Un
continuo bombardeo de extremidades aturdirá a la persona que se sumerja en las
páginas de este libro: amantes que se golpean, que ingieren o administran
venenos, que se aman y odian ferozmente, que incurren en la anorexia o las
drogas, que escriben cartas delirantes, que se buscan y se repelen… La primera
reacción será quizá el asombro, pero conviene recordar, ante cada uno de esos
arqueamientos de cejas, el título que Rosa Montero fijó al principio del
volumen: Pasiones. No estamos hablando de amores convencionales o
moderados, sino de auténticas cascadas de arrebatos, brillos e infortunios. Esa
es la esencia del tomo. Y a fe que la autora consigue su propósito de forma
excelente.
Sentados
cómodamente en nuestra butaca, nos enteramos de que los duques de Windsor
vivieron una relación de pareja altamente egocéntrica, barnizada de lujos y
extravagancias (sus perros comían en recipientes de plata, ella se obstinaba en
que un sirviente le planchase los billetes porque le gustaba que crujieran, etc.),
lo cual, en un mundo en guerra como el que estaban viviendo, mostraba su
“desdén feudal por la pobreza”. Además de que pasaban secretos de Estado
británicos a destacados políticos alemanes, claro. Nos enteramos también de la tormentosa
relación entre el iracundo y misógino Tolstói y su esposa Sonia, a la que llevó
por la calle de la amargura durante décadas. Y de las enrevesadas tribulaciones
políticas y eróticas que debió de soportar la reina Juana (que no estaba loca)
con su marido Felipe (que no era hermoso). Y de la devastación que sacudió a
Oscar Wilde por las veleidades y mezquindades de lord Alfred Douglas, que lo
manipuló y utilizó como un muñeco. Y del amor volcánico, violento, que se
profesaron los actores Richard Burton y Elisabeth Taylor, lleno de derroches,
drogas y caracteres enfrentados. Y de la historia rocambolesca, llena de lujos,
complejos y mentiras publicitarias, que rodeó a Juan Perón y su esposa Eva
(quien terminó embalsamada y convertida en objeto de adoración por sus
seguidores). Y del mutuo apoyo que se prestaron Robert Louis Stevenson y Fanny
Vandegrift y que concluyó en Samoa, alejados del mundo europeo, cuyo clima
erosionaba la salud del escritor. Y de que Arthur Rimbaud (quien de joven “era
tan hermoso que cortaba la respiración”) y Paul Verlaine vivieron una feroz
relación destructiva, en la que ambos se degradaron y llegaron a frecuentar los
arrabales de la locura. Y que Marco Antonio (“un mequetrefe”) vivió una tórrida
pasión con Cleopatra, que fue una mujer de gran talento político y gran
ambición imperial. Y que John Lennon, la emperatriz Sissi, Mariano José de
Larra, Lope de Vega o Amedeo Modigliani vivieron también otras experiencias
eróticas tan rocambolescas como fascinantes.
Con una estupenda documentación y, sobre todo, con una prosa magnífica, Rosa Montero nos permite conocer más y mejor a estas grandes figuras apasionadas de la historia.
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