Antonio
Machado definió una vez a la ciudad de Madrid con el bello rótulo de “rompeolas
de todas las Españas”, y tal vez no resultaría inexacto adaptar levemente esa
sentencia para concluir que determinados
lugares (taxis, peluquerías, oficinas del INEM, hostales) se convierten en
ocasiones en espacios donde, si se observa con calma y con cierto grado de
sensibilidad, se condensan muchas historias interesantes. El bar de Lola es uno
de ellos. Y Poe (su auténtico nombre ya no importa, porque casi nadie lo
recuerda y, además, el protagonista ya no se siente designado por él) tiene muy
claro que su rol consiste en ser allí “el paciente confesor de la catedral de
locos en que se ha convertido el bar” (p.13); alguien que bebe cerveza Mahon o
Four Roses y que, instalado en su sempiterno taburete y acodado en la barra,
contempla a todos los majaras que entran y salen, que hablan o enmudecen, que
gesticulan o se aquietan en poses de estatua.
De esa forma
–y con la eficaz colaboración de Carlos Salem, que actúa como cronista del
cronista– descubrimos varias historias tan singulares como seductoras: esa
mujer ya un poco otoñal que, después de haber servido durante su juventud como
modelo para una muñeca hinchable, descubre con horror que su marido la usa en
la intimidad de su despacho; esa jovencita que, mientras espera durante años el
regreso de su novio, se convierte en una prostituta experta en felaciones, que
no admite la penetración de ninguno de sus clientes; ese artista plástico
dotado de una gozosa imaginación, pero que tiene que sobrevivir trabajando en
una fábrica de mierda en la que, después de un accidente, se deja ocho de sus
dedos; ese antiguo boxeador torpe y sin estilo, con las manos como sandías, que
se reconvierte en esteticién y termina encontrando (otra vez) a la equivocada
mujer de su vida; ese delirante paranoico que cree haber descubierto en el
Metro una especie de logia subterránea, de aterrador poder; ese viejo que habla
con su maleta, desconsolado y hermético… Miembros de una tribu nocturna que
navega por el interior del bar y que esparcen su soledad y sus miasmas ante los
oídos de quien desee ejecutar la compasión de escucharlos.
Pero que
ningún lector caiga en el equívoco de confundir esta obra con un libro de
relatos o una sucesión de diapositivas. Carlos Salem se preocupa de construir,
por detrás o por encima de estas subtramas, una línea novelística sólida,
coherente, firme y creíble, donde un trío de personajes (Poe, Lola y su lúbrica
hermana Desirée) se convierten en nodos de una acción que incorpora el deseo
sexual, el amor, el odio, los fracasos vitales, varios crímenes atroces, droga,
traumas del pasado, cinismo, abulia y traiciones… Y cuando los lectores lleguen
a las veinte páginas finales y ya estén convencidos de la brillantez de su
autor y de la buena suerte de haber elegido este volumen editado por el sello
Escalera, Carlos Salem pondrá ante sus ojos un plus de belleza: ese capítulo 18
en el que descubrimos qué es exactamente el huevo izquierdo del talento y cómo
su pérdida trastornó para siempre la vida de Poe. Les aseguro que merece la
pena. E igual les diría del siguiente capítulo, con el que se cierra la novela. Pura
delicia.
1 comentario:
Pinta genial...
Gracias por la información.
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