domingo, 19 de agosto de 2012

Stephen Hawking. Su vida y obra



Durante muchos años, en el imaginario colectivo, el hombre de la silla de ruedas fue Ironside, aquel investigador corpulento, poco expresivo y siempre con el traje puesto, que interpretaba Raymond Burr. Pero desde entonces la imagen ha sido suplantada por una otra radicalmente distinta: la de un tipo escuchimizado, muy expresivo y con la ropa casi siempre hecha un gurruño. Hablamos, como es lógico, de Stephen William Hawking, el físico teórico nacido en Oxford en enero de 1942 y que se ha convertido desde los años 80 en un auténtico icono mediático. No sólo por padecer esclerosis lateral amiotrófica (ELA) y haber sobrevivido durante décadas a la enfermedad, contra todo pronóstico; sino porque existe un consenso más o menos generalizado a la hora de considerar que es una de las mentes más luminosas, privilegiadas y enérgicas que ha dado el siglo XX en el ámbito de la ciencia.
Kitty Ferguson, autora de esta biografía que ahora traducen Julia Alquézar y Ana Guelbenzu para la editorial Crítica, afirma en la página 33 que Hawking es «uno de los gigantes intelectuales de nuestro mundo moderno, y una de sus figuras más heroicas», y seguramente no le falta razón. Para concedérsela sólo tenemos que imaginar a un hombre que lleva décadas postrado en una silla de ruedas y que se comunica mediante un ordenador porque ya no atesora la capacidad del habla. Pero esas monstruosas limitaciones no le han impedido convertirse en uno de los teóricos más brillantes de las matemáticas y la astrofísica. Ésa es, podríamos decir, la parte que todos conocemos de Stephen Hawking, porque ha aparecido docenas de veces en periódicos y televisiones. Pero la investigadora Kitty Ferguson nos acerca a muchos otros aspectos del científico oxoniense que resultarán chocantes a la gran mayoría del público. Por ejemplo, que Hawking fue un estudiante perezoso y gamberro; que colaboraba como timonel en el club de remo de su universidad; que cuando ya era un genio reconocido internacionalmente, el Departamento de Salud del Reino Unido le negó la subvención necesaria para comprarse una silla de ruedas eléctrica (año 1975); que siempre ha conducido su silla «como un bólido imprudente dando por supuesto que tenía prioridad. Sus conocidos pensaban que era más probable que muriera arrollado por un camión que de la ELA» (página 193); que tras una noche de fiesta cantó Yellow submarine, de los Beatles, en un karaoke, utilizando su sintetizador de voz (páginas 205-206); que en una ocasión pisó con su silla al príncipe Carlos de Inglaterra y se difundió el rumor de que deseaba hacer lo mismo con Margaret Thatcher (Hawking declaró al respecto: «Se trata sólo de un rumor malicioso. Pisaré con la silla a cualquiera que lo repita», página 111); que tuvieron que hospitalizarlo a causa de un accidente “sillístico” («Tuve un enfrentamiento con una pared unos días antes de Navidad, y ganó ella», nos dice el físico en la página 249); o que se le concedió el capricho de aparecer en un capítulo de su serie favorita, Star Trek.
Pero todas estas jugosas anécdotas, que pueblan una de las mitades de este libro, no deben oscurecer la otra sección: aquella que resume y explica algunas de sus aportaciones colosales al mundo de la ciencia actual. Vemos ahí lo que Stephen Hawking piensa acerca de los agujeros negros, la materia oscura del universo, la teoría de las supercuerdas, la gravedad N=8, los agujeros de gusano o la curvatura del espaciotiempo. Y ahí, me temo, serán pocos los lectores que conseguirán seguir los razonamientos del volumen. No porque Kitty Ferguson no se explique con toda la claridad posible (que lo intenta), sino porque la materia en sí es tan abstrusa y tan coloidal que se escurre entre las neuronas de un lector medio. Yo aconsejaría, de todas formas, que se intentase. Hace tiempo que sabemos que la ciencia avanza desde hace décadas por senderos cada vez más anonadantes y no parece muy inteligente dejar que se nos escape ese tren de conocimiento (la noticia que ha saltado a los medios últimamente acerca del bosón de Higgins formaría parte de esa ruta). Para estar en el camino de entenderlos, es probable que estas páginas resulten un documento muy valioso.

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