Joséphine Cortès es una historiadora experta en el mundo medieval que, en virtud de una carambola casi azarosa, ha publicado una novela de apabullante éxito, que la ha convertido en una celebridad literaria en su país. Pero lejos de disfrutar con ese estatus —es una mujer tímida, a la que no seducen las mieles del triunfo— prefiere resguardarse en sus estudios, en su familia y en su reciente cambio de domicilio. Todo a su alrededor se ha vuelto complicado: su hermana Iris la odia, porque considera que esa notoriedad social que Joséphine ha obtenido debería ser suya; su marido, Antoine, la ha abandonado para montar un criadero de cocodrilos y unirse sentimentalmente a otra mujer, llamada Mylène; su madre, Henriette, no se molesta en disimular el desdén que Jo le merece, frente al éxtasis que le provoca su otra hija; Marcel, padrastro de Jo, ha abandonado a Henriette para unir su vida a la de la jovencísima Josiane, que le da un heredero, al que llaman Junior... Y si las complicaciones familiares que rodean a Joséphine no resultaban ya bastantes (he reducido notablemente su enumeración), podemos extender el análisis a su nuevo hábitat inmobiliario: vecinos repelentes que viven instalados en los antiguos privilegios de su familia, y que se dedican a espiar, insultar y humillar a los demás; vecinos estirados, que parecen desayunar una taza de almidón, nada más levantarse; y una portera que atraviesa por graves dificultades económicas.
Y, de golpe, todos estos elementos se ven aderezados con una serie de conflictos de complejidad creciente. Primero, Joséphine recibe una caja donde se le envían las últimas pertenencias de su marido, que ha sido devorado por cocodrilos; luego, asiste a una agria reunión de la comunidad de vecinos, donde brotan los denuestos más desaforados y donde se exhiben las miserias más lamentables. Y por fin, sin que el lector tenga tiempo de darse cuenta del cambio de registro, se produce un intento de asesinato: un desconocido se abalanza en la oscuridad sobre Joséphine y le asesta varias puñaladas, sin lograr herirla. Habida cuenta de la ausencia de enemigos en la vida de la escritora, ésta no duda en atribuir el asalto a un mero azar: un simple ladrón o un desquiciado que la eligió sin motivo como blanco de su ataque. Y trata de olvidarse del incidente con la mayor rapidez posible (ni siquiera lo denuncia en la comisaría)... Pero las cosas se irán enredando a gran velocidad: tres personas que pertenecen a su órbita cercana irán siendo asesinadas de forma paulatina. Son demasiadas coincidencias como para no preocuparse.
No obstante, sería sumamente injusto presentar esta novela (continuación de la exitosa Los ojos amarillos de los cocodrilos, publicada igualmente en España por La esfera de los libros) como un simple relato de misterio o de espíritu policial. Katherine Pancol, dueña de un elegante bisturí psicológico, nos ofrece en las páginas de este voluminoso tomo, traducido por Juan Carlos Durán, un buen número de retratos que, sin caer en el estereotipo, enriquecen la historia de una manera muy notable: la timidez asombrosa de Joséphine, la egolatría oceánica de Iris, el bostezo adolescente de Zoé, la enigmática lejanía de Mylène, el espíritu innovador e independiente de Hortense, la precocidad risible del bebé Junior (que protagoniza secuencias de una memorable comicidad), el inquietante desdoblamiento de Luca y Vittorio, la petulancia inadmisible de Henriette o la ambigüedad emocional de Philippe son fibras de gran vigor que sostienen en pie esta novela e impulsan a los lectores durante su paseo por ella.Les dirá una última cosa: si pertenecen ustedes a la cofradía de quienes sólo se sumergen en Grandes Obras de la Historia de la Literatura (cuatro mayúsculas sospechosas), olvídense de esta novela: les parecerá intrascendente. Si, por el contrario, están dispuestos a admitir que existen libros cuyo objetivo puede ser la distracción y que eso no está reñido con la elegancia formal, una cierta dosis de humor, un buen manejo del tiempo narrativo, una adecuada orquestación de sorpresas y hasta la consecución de episodios de alta literatura, no teman bucear en esta novela. Les garantizo que descubrirán a una escritora de raza y con un excelente ritmo de prosa, que les cautivará.
Y, de golpe, todos estos elementos se ven aderezados con una serie de conflictos de complejidad creciente. Primero, Joséphine recibe una caja donde se le envían las últimas pertenencias de su marido, que ha sido devorado por cocodrilos; luego, asiste a una agria reunión de la comunidad de vecinos, donde brotan los denuestos más desaforados y donde se exhiben las miserias más lamentables. Y por fin, sin que el lector tenga tiempo de darse cuenta del cambio de registro, se produce un intento de asesinato: un desconocido se abalanza en la oscuridad sobre Joséphine y le asesta varias puñaladas, sin lograr herirla. Habida cuenta de la ausencia de enemigos en la vida de la escritora, ésta no duda en atribuir el asalto a un mero azar: un simple ladrón o un desquiciado que la eligió sin motivo como blanco de su ataque. Y trata de olvidarse del incidente con la mayor rapidez posible (ni siquiera lo denuncia en la comisaría)... Pero las cosas se irán enredando a gran velocidad: tres personas que pertenecen a su órbita cercana irán siendo asesinadas de forma paulatina. Son demasiadas coincidencias como para no preocuparse.
No obstante, sería sumamente injusto presentar esta novela (continuación de la exitosa Los ojos amarillos de los cocodrilos, publicada igualmente en España por La esfera de los libros) como un simple relato de misterio o de espíritu policial. Katherine Pancol, dueña de un elegante bisturí psicológico, nos ofrece en las páginas de este voluminoso tomo, traducido por Juan Carlos Durán, un buen número de retratos que, sin caer en el estereotipo, enriquecen la historia de una manera muy notable: la timidez asombrosa de Joséphine, la egolatría oceánica de Iris, el bostezo adolescente de Zoé, la enigmática lejanía de Mylène, el espíritu innovador e independiente de Hortense, la precocidad risible del bebé Junior (que protagoniza secuencias de una memorable comicidad), el inquietante desdoblamiento de Luca y Vittorio, la petulancia inadmisible de Henriette o la ambigüedad emocional de Philippe son fibras de gran vigor que sostienen en pie esta novela e impulsan a los lectores durante su paseo por ella.Les dirá una última cosa: si pertenecen ustedes a la cofradía de quienes sólo se sumergen en Grandes Obras de la Historia de la Literatura (cuatro mayúsculas sospechosas), olvídense de esta novela: les parecerá intrascendente. Si, por el contrario, están dispuestos a admitir que existen libros cuyo objetivo puede ser la distracción y que eso no está reñido con la elegancia formal, una cierta dosis de humor, un buen manejo del tiempo narrativo, una adecuada orquestación de sorpresas y hasta la consecución de episodios de alta literatura, no teman bucear en esta novela. Les garantizo que descubrirán a una escritora de raza y con un excelente ritmo de prosa, que les cautivará.
4 comentarios:
Las mayúsculas siempre nos meten en líos.
Me llamó la atención cuando lo vi, la verdad.
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Yo lo descargué gratis de aquí, el link funciona bien y está completo:
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