La
muerte de la persona amada, de aquel ser con quien compartes tu vida. Es sin
duda uno de los grandes traumas, uno de los grandes vértigos, una de las
grandes angustias. ¿Quién no ha tenido pesadillas en las que se ha visto
enfrentado con esa posibilidad? Miguel Delibes, el espléndido novelista
vallisoletano, lo hace en Señora de rojo sobre fondo gris a través del
exitoso pintor Nicolás, casado con Ana. Ella no solamente es la mujer con la
que tiene hijos y nietos, sino también la persona que “con su sola presencia
aligeraba la pesadumbre de vivir”: su musa, su sostén existencial, su
contrapeso sonriente, su gran apoyo. Lo ha sido en su vida artística
(encargándose de las exposiciones y de acompañarlo cuando ha impartido charlas
en medio mundo), pero también en su vida doméstica (fue ella la que se encargó
de telefonear y visitar a personas importantes cuando sus seres queridos fueron
detenidos, en los meses finales del franquismo). Ana ha sido el vigor, la
entereza, la columna que ha sostenido en pie todo su vivir.
Y,
de pronto, irrumpieron los problemas que afectaban a su salud. Primero, ciertos
signos de fatiga, que fueron diagnosticados de forma provisional como anemia
ferropénica; después, otros más complicados, que afectaban al equilibrio, la
audición, la expresión del rostro. Y entonces el dictamen de los médicos fue
más riguroso: tenía un tumor craneal, que debía ser extirpado a toda costa.
¿Cómo
se enfrenta Nicolás a ese desmoronamiento? ¿Cómo contempla los tintes más bien
fúnebres que parecen abatirse sobre su vida? Con una prosa tan elegante como
austera, Delibes nos sitúa ante los ojos un espejo terrible, porque nos plantea
una reflexión que desazona, desde su misma entraña: ¿cómo actuaría yo si ese
vendaval se abatiese sobre mí?
Novela tan dura como emotiva. Muy recomendable.