martes, 31 de mayo de 2022

El pasajero de la noche

 


Vuelvo al teatro de María Manuela Reina y vuelvo a salir muy satisfecho de la decisión, porque El pasajero de la noche se me antoja una obra espléndida, casi oftalmológica (en el sentido de que limpia y abre tus ojos como ser humano). Al principio, cuando un tímido Juan Pérez García consigue penetrar de noche en la casa del millonario Javier, protegida por alarmas, guardias armados y perros feroces, no entendemos muy bien cuáles son sus propósitos, porque el intruso se obstina en decir que solamente quiere hablar con el propietario, que además es el jefe de la empresa en la que Juan trabaja. ¿Ha sido despedido y pretende que su contratador rectifique o reflexione? ¿Planea asesinarlo, para vengarse de su descalabro profesional y económico? Nada sabemos, hasta que él mismo, cuando se encuentra a solas delante de Javier, le explica la amarga verdad: Juan acaba de descubrir que su esposa (ahora fallecida) y su jefe eran amantes. Ha llorado de tristeza y de decepción al descubrir que era “un ridículo marido engañado” (p.38), y eso le ha hecho comprender lo endeble que es nuestra felicidad como seres humanos (“Se ama a una persona y resulta que es una desconocida, que no se sabe nada de ella. Se confía en alguien y resulta que lleva una doble vida y que te traiciona”, p.41). ¿Viene Juan a vengarse? Sin duda. Pero quiere hacerlo de una forma poco calderoniana, diríamos, porque le acaba confesando a Javier que su manera de devolverle la ignominia ha sido acostarse con la esposa del jefe y con su poco agraciada hija, de las que se convirtió en amante simultáneo.

En ese instante, cuando el lector prevé que se va a producir un enfrentamiento entre ambos, aflora la parte más asombrosa de este vodevil: Javier y su esposa, Ernesto y la suya, todos los protagonistas, aceptan una cómoda situación de “elasticidad moral”, que les permite vivir sin daño en ese lodazal de infidelidades y camas giratorias. Pero es que incluso van más allá, porque tienen una propuesta para el sorprendido y asqueado viudo, que le exponen sin rubor.

Retrato de una sociedad hipócrita, millonaria, poderosa, huérfana de valores, manipuladora y snob (“Para mí no existen las tentaciones desagradables, como trabajar o tomar las cosas en serio”, expele Matilde), el círculo que Juan se ha atrevido a invadir establece sus propias normas… y también estipula sus propias venganzas. Pronto va a descubrirlo.

lunes, 30 de mayo de 2022

Primeros diarios

 


Hace años que estoy enamorado de varias editoriales. Entre ellas ocupa un puesto especial el sello Funambulista, que publica libros espléndidos, a los que acudo con devoción. Esta vez, se trata de los Primeros diarios de la gran Virginia Woolf, que traduce y anota Arcadia Molinas y que se centran en el período comprendido entre 1897 y 1909. Es decir, entre los 15 y los 27 años de la autora británica: su adolescencia, su primera juventud, su iniciación en los mundos de la lectura y la escritura.

Al principio, como es lógico, las anotaciones son breves e ingenuas, con una chica que nos cuenta su asistencia a recitales, la desaparición de una de sus zapatillas (se considera culpable al perro de la casa), las partidas de billar con su padre, sus estudios de alemán y latín, los juegos con su ratón Jacobi o las óperas a las que asiste. También se nos deja constancia de su tempranísima vocación ficcional, pues se nos habla de una novela (hoy perdida) que estaba componiendo y para la cual tenía pensado el título de The history of Maria’s and Jan’s Grand Tour. Y, salpicando el texto de forma continua, sus inteligentes y variadas lecturas (no pocas le fueron sugeridas por su padre), que incluyen a Dickens, Washington Irving, Henry James, Pepys, Hawthorne, Carlyle, Brontë o Walter Scott. Así, no sorprende que la muchacha llegue a afirmar que “los libros son el mayor refugio y consuelo” (p.67); y que incluso se plantee estudiar una “Licenciatura en Artes (si triunfan las mujeres)” (p.72): es su primer “pensamiento feminista”, a la muy temprana edad de 15 años.

En los años siguientes, Virginia Woolf va acendrando su estilo, intensificando su mirada y perfeccionando sus manejos estilísticos. Es consciente de que “la escritura no tiene fin, y cada vez espero hacerlo algo mejor” (p.119); y también es consciente de que se siente más cómoda entre libros y paisajes que entre los seres humanos (“Encuentro que la soledad es suficiente”, p.138). De esa forma, cada vez más silenciosa y observadora, cada vez más concentrada en su mirar y en su escribir, las páginas se van volviendo densas, profundas, introspectivas. Eso no impide que, en ocasiones, también se deje llevar por pulsiones más livianas, que incluso rozan el humorismo. Como ejemplo, invito a los lectores a que visiten las páginas 138-139, en las que Virginia Woolf desgrana un hilarante discurso sobre los balidos de las ovejas y su posible interpretación.

Los admiradores de esta exquisita narradora del Círculo de Bloomsbury disponen ahora, gracias a este libro que Funambulista vierte por primera vez al español, de un documento impagable sobre los primeros años de la autora de Orlando, Las olas o Al faro, y se sorprenderán de su precocidad.

Maravillosa apuesta editorial, que aplaudo con gratitud.

sábado, 28 de mayo de 2022

Inés y la alegría

 


Inés se define con tanta exactitud en la página 709 de esta novela que me voy a limitar a copiar sus palabras: “Una mujer joven, feliz, enamorada de un hombre y de muchos hombres, de un sueño roto y de sus pedazos, de una causa enterrada, más que perdida, condenada a una inexistencia más injusta que el olvido”. No son palabras casuales. La chica se educó en una familia de ideas falangistas, aunque ella desarrolló muy pronto las suyas (“En aquella época, yo ya había empezado a pensar por mi cuenta”, p.57), que la llevaron a frecuentar el Lyceum Club, donde se entera de la existencia de las Misiones Pedagógicas. Denunciada por un amigo de su hermano en 1939 terminó recalando en la cárcel de Ventas, y después en un convento (donde intentó suicidarse), del que salió para “reinsertarse” gracias a la intermediación de su hermano Ricardo y su cuñada Adela, pantomima que se prolonga hasta el año 1944, en que un acontecimiento crucial transformará su vida por completo: la invasión del Valle de Arán por tropas antifranquistas que se planteaban la reconquista de España. Tras unirse a los combatientes, conoce al capitán Galán y surgirá un amor impetuoso, irrefrenable, que la empapará hasta el tuétano (“Entre la invasión y él, entre España y él, entre la Historia y él, me quedaba con él”, p.316); a su lado sentirá el impulso de devolver la democracia a España, de luchar con entusiasmo por unos ideales de igualdad, de justicia y de libertad que se opongan a la asfixia dictatorial que domina su país. Tendrán que pasar por los disparos, por los escondites, por la clandestinidad, por documentos de identidad falsificados, por disimulos, por el hambre, por el exilio intermitente. Pero todos habrán de hacerlo, pese a los instantes de desánimo (y de ahí el título de la novela) con alegría. “Esa es la consigna, alegría. Para no acusar los mordiscos del destino, la muerte, el hambre, la farsa intolerable de los tribunales, el frío de los paredones al amanecer, la tenaz crueldad de una derrota que renace en la luz de cada mañana. Alegría para no venirse abajo, para no ablandarse, para no ceder al desánimo, para soportar las caídas, para caer con entereza, para aguantar la tortura con la boca cerrada en los sótanos de las comisarías” (pp. 458-459).

Personajes históricos como Santiago Carrillo, La Pasionaria o Jesús Monzón, se mezclan con Galán, Comprendes, Adela, Amparo, Montse o la propia Inés, para componer una novela densa, con hilos que cruzan del presente al pasado, con narraciones que se mezclan y se enriquecen, llena de emociones, de vibraciones y de anhelos, para terminar con una imagen melancólica, de éxito y de fracaso, de alegría triste, de tristeza alegre, en la que los supervivientes de aquellas luchas y de aquellas esperanzas posan, junto a una caja con cinco kilos de rosquillas, para que una fotografía los inmortalice.

Con este volumen, la escritora madrileña comenzó su proyecto “Episodios de una guerra interminable”, compuesto por seis tomos, de los que sólo cinco vieron la luz antes de la muerte de la autora. El titular genérico (ella misma lo explicó) suponía un homenaje a don Benito Pérez Galdós, quien tampoco pudo terminar sus propios Episodios.

Da igual que sean ustedes de derechas o de izquierdas, da igual lo que ustedes opinen sobre Franco, la IIª República, Almudena Grandes o el comunismo: esta obra es un auténtico monumento de la literatura española reciente. Por su belleza formal, por su estructura, por su documentación, por su solidez narrativa. Léanla y se convencerán.

jueves, 26 de mayo de 2022

Papi

 


Después de leer la novela corta Harvey pensé que sería interesante acudir a otro libro de Emma Cline para formarme una idea mucho más completa de su talento narrativo. Pensé, obviamente, en Las chicas, un trabajo que varias personas me habían recomendado en redes sociales; pero justo entonces surgió la noticia de que Anagrama lanzaba su obra Papi, traducida por Inga Pellisa, y decidí que me sumergiría en sus páginas. Ha sido, sin dudarlo, una estupenda idea.

Diez relatos le bastan a la escritora californiana para embriagar a los lectores con su carrusel de personajes (editores que se ponen al servicio de un excéntrico y caprichoso millonario para escribir su vida; reuniones familiares en las que se extiende el aroma de la frustración y de las viejas rencillas nunca resueltas del todo; personajes respetados del mundo del cine que se ven obligados a acudir al estreno de una sandez filmada por su hijo; actrices primerizas que encuentran un trabajo provisional en una tienda de ropa), con su habilidoso manejo de los tiempos narrativos y con su inteligente observación de los pequeños detalles (no es frecuente que la mirada de alguien tan joven alcance sus elevados niveles de profundización). Al final, cuando se cierra el volumen, se queda uno en silencio y se pregunta cuál será el siguiente paso de esta narradora.

Frente a las numerosas promesas incensadas hiperbólicamente por su primer libro que, al lanzar su segunda o tercera obra, comienzan a mostrar sus fallos y su inanidad, da la sensación de que Emma Cline tiene mucho más que ofrecer en el campo de la literatura: una voluntad firme y continua de observar y diseccionar los meandros del comportamiento humano, un espesor estilístico tan eficaz como invisible; y, sobre todo, la contundencia serena de quien sabe mirar y sabe contar. No es tan frecuente, créanme. Acérquense a sus páginas y compruébenlo.

martes, 24 de mayo de 2022

La libertad esclava

 


Dentro de mis oceánicas ignorancias en el mundo de la literatura ya no puedo incluir el nombre de la andaluza María Manuela Reina, de quien acabo de terminar con alegría y gratitud su obra teatral La libertad esclava, que obtuvo el premio Calderón de la Barca y que publicó el sello Antonio Machado. Qué maravilla. En ella me he tropezado con las figuras colosales de Martín Lutero y Erasmo de Rotterdam, que mantienen un encuentro tenso y fructífero (tras años de polémicas a distancia) en el que cada uno trata de explicar sus ideas al otro, para vencerlo o convencerlo.

Lutero se muestra desde el principio como un hombre sensual, interesado por las mujeres, buen bebedor y con aires manifiestamente soberbios (“Yo no puedo obligar a nadie a que comparta mis ideas. Quien desee equivocarse, que lo haga”, acto I); Erasmo, por el contrario, es meditabundo, reflexivo, prudente y humilde (“Sigo careciendo de certezas”, acto I). De tal forma que el diálogo que se establece entre ellos alcanza instantes de enorme tensión, sobre todo por parte de Lutero, que se deja llevar por su parte sanguínea y eleva mucho la voz, llegando incluso a zarandear al viejo Erasmo, del que lo enerva su imperturbable calma (“Yo soy un puñetazo en la mesa y vos un encogimiento de hombros”, acto II). El pensador neerlandés considera que la escisión generada por Lutero en el interior de la iglesia católica no se saldará con la desaparición de una de las dos partes, sino que provocará una lucha perpetua entre ambas, dada la innata inclinación hacia la violencia que late en el alma del ser humano.

Pero el objetivo último de la visita no es el mantenimiento de esta polémica (tan intelectualmente seductora como brillantemente literaria), sino otro bien distinto: Erasmo, llegado al final de su vida, alberga serias dudas sobre el sentido de la existencia y desea que Martín Lutero lo ayude. Y ahí la charla se adentra en lo más cálidamente personal, en lo más desgarrado, en lo más profundo.

Una magnífica obra de teatro que nos acerca, bajo el disfraz de la religión, a las grandes e insolubles preguntas sobre nosotros mismos, Dios y la muerte.

domingo, 22 de mayo de 2022

Mejor que no me lo expliques

 


Leamos el cuento que Imma Monsó coloca al frente de su libro Mejor que no me lo expliques, que publica el sello Alfaguara con la traducción de Roger Moreno: una mujer se obsesiona con descubrir la contraseña con la que su marido protege un documento donde, presuntamente, habla de ella. Incapaz de deducirla (o adivinarla) le pregunta de forma insistente a su esposo, pero él responde que, de vez en cuando, se la dice cuando ella está durmiendo. Leamos ahora el segundo de los relatos: una joven madre recibe la llamada telefónica de una amiga de más edad, francamente pesada, que la entretiene con sus bagatelas y meandros verbales durante el suficiente tiempo como para que se le quemen las cosas que tiene al fuego y su hijo pueda hacer las peores trastadas del mundo, huérfano de vigilancia. Leamos ahora el tercero, en el que un matrimonio formado por un hombre metódico y una mujer aburrida de la inercia conyugal experimentan una importante crisis que se resuelve con una carta larguísima, que el marido ni siquiera llega a leer... Podríamos extender este recorrido de resúmenes a los demás relatos del tomo, y los lectores advertirían de inmediato cuál es uno de sus temas nucleares: la incomunicación, que aquí queda envuelta en la fermosa cobertura de seis historias espléndidas.

Con gran elegancia expresiva, Imma Monsó nos hablará de muchachas que descubren paulatinamente a sus parientes de Burdeos, de chicas que viven en la ciudad de Asfixia o de mujeres casadas que, tras descubrir que en su interior crece un cáncer, descubren un nuevo modo de afrontar y expresar sus emociones.

Sin duda, un trabajo magnífico de la multipremiada y talentosa ilerdense, a la que terminaré (seguro) volviendo.

jueves, 19 de mayo de 2022

La finalista

 


Leer este libro e imaginárselo en la voz de Marisa López Soria es todo uno. Es habitual que suceda con sus historias, pero en ésta, especialmente, la sensación es vívida, inmediata, rotunda: ves la cara sonriente de Marisa; oyes la voz dulce y simpática de Marisa. De esa forma, la historia que nos cuenta La finalista (muy hermosamente ilustrada por Moisés Yagües y publicada por la editorial Mil y un Cuentos en 2013) adquiere unos tintes y unas resonancias especiales.

En sus páginas nos encontramos con la inagotable y ambiciosa Petigrís, una niña que corre, y corre, y corre, con el único objetivo de convertirse en ganadora de la carrera, de cualquier carrera en la que participe; pero el Destino le tiene siempre reservado el papel de finalista que, siendo honroso, a ella le parece insuficiente. Su obsesión es ganar, ganar, ganar. Para ello, practica, entrena, se esfuerza, se deja galvanizar por sus amigos, echa el bofe… pero nada parece ser bastante. Nunca accede a lo más alto del podio. Y, como es lógico, llega un momento en el que se impone reflexionar.

Un libro divertido, ágil y educativo, donde la competitividad y la insatisfacción permanentes son puestas en tela de juicio.

martes, 17 de mayo de 2022

La danza de los salmones

 


De pronto, el légamo del fondo del río comienza a alborotarse y burbujear: es el resultado que se produce cuando miles de huevecillos de salmón eclosionan y liberan a sus ocupantes. Comienza así la vida intensa y ajetreada de unos peces que, después de nacer en el río, viajarán hacia el mar. Allí permanecerán durante un tiempo hasta que, convocados por la llamada de la reproducción (la “danza”), vuelvan a sus orígenes, remontando la corriente para desovar y perpetuar la especie. Muchos sucumbirán antes, en las aguas marinas, devorados por depredadores de más envergadura; otros lo harán cuando se golpeen contra las rocas, después de uno de sus saltos prodigiosos para viajar contracorriente. Un pequeño porcentaje alcanzarán su objetivo.

La barcelonesa Mercedes Salisachs, otrora novelista de sólido prestigio y hoy bastante olvidada, nos cuenta en su novela La danza de los salmones una historia con estas líneas argumentales, en la que resulta muy fácil adivinar la intención metafórica que subyace en sus páginas. En ella conocemos a Patricio, un alevín que acaba de nacer y que, seducido por las enseñanzas del gran salmón Trueno, llega a la conclusión de que “la danza del amor suele ser la danza de la muerte”. Es decir, que resulta absurdo arriesgarse a perder la vida por cumplir un destino tan banal como la reproducción. ¿No será mejor mantenerse en el mar, rebelde, creciendo, fortaleciéndose, negándose a sucumbir a la llamada del instinto? Esa idea terminará dominándolo, incluso cuando aparezca en su vida Potámide, una hembra con la que, de buena gana, remontaría el río. Al final, después de sopesar las dos opciones, Patricio decide… lo que los lectores descubrirán en las últimas páginas de la obra. No soy quién para revelárselo.

Novela de textura y vocabulario sencillos, La danza de los salmones nos ayuda a reflexionar sobre quiénes somos, qué papel cumplimos en el ciclo de la vida y qué luces y sombras se esconden en cada uno de los senderos que podemos elegir.

domingo, 15 de mayo de 2022

La merienda de las niñas

 


Seguro que a ustedes les interesaría una historia donde se nos hablase de un hombre que ama y cuida en su casa a una sirena, a quien prodiga todo tipo de atenciones y mimos. Seguro que también les provocaría curiosidad acercarse a la extraña situación de un chico que, asqueado por la forma en que su hermana pequeña se viste de “putita” para sus ensayos y actuaciones de ballet, toma cartas en el asunto. Seguro que sentirían la tentación de acercarse hasta un conjunto de misivas donde se dibujan varias historias de amor, quizá de infidelidad, quizá de desengaño. Seguro que esbozarían una sonrisa cuando se enfrentasen a un breve relato donde se nos habla de la humanización de la megafonía en unos grandes almacenes. Y seguro (no les quiero fatigar con todos los cuentos del volumen) que les apetece conocer el modo humorístico en que se afrontan una serie de viajes utilizando una máquina del tiempo. ¿A que sí? Pues las que acabo de enumerarles son solamente algunas de las dieciocho propuestas que la granadina Cristina García Morales condensa en su libro La merienda de las niñas, que editó Cuadernos del Vigía en el año 2008.

Una obra arriesgada a veces, interesante casi siempre, que muestra el poderío narrativo de la por entonces joven becaria de la Fundación Antonio Gala quien, una década después, se consolidó con la brillante obtención del premio Herralde y el Nacional de Narrativa.

Les recomiendo que prueben a sumergirse en sus páginas.

sábado, 14 de mayo de 2022

Plantar un árbol

 


Laura, la hija del maestro republicano don Marcial, vive su infancia en Galicia, en cuyos paisajes se desenvuelve felizmente. Y durante ese tiempo construye una bonita amistad (que pronto se convierte en algo más profundo) con Paco, que soñaba con ser arquitecto y se ha quedado en maestro de obras. Pero, de pronto, aparece en su vida Fernando, un pianista en el que hay depositadas grandes esperanzas de futuro; y ella, soñando ser “como Zenobia”, se casó con él e hizo todo lo posible por ser dichosa a su lado. No tardó mucho en percatarse de que su marido “no era un genio, ni siquiera un gran artista”; y llegó la desilusión. Pero ha permanecido treinta años junto a él.

Ahora, justo el día en que cumple medio siglo, Laura está de nuevo en el territorio de su infancia, disponiéndose a plantar un magnolio. Sabe que no llegará a verlo crecer, y que cuando ese árbol dé sombra y florezca habrá pasado el suficiente tiempo como para que ella no pueda gozarlo. No importa. Sus hijos, que ya son mayores, han hecho su vida muy lejos; a sus nietos, si es que llega a tenerlos alguna vez, los verá en fotografía; su marido, neurasténico y fracasado, sigue en Madrid… Pero el magnolio, cuyo cuidado encomienda a Paco (quien ha tenido una nieta a la que han puesto el nombre de Laura), será su huella. Su recuerdo. Una vez que esté plantado, ella partirá.

Novela corta, delicada y melancólica, con la que Marina Mayoral obtuvo el premio Gabriel Sijé y que nos habla de ilusiones, de errores, de sueños y de esperanzas, que son el sustrato sobre el cual se construye siempre nuestra vida.

jueves, 12 de mayo de 2022

El llanto de Penélope

 


Recordemos, si hemos leído La Odisea, la figura de Penélope, la dulce compañera de Ulises, que queda en Ítaca durante veinte años mientras su esposo guerrea en Troya (al principio) y vuelve de forma accidentada a casa (después). Sabemos que el héroe griego no tuvo el menor problema en quebrantar durante su ausencia la fidelidad matrimonial, yaciendo con (y embarazando a) varias bellas féminas, tanto humanas como divinas; sabemos también que Penélope sí que resguardó su castidad de forma escrupulosa, acorazándose frente al asedio rijoso de los pretendientes que invadieron su casa; y sabemos que Telémaco, el joven príncipe, trató con altanería viril a su propia madre, exigiéndole que respetara su condición de macho dominante, en ausencia de Odiseo. Seguro que recuerdan bien esos ingredientes de la historia. Ahora realicen el esfuerzo de pensar el poema desde el lado de Penélope. ¿Cómo se sintió, mientras los años pasaban y su marido se diluía poco a poco en la memoria? ¿Es razonable pensar que no padeció momentos de duda, que no desfalleció, que no sintió deseos sexuales? ¿Es lógico pensarla como una especie de sacerdotisa de mármol, ajena a las erosiones de la flaqueza?

En este hermosísimo libro de poesía, la madrileña Ana María Romero Yebra nos propone repensar la historia desde ese particular, interesante y legítimo punto de vista: el de Penélope. Y lo hace en dieciséis capítulos que son dieciséis lágrimas, en los cuales nos desgrana (con magistrales endecasílabos) su desamparo, su espera ilusionada o cenicienta, lo que opina sobre el padre de Ulises, la extraña forma en que mira un día a su hijo Telémaco, su visión del mar como enemigo, su odio por la guerra (estupidez masculina, que la ha dejado durante años y años sin las caricias del hombre al que quiere) y, sobre todo, el increíble final, donde la atroz matanza de los pretendientes es interpretada de un modo muy distinto al “oficial” por parte de la mujer.

Sin duda, un volumen espléndido, que nos enriquece mostrándonos la mirada de una mujer sobre un clásico de la literatura occidental que, habitualmente, ha sido leído de otra forma.

miércoles, 11 de mayo de 2022

Estampaciones

 


Me gustan (siempre me han gustado) los libros de cuentos que me proponen un grupo de historias, temas y emociones diferentes, porque eso me permite valorar la versatilidad de quien compone la obra, su destreza para adaptarse a mundos y registros heterogéneos. Así que el volumen Estampados, que firma la madrileña Alena Collar y que publica el sello Editores Policarbonados, tenía que llamarme, casi seguro, la atención. Lo ha hecho. Me he encontrado en sus páginas con una autora que se permite jugar inteligentemente con sintagmas coloquiales (“les entró la soñarrera”, “a veces se le va la olla”, “nos dan las uvas”, “en cuantito lo hizo se murió”) y que da cabida generosa al humor, que impregna no pocos relatos y los hace muy agradables para los lectores: el hombre que descubre su destino tras encontrar en una casa abandonada unos paraguas rojos, el ángel que baja a la Tierra para elaborar un censo, el jardinero que vuelve del más allá para pedir que alguien riegue un rosal, la mujer mayor que considera reales las imágenes que salen de su televisor, el extraterrestre que se queda sin batería en su ovni, etc.

Pero, a la vez y de forma compatible, Alena Collar nos deja ante los ojos algunas historias profundamente tristes (el anciano arrumbado por su hija en un centro de la tercera edad) e incluso melancólicas (el hombre que se queda en un silencio profundo mientras contempla una vieja fotografía, donde se lo ve de niño junto a su madre).

¿Me permiten que subraye y les recomiende dos historias especiales de este libro? Si es así, apúntense los títulos “Como las flores” y “Mañana no irá al concierto”. Creo que me agradecerán la sugerencia.

lunes, 9 de mayo de 2022

La piel intrusa

 


No es, desde luego, una lectura fácil ni complaciente (tampoco “tradicional”) la que nos sugiere la argentina Yanina Rosenberg en las páginas de La piel intrusa, que edita en España el sello Páginas de Espuma. Cuando decida introducirse en sus catorce historias, el lector deberá estar prevenido y no llamarse a engaño, porque se va a encontrar con atmósferas, personajes y reacciones que lo llevarán fuera de su normalidad y lo herirán con sus uñas de extrañeza. Hay que respirar hondo y mantener los sentidos bien concentrados, bien afilados, para ser capaz de no perderse los detalles. Hay que aceptar las reglas de Rosenberg sin discusión. Y cuando se cumplen esos requisitos nos encontraremos con madres que guardan en frascos de cristal los restos de sus intervenciones quirúrgicas (“El monstruo”), con chicas que salen de un examen y protagonizan una situación tensa y sofocante en el interior de un bar (“El estimulante sabor de la libertad”), con mujeres que creen descubrir a su hija en cada una de las muchachas que encuentra tras las diversas puertas de su edificio (“Evelina”), con madres separadas que parecen haber tomado una decisión drástica frente a la impertinencia dolorosa e inaguantable de su hija (“Mariposas en la pared”), con metamorfosis botánicas que participan de lo lírico y de lo tenebroso (“Septiembre en la piel”) o con maridos que parecen haberse congelado en un mutismo insensible de estatua o cadáver (“La humedad de la culpa”).

El lector siente cómo sus ojos, de continuo, se abren asombrados; y cómo casi en todos los relatos la saliva pugna por atascar la garganta. Es así. No hay otra forma de adentrarse en estos relatos más que la aceptación incondicional de las pautas salvajes, anómalas y rompedoras que Yanina Rosenberg estipula. Háganlo. Es un libro muy distinto a todos los que posiblemente conocen.

sábado, 7 de mayo de 2022

La huella

 


Lo normal es que un elefante se enamore de una elefanta, y que formen así una familia para tener elefantitos. Pero al protagonista de esta historia, que escribió Marisa López Soria e ilustró Eva Poyato, le ocurrió algo totalmente diferente y sin duda mucho más singular: se encandiló con un pez dorado. Se lo encontró mientras burbujeaba con su trompa en el agua de un río y, de inmediato, se dio cuenta de que había surgido entre ellos el amor. A partir de entonces, brotaron dos tipos de emociones: de un lado, las positivas (las que experimentan el pez y el elefante, que juegan y están juntos todo el tiempo posible); del otro, las negativas (las que manifiestan sentir los otros paquidermos, que no ven con buenos ojos la anómala relación de su compañero, que les parece antinatural).

Por desgracia, se acerca con rapidez una crecida del río, que pondrá en peligro a toda la comunidad de los elefantes. Así que se impone la necesidad de abandonar la zona a toda velocidad: el elefante enamorado tiene que despedirse de su amado pez. ¿Será para siempre? ¿Será algo momentáneo?

Dueña de una gracia innegable (y sobradamente demostrada en sus numerosos libros publicados), Marisa López Soria entrega para los lectores más jóvenes de la casa una historia tierna, arrebatadora y dulce, que Eva Poyato embellece aún más con sus dibujos prodigiosos. Dos creadoras llenas de talento, al servicio de nuestros hijos pequeños. Benditas sean.

viernes, 6 de mayo de 2022

Mujeres que leían

 


Cuando se puso a escribir esta obra, quizá Rosa Huertas no era consciente de todo lo que estaba a punto de consignar en sus páginas (la forma inicua en que las mujeres han estado silenciadas en el mundo de la cultura durante siglos; los cortinajes que se han colocado alrededor de las creadoras para mantener su obra en la oscuridad; el humillante paternalismo desdeñoso que sobre ellas se ha desplegado con triste eficacia). Pero la grandeza de esta obra, que se titula Mujeres que leían y que fue publicada por el sello Tres Hermanas en 2019, reside en que, detallando anécdotas de su núcleo familiar, nos ha dejado el imborrable dibujo de unas mujeres que “ni siquiera supieron que podían soñar” (p.23) y que “se rebelaron ante el destino” (p.112), reclamando sin aspavientos una justicia y una igualdad que ahora Rosa les reconoce con su hermoso homenaje sentimental y literario.

Habría que ser muy obtuso para negar la cruel manipulación, la cruel campaña de silencio, la cruel postergación implacable que sobre las mujeres se ha ejercido desde tiempo inmemorial: se les hizo creer que eran inferiores, fueron ocultados de forma deliberada sus logros y méritos, se les negaron derechos básicos sin que mediase ningún tipo de explicación, se ocultaron sus nombres (a veces, incluso se les arrebató un porcentaje no pequeño de su grandeza convirtiéndolas en las “esposas de”, incluida Madame Curie) y se ridiculizaron sus intentos por cantar, esculpir, pintar o escribir, como si fueran seres de segunda categoría. Todo eso nos lo resume Rosa Huertas hablándonos de su madre (que no pudo cantar en el colegio, con seis años, Noche de paz, porque sus padres no podían permitirse la compra de un traje de pastorcilla, y que no pudo resarcirse de esa tristeza hasta ochenta años después), de su tía abuela Robertina (que leía de forma voraz unos libros que, años después, fueron quemados por ser “peligrosos”), de otras mujeres de su familia (que escribieron partituras que solamente aparecieron años más tarde, cuando ellas ya no existían) y de ella misma (que se sumó al mundo de las lectoras empedernidas gracias a los libros de Elena Fortún y que siempre soñó con publicar sus propios libros: ella sí ha cumplido su sueño).

Heredera de un valiente grupo de mujeres inteligentes, Rosa Huertas escribe en la página 133 de este libro un párrafo que no me resisto a copiar entero: “Ellas, las que nos precedieron, dejaron su impronta en la casa. Sentí que su presencia flotaba en el aire, como si aún se pasearan, leyendo; como si Robertina siguiera sentada en el banco del porche con El Quijote entre las manos. La lectura nos hace crecer, nos levanta del suelo. Nadie sabe adónde va, pero sí podemos saber de dónde viene. Yo sé que vengo de ellas, las mujeres que leían. La lectura me une a todas, las desconocidas, y nos abrazamos en silencio desde el tiempo”.

Yo, el sobrino de la bibliotecaria Esperanza Castillo, también vengo de mujeres que leían. Y me pongo en pie para tributarles un aplauso, en el cual incluyo a la gran Rosa Huertas, autora de este libro maravilloso.

martes, 3 de mayo de 2022

El juego del culpable

 


En el diccionario de la Real Academia la voz “diabla” está admitida como forma coloquial y femenina de “diablo”, así que no habrá problema en afirmar que la madrileña Beatriz Olivenza es, con todos los merecimientos y todos los honores, una auténtica diabla. Hace con sus historias lo que le da la gana: crea personajes de sólida potencia, los introduce en tramas magníficas y los va conduciendo hasta que el final (siempre espectacular) nos deja a los lectores con la boca abierta y la piel estremecida. Pues bien, la diabla Beatriz Olivenza lo ha vuelto a hacer en las páginas de El juego del culpable, una novela corta con la que obtuvo el XV Premio “Encina de Plata” y que ahora edita el sello Premium.

El arranque, desde luego, no puede ser más espectacular (aunque no resume, ni mucho menos, todas las maravillas que la obra contiene): unas preadolescentes que están bañándose en el mar acaban de darse cuenta de que Gabi, el hermano pequeño de una de ellas, no aparece por ningún lado. Lo han llevado con ellas, más bien a regañadientes, y el pequeñajo apenas ha necesitado un descuido en la vigilancia para convertirse en humo. ¿Dónde está? ¿Se ha escondido para gastar algún tipo de broma a su hermana y amigas? ¿O, más angustiosamente, se habrá ahogado? Con pinceladas magistrales, Beatriz nos va dibujando la inquietud creciente de las chicas, los primeros cigarrillos secretos, las emociones que las rodean desde hace días (familias que no desean verlas juntas, prejuicios sociales y raciales, algunas conversaciones más cuchicheadas que explícitas, silencios significativos, insinuaciones abruptas de promiscuidades e infidelidad, recelos) y, de fondo, las imágenes del tiempo en que suceden los hechos: una Amparo Muñoz que acaba de coronarse como Miss Universo, la sintonía pegadiza del Un, dos, tres, la nieta de Franco que se acaba de casar hace unos meses…

Tejedora implacable y genial, Beatriz Olivenza mueve los hilos con sus dedos de bruja narrativa y nos entrega una reflexión inquietante sobre las culpas que heredamos, sobre los prejuicios que se nos adhieren y sobre el carácter tenebroso que pueden adoptar los juegos mal entendidos.

ME-MO-RA-BLE.

lunes, 2 de mayo de 2022

Harvey

 


Harvey está viviendo unas horas realmente complicadas, mientras espera que se dicte sentencia en el juicio que contra él hay entablado. La causa del mismo no se especifica con nitidez, pero es claramente sexual: parece que ha sido acusado de utilizar su posición (es un importante personaje del mundo del cine americano) para obtener favores horizontales de un buen número de jovencitas. Para agotar la espera se encuentra en la casa que un amigo millonario le ha prestado en Connecticut, donde dispone de sala de proyección, bañera con hidromasaje, un criado a su servicio, bebidas caras y todo tipo de atenciones. Incluso recibe la visita de una de sus hijas, Kristin, acompañada por su nieta Ruby. Cada cierto tiempo, charla por teléfono con sus abogados o con la periodista Joan, a quien le concederá (eso asegura) la primera entrevista tras la absolución.

Porque Harvey, pese a todo, confía en ser exonerado de los cargos. Vive en la gran América, por Dios santo. Roman Polanski se lo montó con una adolescente y se encuentra libre. Por qué no iban a proceder de la misma forma con él. Al fin y al cabo (se dice con perfecto cinismo), sus “víctimas” son mujeres mayores de edad. Sabían perfectamente lo que querían y él se lo facilitó. A cambio, siempre se paga un precio. Es el mercado. Es la esencia de la vida.

La gran sorpresa es que, junto a la casa de su amigo Vogel, hay otra vivienda. Y de ella ve salir al propietario, que no es otro que el célebre escritor Don DeLillo, al que Harvey querría adaptar al cine cuando todo esto pase. Sabiéndolo hombre discreto y monje de su privacidad, Harvey intentará acercamientos discretos al famoso novelista, para hacerle saber que lo ha reconocido… pero que puede confiar en su reserva.

Emma Cline construye aquí una novela breve, afilada y que elude toda tentación panfletaria, donde queda retratado el interior de un energúmeno que se cree, en el fondo, como se creía Harvey Weinstein, una persona normal.

Francamente notable.

domingo, 1 de mayo de 2022

El vaho en los espejos

 


Tenía Dionisia García una edad bastante infrecuente (47 años) cuando decidió entregar a la imprenta su primer poemario, titulado El vaho en los espejos, que le publicó el Patronato de Cultura de la Diputación Provincial. En un mundo de prisas y arrebatos, lo cierto es que se agradece bastante la humildad paciente de quien desea depurar su lenguaje poético hasta llegar a un modo digno de pasar a los lectores; y El vaho en los espejos pertenece sin duda a esa estirpe de libros. Desde el maravilloso poema inicial, que comienza con la palabra “Tiemblo” y que nos habla de la perturbadora contemplación del tiempo que huye y nos erosiona, arrebatándonos los paisajes, las emociones y a las personas (“Habrá lilas”) hasta el soneto que cierra el volumen, donde realiza un hermosísimo homenaje a Antonio Machado, todo en esta obra parece estar equilibrado, medido, bordado con primor meticuloso.

Hablo de cuando se refiere al mar y nos deja en los ojos “su belleza mojada: / cuando tiembla de verdes o cabalga de espuma, / o se asoma mordiendo los bordes de la tierra”. Hablo de cuando nos enumera, con voz entrecortada, todo lo que dejaremos a este lado cuando la muerte, con su fría eficacia, nos capture y neutralice (“No estaremos”). Hablo de cuando se coloca, emocionada, ante la tumba de Miguel Hernández y le tributa dieciséis versos memorables. Hablo de cuando reconstruye la figura de José María Párraga, soñador de palomas y de mujeres que miraban el viento (“El pintor”).

Un poemario lleno de serenidad, lucidez e imágenes hermosas, que consigue que, mientras lees, el silencio se vaya adueñando de ti. Pocos autores lo logran.