Resulta extraño que, en España, un
libro de Historia decida circular por vericuetos que no sean los del
catastrofismo, la autoflagelación o la soberbia. Pero la profesora Carmen
Iglesias lo ha llevado a término. A sus inteligentes análisis anteriores sobre
Rousseau o Montesquieu, y a sus estudios sobre el devenir histórico de nuestra
nación, se le suma ahora un volumen de grandes dimensiones (más de mil páginas)
y alta ambición intelectual que, con el título de No siempre lo peor es cierto, le ha publicado Galaxia Gutenberg –
Círculo de Lectores.
Allí, después
de lamentar la arrogancia de quienes —desde la derecha o la izquierda— han
tachado de aciaga toda nuestra historia y se han presentado como los salvadores
del país (pág. 21), la catedrática y académica Carmen Iglesias nos va
ofreciendo un recorrido minucioso por temas tan diversos como la imagen que los
demás han tenido siempre sobre nosotros (“España desde fuera”); sobre la
función, atribuciones y limitaciones de los reyes (“El gobierno de la monarquía”);
sobre los modelos familiares que han existido en el pasado español (“Infancia y
familia en el Antiguo Régimen”); sobre aquellos españoles que quisieron
incorporar a nuestro país al progreso europeo, y que fueron incomprendidos y
vilipendiados (“El drama de los afrancesados. Patriotas o traidores”); o, en
fin, sobre las estructuras políticas más notables que han regido durante el
siglo XX en España (“Las constituciones de 1931 y de 1978” ).
Pero ese
repaso, lejos de estancarse en la sequedad de los datos numéricos o
ideológicos, incorpora también un buen racimo de curiosidades, que llenan de
luz, sonrisas y colores las páginas del tomo. Así, por ejemplo, recuerda la
anécdota registrada por Julio Caro Baroja en una plaza de toros, en el año
1950: un enorme cartel donde podía leerse “Los de Haro saludan a la afición y a
todos los forasteros, menos a los de Logroño” (pág. 45); o nos explica que
Rousseau fue uno de los filósofos que se preocuparon de recomendar la lactancia
materna (pág. 319); o nos enumera las vicisitudes que hubo de soportar el
proceso de instalación del tren en España, porque su velocidad extrema (es
decir, 40 kilómetros
por hora) podría provocar ceguera a los viajeros; o recuerda que, según los
expertos de la época, su insano traqueteo ocasionaba una curiosa enfermedad
llamada delirium furiosum; o registra y comenta el anonadante altercado que
protagonizó un grupo de mujeres de la Barceloneta , que intentaron asaltar la estación
de Mataró, ante los rumores de que las locomotoras de aquella máquina infernal
eran lubricadas con grasa de bebés (pág. 553).
En resumen, un
libro con el que aprender y con el que distraerse. Y, sobre todo, con el que
reconciliarnos con nosotros mismos. Ni mejores ni peores que los demás: simples
seres humanos braceando contra la
Historia y contra el Tiempo.