Aunque supongo que mitigado por las versiones previas orales y
cinematográficas que ya conocía, aún me conmueve el impacto de la novela Un mundo feliz, de Aldous Huxley, que me
traduce Ramón Hernández (Plaza & Janés, Barcelona, 1969).
Horripila, bien es cierto, esa asepsia maquinista, fríamente acerada, que
el mundo de Mustafá Mond propone: seres clónicos tarados producidos para
trabajar; la droga llamada “soma” como alivio para los momentos duros de la
vida; el “condicionamiento” psicológico al que son sometidos desde que nacen;
etc. Pero también me horripila (lo diré todo) la ñoñería catecúmena del
Salvaje, quien, como purgación frente a ese mundo horrible cuyas tesis no
comparte, se transforma en un eremita, se flagela con un látigo y abraza
ortigas para diluir sus deseos sexuales.
Me ha llamado también la atención que el Dios de este nuevo mundo sea Henry
Ford; que en la cremación de cadáveres se aproveche el fósforo (un kilo y medio
por cada adulto); que hayan eliminado moscas y mosquitos de su mundo; etc. Una
obra dura, inquietante, inteligentemente planteada, en la que quizá sobra (es
mi opinión, y no me resisto a formularla) el exceso de moralina teológica de
sus páginas finales.
“Los que se sienten despreciados procuran aparecer despectivos”. “Una de
las principales funciones de nuestros amigos estriba en sufrir (en formas más
suaves y simbólicas) los castigos que querríamos infligir, y no podemos, a
nuestros enemigos”. “La felicidad nunca tiene grandeza”.
1 comentario:
Cuando nos hicieron leer el libro, y digo bien con lo de nos hicieron, yo esperaba encontrarme desde mi mente adolescente y mi visión geocéntrica del mundo otra cosa...cuando nos preguntaron nuestras impresiones yo dije: me ha dado miedo. Y el resto de la casa se partió de la risa...¿A qué tú si me entiendes? no era un miedo ante un monstruo imaginario que devoraba cerebros o chupara la sangre al caer la noche, era un monstruo incorpóreo, maligno, terrorífico como pocos...e insistí en que me había dado mucho miedo y me daban ganas de llorar.
Ea.
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