A veces, a los escritores más singulares no hay que buscarlos en las páginas de los suplementos, sino en reductos más aislados, menos glamourosos. Es el caso del murciano Juan Tudela Gómez, que lleva un lustro publicando sus obras en el silencio de la provincia, decantando sus páginas con la lentitud de quien sabe que lo importante no es editar en este o aquel sello, sino escribir lo que uno desea, ajeno a prisas y etiquetas, e irlo entregando a los lectores para que evalúen por sí mismos lo que de hermoso, trascendente o aprovechable hay en su trabajo. De ahí que este escritor lírico y reconcentrado se dedique a mirar en dos direcciones principales para nutrir sus escritos: el ayer y su entorno. El ayer, porque sabe que hay millones de historias que quedarán erosionadas por la crueldad de la amnesia, si nadie las rescata y plasma en los folios para darles una pequeña inmortalidad de tinta. Su entorno, porque es consciente, cervantinamente consciente, de que si cuentas lo que pasa a tu alrededor estás realizando una labor impagable para entender el mundo (y para hacer que otros lo entiendan). Con estas direcciones gobernando su mente, la prosa de Juan Tudela avanza suave como un río, con sus metáforas, su colorido y su majestad de orfebre, que se advierte en textos como “Empezar de nuevo” (donde nos entrega en dieciséis líneas una historia bien singular, en la que humor y tristeza se dan la mano: una mujer que ha decidido acudir a la boda de su mejor amiga y de su antiguo novio con la intención de quedarse desnuda en la iglesia, lanzando su vestido contra el altar, a la vez que los barniza de insultos) o como “Muchas noches te sueño” (donde nos habla en trece líneas del desgarro de un hombre que, tras el accidente que ha segado la vida de su esposa, se queda con el hijo común en los brazos, aferrándose a él para sobrevivir al dolor). Pero podríamos aducir también como escenas imborrables de este libro la voluntad de estampa que persigue en algunas de ellas (“Página de aquella tarde en el río”), los homenajes que tributa a Bioy Casares y Valle-Inclán (“En otra isla” y “El lunático”, respectivamente) o el excelente humor costumbrista que despliega en textos como “Los zagales y las mandarinas”.
Un libro, en suma, para leer con el respeto que siempre deberíamos tributar a las obras decantadas, destiladas, breves e inteligentes. Unas ilustraciones magníficas del pintor Juan José Ayllón y un prólogo muy atinado de Andrés Boluda completan la oferta de este volumen.