jueves, 15 de mayo de 2025

Soldados de Salamina

 


Leo por tercera vez Soldados de Salamina, de Javier Cercas, para incorporar el libro a mi blog (en las dos primeras lecturas aún no lo había creado). Y vuelvo a sentir la embriaguez de una historia espléndidamente contada, que se vertebra alrededor de una traumática experiencia sufrida por Rafael Sánchez Mazas en 1939: tras ser sometido en Cataluña a un fusilamiento imperfecto (discúlpese la adjetivación, que no es burlona, sino descriptiva), huyó al cercano bosque y, allí, el miliciano que lo descubrió prefirió perdonarle la vida y no denunciarlo ante sus camaradas. Horas más tarde, unos lugareños se encontraron con él y lo cuidaron. Tras acabar la contienda, Sánchez Mazas terminó convirtiéndose en gerifalte destacado (incluso llegó a ministro) del primer régimen franquista. Medio siglo después, un periodista con impulsos literarios (que se llama Javier Cercas y que es autor de las novelas El inquilino y El móvil) se pregunta cuánto hubo de verdad en estos sucesos y cuánto de recuerdo elaborado con posterioridad. Y, sobre todo, se pregunta por la identidad de aquel anónimo miliciano que lo dejó con vida. ¿Qué pensó, mientras lo miraba a los ojos y fingía no verlo, para que sus compañeros no lo mataran? Poco a poco, Javier Cercas va entrevistándose con los protagonistas de entonces (o con sus hijos) para reconstruir la historia y nos ofrece los resultados en este texto, que participa de la fantasía y de la realidad, de la historia y de la novela.

Esa es la sustancia de Soldados de Salamina, en la que desde su primera página nos sentimos absorbidos por aquel mundo horrendo de las postrimerías de la guerra civil y, sobre todo, por la experiencia sufrida por Sánchez Mazas, cuyas convicciones políticas, “rebajadas a la categoría de ornamento ideológico por el militarote gordezuelo, afeminado, incompetente, astuto y conservador que las usurpó, acabarían convertidas en la parafernalia cada vez más podrida y huérfana de significado con la que un puñado de patanes luchó durante cuarenta años de pesadumbre por justificar su régimen de mierda” (p.86). Imposible decirlo de una forma más contundente.

Pero, sobre todo, lo que queda después de la lectura en los ojos, en el cerebro y en el corazón es la sensación de haber paladeado un libro excepcional, rotundo, firme, bello y de final melancólico (qué final, qué final: de los más brillantes que pueden leerse en la literatura española de las últimas décadas), que tributa un homenaje más que merecido a quienes en un tiempo aciago combatieron con honestidad por sus ideas y que, en las décadas siguientes, fueron languideciendo entre la desmemoria ingrata de sus compatriotas.

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