Una vez muerto el escritor chileno Roberto Bolaño
(lo hizo en julio de 2003 en Barcelona), han comenzado a salir a la luz algunas
obras que permanecían aletargadas en el disco duro de su ordenador. Y este
parto múltiple y dilatado en el tiempo (los responsables de su herencia
cultural aseguran que aún quedan muchas páginas por rescatar del silencio
informático) está permitiendo que miles de nuevos lectores se sumen a la
celebración de sus virtudes narrativas, que ni fueron pocas ni fáciles de
asimilar al principio.
Ahora, la editorial Anagrama nos ofrece esta
interesante novela que se construye sobre un trío de personajes poderosos, que
narran los sucesos de forma alternativa. El primero es Remo Morán, un
sudamericano que vive en la localidad catalana de Z, donde ha conseguido una
situación económica desahogada, aunque no boyante; el segundo es Gaspar
Heredia, poeta y amigo de Remo Morán quien, con sus papeles de residencia en
estado irregular e inmerso en una situación económica más bien angustiosa,
acepta el trabajo que Remo le ofrece como vigilante nocturno de un camping; el
tercero es Enric Rosquelles, un psicólogo que trabaja en el ayuntamiento de la
localidad y que ha llegado a ser la mano derecha de la alcaldesa, Pilar. Estos
tres personajes giran como satélites alrededor de Nuria, una joven patinadora
de Z que, después de sufrir una humillante postergación en el equipo olímpico,
ha retornado al pueblo. Enric Rosquelles, nada más conocerla, se sentirá
atraído por la muchacha, para la cual comenzará a construir, con dinero
municipal y en el más absoluto de los secretos, una pista de hielo. El objetivo
es que Nuria pueda seguir entrenándose varias horas al día y que, unos meses
después, esté en condiciones de presentarse de nuevo ante los jueces del equipo
olímpico y demostrarles que merece la readmisión con todos los honores. Pero
Nuria, aunque acepta este vasallaje amoroso y esta prevaricación manifiesta, se
decantará por las caricias (menos retóricas y más carnales) que le tributa Remo
Morán, al que Enric odia desde hace tiempo.
El cuerpo de la novela consiste, pues, en tres
largas intervenciones fragmentadas (el ritmo está cuidadosamente calculado) en
las que Remo, Gaspar y Enric nos van dando su versión sobre el asesinato que ha
tenido lugar en Z. ¿Quién ha muerto? ¿Quién ha sido el autor del crimen? ¿Cuál
ha sido el móvil que lo ha impulsado? Para recibir la respuesta a esos
interrogantes, Roberto Bolaño nos invita a que buceemos en una historia
complicada y sencilla, donde el amor, el rencor, los prejuicios, las
componendas políticas, las ilusiones y el azar tejen su dibujo sobre el
cañamazo del fracaso. Muy destacables son también algunos de los personajes
secundarios (la vagabunda Caridad; Laia, hermana pequeña de Nuria; Pilar, la alcaldesa),
que festonean la trama central y la vuelven más creíble y seductora. Y,
gravitando sobre el conjunto y dándole vida, percibimos en todo momento la
prosa elegante e inconfundible del autor.
Y esto me lleva a una última consideración: han
comenzado a circular por ahí (búsquelas quien esté dispuesto a conceder crédito
a las maledicencias) las voces suspicaces que afirman que parece sospechoso que
en el ordenador de Bolaño existan tantos inéditos; y se ha invocado con ironía
sangrienta el precedente del Cid, que obtuvo sonoras victorias después de
muerto. Yo, puestos a exonerar historias antiguas, prefiero recordar aquella
vieja fábula que circuló a mediados de los años 60 y que afirmaba que el beatle
Paul McCartney había muerto en un accidente de automóvil y había sido
sustituido por un doble. Aquel absurdo generó niágaras de tinta hasta que
alguien se atrevió por fin a poner algo de sensatez en el dislate, afirmando
que, hubiera o no hubiera algo de verdad en aquella leyenda urbana, habían
logrado suplirlo por un doble tan maravilloso que, francamente, daba lo mismo
que el auténtico ya no respirara. Si alguien se está dedicando a «fabricar»
novelas para que las editoriales las comercialicen con el nombre de Roberto
Bolaño, lo está haciendo tan condenadamente bien que sólo resta felicitarlo y
darle la bienvenida al mundo literario español. Hay muertos que siguen
escribiendo mejor que la mayor parte de los vivos.
8 comentarios:
Quiero leer tumbada en la cinta transportadora
;)
Amigo Rubén,
Para acallar esas suspicacias que comentas, añadiré que tengo en casa un ejemplar de Una pista de hielo, sin corregir, editado en 1993. Fue el manuscrito con el que Bolaño ganó el premio Alcalá de Narrativa, cuando todavía pasaba hambre y necesidad. Y te aseguro que Bolaño fue en persona a recoger ese premio.
Otra cosa distinta es la cuestión de si la viuda oficial, el nuevo agente literario, o los editores, tienen derecho a publicar todos los inéditos de Bolaño que se les antoje, sin tener en cuenta las voluntades en vida del autor.
Una buena crítica, Rubén, como siempre. Te mando un abrazo fuerte desde Madrid.
Sean Felices, un guiño muy amable por tu parte.
Juan Jacinto, recibo el abrazo y te lo devuelvo multiplicado por mi agradecimiento
Yo de este hombre sólo he leído los cuentos y no todos me gustaron. Salvé con muchos honores "El gaucho insufrible", que me moría de risa leyéndolo. Un poco demasiado lleno de fatuidad parece a veces. Lo mismo me da que sean suyas las novelas y los cuentos, que de otro cualquiera que con su nombre firme. ¿Qué es un nombre, qué es un hombre, o una mujer, para ser equitativos? Pues nada, al final. Lo que hay es lo que se deja. Todas esas cosas de las biografías, los apócrifos y demás, me dan igual. Y eso que mi padre se pasó media vida persiguiendo a un apócrifo. Cada cual tiene su fetichismo. Por defecto de fabricación, yo no tengo ninguno.
Si después de la muerte hay algo, querida Fuensanta, seguro que don Miguel ya le ha contado a tu padre la verdad de aquel misterio y le habrá susurrado el nombre del enigmático impostor.
A mi Bolaño se me atragantó con Los Detectives salvajes. Demasiada madeja.
Ésta es muchísimo más liviana, don supersalvajuan. Más lineal, más directa. A mí me ha convencido.
Hace años que leí Los Detectives Salvajes. No la entendí muy bien. De hecho, debo admitir que, al cabo de tantos cientos de páginas, no llegué a localizar ningún detective (aunque sí unos cuantos salvajes). Pero me gustó. La cogía con gusto y me dejaba llevar por pasajes que no siempre sabía a dónde me iban a llevar, y que, de hecho, muchas veces no me llevaban a ninguna parte. Sin embargo, desde entonces miro los libros de Roberto Bolaño con mucha prevención; siempre me parecen muy largos, o muy caros, o están colocados en una estantería demasiado alta. El caso es que no he vuelto a leer ningún libro suyo, y mis gustos literarios parece que van ahora por otros derroteros. Eso sí, hacía un buen papel secundario (o quizá no tan secundario) en Soldados de Salamina
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