obra ha quedado siempre en un segundo plano, eclipsada por su vida aciaga. Pero
desde hace algún tiempo, la editorial riojana que ostenta su apellido (y que
conducen los hermanos Rubén y Diego Marín) se ha propuesto recuperar su legado
literario para que podamos valorarlo de un modo justo. Así, tras la publicación
de sus cartas y de sus poemas, ahora le ha tocado el turno al teatro, la
narrativa y las memorias. El tomo que contiene estas piezas ha salido a las
librerías con el título de El rufián
y está compuesta por una serie de obras que se inician con Sor Misericordia (1923) y acaban con el drama que da título al
conjunto (1928). Acompañan a estas composiciones las palabras prologales de
Luis Antonio de Villena, que bailan un minué muy bien ritmado para no decir con
claridad lo que la lectura sí nos hace evidente a los lectores: que Armando
Buscarini era un autor desdeñable, y que sus presuntas genialidades (que sólo
él consideraba tales) no son sino ripios, tramoyas llenas de agujeros, diálogos
sin poder verbal, errores de construcción de las frases, escenas indebidamente
aceleradas o abruptamente truncas, psicologías risibles, autocomplacencia que
oscila entre el engreimiento (“No se puede ni remotamente discutir mi
personalidad de poeta lírico”, p.73) y el desdén trufado de descalificaciones
(“Todavía quedan algunos insensatos que, no teniendo en qué emplear el tiempo,
se dedican a desacreditarme diciendo que no valgo”, p.299) y otras lacras que
nos obligan a juzgar sus obras como el pataleo de un adolescente soberbio,
huérfano de cultura, que entiende como una agresión lo que no es más que
dictamen exacto: tildarlo de mediocre sería benevolente. Hay, cómo no, algunos
aciertos aislados (tampoco demasiados), pero que no justifican la soberbia de
Armando Buscarini. Ni la perla más hermosa del mundo constituye de por sí una
joyería. Gracias a la estupenda idea de los hermanos Marín (publicar al autor,
para que la Historia
lo califique por sus obras, y no por sus actos) disponemos de un argumento
sólido para estipular que, en esa “larga pléyade aún no dilucidada del todo
críticamente” de la que habla De Villena (p.11) para referirse a la bohemia del
primer tercio del siglo XX, Buscarini no pasaría de ser un elemento anecdótico.
Y eso con suerte.
9 comentarios:
Una biografía peculiar la de este tipo.
No he leído a Juan Manuel de Prada. Nada. Pero me ocurrió algo parecido con El ángel oculto, de Lorenzo Silva. Uno de sus personajes, Manuel Dalmau, quiere recrear de forma más o menos figurada (más bien más que menos, diría yo) a un escritor de los llamados malditos, Felipe Alfau. Por supuesto, yo nunca lo había oído mencionar; llegué hasta él desde la novela de Lorenzo Silva. Pero, a diferencia de lo que os ha ocurrido a tantos con Buscarini, a mí los Locos de Felipe Alfau me engancharon. Es un libro de cuentos extraordinario. Y muy, muy peculiar. Mucho mejor que la novela de Don Lorenzo, me parece.
Pues será cuestión de buscar cosas de Alfau, Leandro. Gracias por el consejo.
Qué tío...Oye, Ruben, que quiero enviarte una cosa por mail...me lo puedes facilitar?
Mi mail es rubencastillogallego@gmail.com
Besos
Quien quiera saber algo más de Buscarini puede visitar su web www.armandobuscarini.com. Gracias, Rubén.
Un aviso para navegantes (nobleza obliga): creo haber dejado bien claro que la obra de Buscarini no se me antoja demasiado notable. Eso es evidente. Pero, a la vez, aplaudo la decisión de los hermanos Marín de dar a la imprenta esas piezas de Armando. Mi criterio no tiene validez universal (hasta ahí podríamos llegar), y es probable que algunos de los lectores, o muchos, descubran en Buscarini a un escritor de su agrado. Nadie podría acceder a la obra de Buscarini, en condiciones razonables, sin el entusiasmo que se respira en estos editores. Y ese servicio a la Historia de la Literatura es, como diría don Ramón, para quitarse el cráneo.
Rubén, amigo, parece una crítica hecha por un personaje de Borges. Increible, me has dejado fascinada, con la fascinación que debe producir el personaje por su carácter. también a mí me parece encomiable la audacia de estos editores. Por encima de todo, parece como si todo fuera un engendro literario, un extraño invento. ¿Existe de verdad ese libro o es una creación tuya?
Huy, ojalá tuviera esa imaginación tan desbordante. Existe, existe. Lo puedes comprobar en Internet, jajaja.
Besos borgianos
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