Después
de muchos años (no especificaré cuántos, porque ciertas aritméticas empujan eficazmente
hacia la depresión), recupero los versos de Andrés García Cerdán, que desde mi
primera aproximación me parecieron muy atractivos, con su infrecuente mezcla de
juventud, sabiduría, desparpajo, aplomo y multiculturalismo, que me hacía
gastar lápices rojos, subrayando en los márgenes y poniendo crucecitas, signos
de exclamación o asteriscos.
Abramos
el libro y leamos el arranque: “¿Escribir? Sé que no importa cuanto escribo / y
juego, sin embargo, apostando el corazón”. Acudamos a la última página y leamos
el cierre: “En la carretera de los días”. En medio, un hermoso búcaro donde
junto a las flores reposan músicas (Smashing Pumpkins, Rosendo, Janis Joplin,
Joey Ramone) o literatura (Catulo, Garcilaso, Pound, Breton, Borges, Cortázar),
pero también aventuras llenas de imaginación en las que se riega los geranios
con ginebra, se nos habla de la felicidad “de las monjas y los maniquíes”, se
aquilatan con palabras nuevas los viejos tópicos antiguos (“Aprovecha las horas
y deja que las horas / se aprovechen de ti. Como un pájaro, canta”), caracolea
poemas en los que todos los versos terminan con la misma palabra (“Como una
flor”), juega con personajes shakespeareanos para titular con gracejo una
composición (“Yorickeando”), rinde homenaje al autor del Quijote (“Me
encomiendo al licenciado Vidriera”) o nos sorprende con un poema, que titula
“Avaricia” y que cobija un solo verso: “Lo guardo todo para ti”.
Andrés García Cerdán, versátil, convincente y maduro (por este libro recibió el XVI premio de poesía Antonio Oliver Belmás), me recuerda que tengo que visitar otra vez sus obras anteriores, que me esperan en la estantería.
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