miércoles, 26 de julio de 2017

Luz de cobre



Una de las exigencias más viles que ha acometido siempre el Poder ha sido el de exhortar a las víctimas para que abandonen el ejercicio de la memoria. Que no recuerden las atrocidades padecidas, que no realicen la contabilidad de los oprobios, que no mantengan viva la llama del recuerdo. Porque eso, les dicen, constituye pecado de rencor. Si tu abuelo recibió desdenes, soportó humillaciones, experimentó hambre o descansa en una cuneta, sonríe a los victimarios y no les exijas explicaciones; si tu padre fue torturado o sufrió prisión injusta, atribúyelo al signo de los tiempos y sepulta el recuerdo con paletadas de amnesia. De lo contrario, incurrirás en el abominable defecto de la buena memoria.
Pedro Antonio Martínez Robles (Calasparra, 1959) acaba de novelar en Luz de cobre sobre la postguerra civil española situando a sus personajes en un tiempo aciago (1945-1952) y en un entorno rural perfectamente reconocible (el noroeste de la región de Murcia), donde los cereales, el río Argos, el frío invernal, las abacerías, el áspero vino pobre, las cabras ordeñadas, las hachas pineras y el silencio devienen trazos de un paisaje desgarrador. En él podemos observar cómo los vencedores de aquella sangría nacional que estalló en 1936 han perpetuado un modelo de servidumbres, explotación y revanchismo que tiene en la Casa del Comendador su mejor síntesis: un lugar donde se encarcela, se golpea, se veja y se asesina sin ninguna garantía jurídica. Allí retendrán abusivamente al padre de Marcos (el narrador de la historia) por un problema con la cosecha de trigo; allí se encuentra el padre del Pelao, gran amigo de Marcos; allí torturarán inicuamente a Sebastián Valero, al que se acusa sin pruebas de un crimen de sangre… Pero, sobre todo, en esta novela se nos habla de un tiempo de penurias, registrado en los ojos de los niños que lo padecieron: la caza de pájaros con cepo, la ingestión de cáscaras de naranjas para llenar el estómago, los pantalones viejos sujetos con un trozo de guita, la ausencia de luz eléctrica o de agua corriente en las casas.

A esta suma de virtudes hay que añadir, al menos, una más: haber creado las figuras del Pardico y de Camila Olivenza, que ya pertenecen, sin exageración, al grupo de personajes imborrables de la literatura murciana de todos los tiempos. ¿Se necesitan más incentivos para buscar este libro y leerlo? Muy recomendable.

1 comentario:

La Pelipequirroja del Gato Trotero dijo...

Mira, no conozco el libro pero me has tocado la fibra sensible, es decir Guerra o Postguerra Civil y me sube la bilirrubina ¡Si hubieras conocido a mi abuelo paterno...! Te puedo contar de historias que he recabado de supervivientes durante años y años, y conocí a un maquis, y a un hombre que estuvo dos décadas tras una alacena viviendo...

Que me enciende el tema, me enciende...

Besos 💋💋💋