martes, 2 de noviembre de 2010

La pluma de Monteverdi



Dejando a un lado la espinosa cuestión de si existe realmente un tipo de novelas al que podamos llamar «históricas» (polémica más bien larga y estéril, que nos llevaría muy lejos y que en realidad no nos iba a aportar gran cosa desde el punto de vista literario), podemos decir que existen dos maneras fundamentales de concebir ese tipo de obras: la primera consiste en amontonar fechas, documentos que se pueden cotejar, datos indumentarios o gastronómicos, personajes conocidos de la época y, para perplejidad de los lectores, una bibliografía abrumadora citada al final con todo lujo de detalles, como si en lugar de una novela redactada para nuestro solaz y distracción leyéramos el último trabajo ensayístico del profesor Geoffrey Parker; la otra consiste en que la persona que escribe el libro «conozca» todo eso, pero tenga la galana cortesía de no abrumar a quienes visiten su libro con pormenores tan odiosos como pedantes, que más que demostrar su sabiduría nos dan la impresión de que ha intentado vestirla con un traje de pavo real. Los datos pueden estar ahí, pero servidos por la vía novelesca, con habilidad, discreción, tino y buen criterio.
Esta última forma de trabajar es la que ha elegido la abogada Irene Mora (Madrid, 1972) para urdir La pluma de Monteverdi, que le ha publicado La Esfera de los Libros. En sus páginas nos cuenta cómo Helena, una traductora bien situada que ha decidido tomarse el día libre, recibe en su casa un paquete postal de lo más curioso: una caja antigua que le remite desde Londres un bufete de abogados, como última voluntad de su tía Delia. En su interior encuentra un diario manuscrito de gran antigüedad y una pluma de escribanía no menos añosa. Desconcertada, pero a la vez curiosa, Helena comienza a leer con gran dificultad las líneas del diario, que le deparan una historia fascinante... Y ahí es donde comienza la auténtica novela. Se nos refiere cómo Ariadna, una joven sirvienta que estuvo a las órdenes de un pobre recaudador de impuestos llamado don Miguel de Cervantes, decide marchar hacia Italia porque tiene un sueño premonitorio que así se lo aconseja. Es heredera de una tradición secular que no puede interrumpirse: ha de hacer llegar la pluma que tiene en sus manos a una persona de extraordinario talento (a quien debe descubrir de un modo intuitivo) para que con ella componga obras inmortales. La pluma, que se va transmitiendo de madres a hijas por línea de sangre, ha pasado por las manos de grandes colosos de la Antigüedad, como Averroes, y ahora busca a su nuevo usuario: el prometedor músico Claudio Monteverdi. Sin duda, con ella le resultará más fácil llevar a término las innovaciones técnicas que alborotan en el interior de su cabeza, y que cristalizarán en el género luego llamado ópera. Pero sin duda no será una tarea fácil: de un lado está la incredulidad de Monteverdi, que no está muy convencido de que los poderes mágicos de esa pluma sean reales (creerse algo así no es sencillo, sobre todo cuando se tiene una familia a la que alimentar); de otro lado, hay unos poderes oscuros en el seno de la iglesia, que están deseosos de hacerse con el control de tan sugestivo artefacto.
Irene Mora, que podría haber optado (como muchos autores han hecho últimamente) por escribir una novela escorada hacia el oscurantismo ramplón, ha sabido mantenerse alejada de esas tentaciones espurias y ha logrado un texto de gran equilibrio, redactado con sobriedad. Es elegante en sus tiempos lentos y febril en las secuencias rápidas, lo cual dice mucho de sus méritos como narradora. Pero lo más sorprendente de todo es que consiga mantener en pie la trama mitológica de la que parte para su fabulación, sin que se resienta la credibilidad de la historia. No es pequeño logro. Y una pregunta que dejo en el aire: ¿nos habrá dejado la autora en la página 219 una pista sobre el argumento de su próxima novela? No sería tan disparatado que así fuese. En todo caso, lo más importante es que La pluma de Monteverdi es una novela llena de interés, donde tenemos acceso a una nueva voz en la narrativa española.

6 comentarios:

supersalvajuan dijo...

Oscurantismo ramplón (eso es lo que yo leía en mis manuales de la facultad). Esto pinta mejor

Félix G. Modroño dijo...

El mundo es un pañuelo.

Sarashina dijo...

Hijo, Rubén, es que te lees lo que no está escrito. En fin, yo ya renuncié a seguirte por todos los senderos que practicas tan alegremente. Lo mío es mucho más lento, y, desde luego, más convencional. Si cayera en mis manos, no te digo que no, pero no iré a buscarlo.

Leandro dijo...

Pero bueno, vamos a ver... ¿y por qué no le dio la pluma a Cervantes, teniéndolo como lo tenía mucho más cerca?

rubencastillogallego dijo...

Ahhhh. Quizá en la novela esté la respuesta...

Leandro dijo...

Me lo temía