jueves, 31 de octubre de 2024

Los días

 


Puede ocurrir que, en un momento especialmente importante de la vida (en un “punto de inflexión”, podríamos decir, si no nos moderara el miedo a la pedantería), una persona decida comenzar la escritura de su diario. En el caso de Miriam, la voz principal de Los días, de Isabel Moreno García (Trifaldi, 2024), ese momento se produce en un período de crisis laboral (no termina de estar feliz en su trabajo como contable) y sentimental (tras doce años de convivencia con Mateo, la imposibilidad de ponerse de acuerdo sobre el tener o no tener hijos los ha llevado a la separación, que se produjo hace siete meses). Pero no se trata de un diario “típico”, donde se van consignando las acciones cotidianas, tan grises como insignificantes, sino que la pretensión alcanza más allá: busca convertirse en una cajita de palabras y de pensamientos, de reflexiones y de conclusiones, de interrogantes y de dudas. Se nos habla de la guerra de Ucrania, que conmueve y preocupa a todo el continente. Se nos habla de la soledad de los seres humanos, que avanzan por la vida casi a ciegas, aferrándose a cuanto se encuentra a su alrededor. Se nos habla de la atomización y la velocidad que imprime Internet a nuestras vidas. Se nos habla de esos amigos escasos y fundamentales, en quienes nos apoyamos para sobrevivir. Se nos habla de las bibliotecas públicas, que nos ofrecen silenciosas su tesoro de libros casi infinitos. Y, por supuesto, se alude con admiración y con respeto a los diarios de Ana Frank, Cesare Pavese, Amiel (quien “hizo de registrar las vicisitudes diarias de sus pensamientos y escasas acciones el faro de su vida”, p.72), Sofía Behrs o Juan Ramón Jiménez.

Lógicamente, también se anotan en el volumen algunos detalles personales, como la edad de la protagonista, sus poco gratas experiencias escolares (“Nunca disfruté ni me iluminó nada de lo que sucedía mientras permanecía sentada en el pupitre”, p.43), su fracaso en la prueba de acceso a la universidad o la relación que mantiene con su padre (psiquiatra) y con su madre (maestra), pero la aventura lectora que nos propone la madrileña Isabel Moreno incide con mucha mayor intensidad en los laberintos psicológicos y emocionales de Miriam, una mujer muy especial, hasta convertir estas páginas en una experiencia densa y exigente, por la que deberemos transitar con los sentidos alerta.

martes, 29 de octubre de 2024

El punto ciego

 


Me acerco hasta un volumen de título enigmático y cuyo contenido (lo fui constatando desde las primeras páginas) me ha resultado interesantísimo. El tomo contiene las cinco conferencias que Javier Cercas dictó hace unos años en la universidad de Oxford y en las cuales reflexionó sobre la idea del punto ciego, que es la zona ocular con la que no vemos (como bien saben las personas con conocimientos de óptica). Llevada al terreno novelístico, esta noción del punto ciego resulta enormemente plástica, porque permite aglutinar una serie de obras que… Pero dejemos que sea el propio Javier Cercas quien nos resuma la idea: “El mecanismo que rige las novelas del punto ciego es muy similar, si no idéntico: al principio de todas ellas, o en su corazón, hay siempre una pregunta, y toda la novela consiste en una búsqueda de respuesta a esa pregunta central; al terminar esa búsqueda, sin embargo, la respuesta es que no hay respuesta, es decir, la respuesta es la propia búsqueda de una respuesta, la propia pregunta, el propio libro. En otras palabras: al final no hay una respuesta clara, unívoca, taxativa: sólo una respuesta ambigua, equívoca, contradictoria, esencialmente irónica, que ni siquiera parece una respuesta y que sólo el lector puede dar”. Y remata el juicio: “Igual que el cerebro rellena el punto ciego del ojo, permitiéndole ver donde de hecho no ve, el lector rellena el punto ciego de la novela, permitiéndole conocer lo que de hecho no conoce, hasta llegar donde, por sí sola, nunca llegaría la novela”. La idea es tan ingeniosa como sugerente, y nos permite avanzar con él por un mundo de narraciones en las cuales la persona que está leyendo, lejos de recibir un relato cerrado, unívoco y claro, siente que se adentra en una historia llena de oscuridades y ambigüedad, en la que nada es, sino que parece. Es decir, que tendrá que incorporar su propio esfuerzo para interpretar la obra, sin que pueda nunca sentir que lo ha hecho de forma cerrada y definitiva. ¿Don Quijote está loco o no lo está? Punto ciego. ¿Qué significa realmente la ballena en la obra Moby Dick? Punto ciego. Regalándonos un enigma, el autor nos regala la riqueza de lo deslizante, de lo inestable, de lo mutable.

El volumen contiene además una excelente aproximación a la novela La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, que despierta las ganas de volverla a leer, con las nuevas claves que facilita; y explica (suscitando las mismas ganas de acercarse a ella) los impulsos que lo llevaron a escribir Anatomía de un instante de la forma en que lo hizo, mezclando ensayo y relato.

Imposible no discutir ante estas ideas. Imposible no aplaudirlas.

domingo, 27 de octubre de 2024

No soy yo

 


Supongo que, siendo hombre, mi comprensión profunda de este libro ha de ser, pese a toda la buena voluntad que le he puesto a la lectura, limitada. Y acepto sin reservas esa conclusión. De todas formas, añadiré que este volumen de relatos (que se titula No soy yo y cuya autora es Karmele Jaio) me ha conmocionado. No me atreveré a asegurar que lo he entendido, pero sí les aseguro que he realizado un enorme esfuerzo para entenderlo. En síntesis, estas páginas intentan retratar el estado anímico de una serie de mujeres que, llegadas a cierto estadio de su vida, necesitan revisarse y revisar su entorno, descubrir cómo se ha llegado a ese punto de inflexión, qué jirones de piel y de alma se dejaron en el camino, qué luces son posibles todavía, qué acciones pueden ejecutar para encontrar o encontrarse. En suma, intentar limpiarse de las adherencias indeseadas que el mundo, la edad o los hombres han depositado sobre su piel. Descubrirse. Reconciliarse.

Esas búsquedas necesarias y liberadoras las ejecutan todas las protagonistas: la mujer que intenta encontrar su cuarto propio para escribir, por encima o por debajo de los sonidos futbolísticos de su marido (“El grito”); la mujer cuyos hijos ya funcionan de forma autónoma y que, tras una mamografía, siente la necesidad de que su pareja siga contemplándola con deseo (“Peritas en dulce”); la mujer que ha dirigido todos sus esfuerzos vitales a alejarse del ambiente gárrulo de su infancia (“Olores que vienen del patio”); la mujer que siente un impulso erótico por un antiguo amigo que ahora vive en su barrio (“Margaritas entre los dedos”); la mujer que, atravesada la línea de los cuarenta, comprende con amargura que es imposible soñar la juventud (“La chupa negra”); la mujer que descubre que es inútil tratar de reencontrarse con una amiga de la universidad, porque la vida se ha encargado de transformarlas (“Vitoria-Ibiza-Benidorm”); la mujer que descubre que destejer un jersey puede ser una forma maravillosa de comenzar una nueva vida (“Sol de abril”); o la mujer que se desplaza con su hermana a Adís Abeba para adoptar a una niña etíope (“Ecografías”).

Todo tipo de desgarros, de hundimientos emocionales, de constataciones tristes, de derrotas anímicas, que nos van acercando a una realidad distinta, que acaso siempre hemos tenido ante los ojos (en nuestras madres, en nuestras esposas, en nuestras amigas) y no hemos sido capaces, ay, de detectar. Siempre le estaré agradecido a Karmele Jaio Eiguren por haberme abierto los ojos; y, sobre todo, por haberlo hecho con una escritura tan magnífica. No lo dejen pasar.

viernes, 25 de octubre de 2024

Las voces del monasterio

 


Desde hace muchos años, de forma intermitente, he recibido informaciones sobre el monasterio de san Ginés de la Jara, sobre todo en los libros de Asensio Sáez y de Santiago Delgado (el último, reseñado este mes de octubre en mi blog: https://rubencastillo.blogspot.com/2024/10/leyenda-de-san-gines-de-la-jara.html), así que cuando he abierto las páginas de Las voces del monasterio, que firman al alimón Zaida Sánchez Terrer y Ana Verdú Conesa (bajo el seudónimo de Giulia Conte), ya disponía de algunos valiosos detalles sobre este importante lugar de nuestra región. Pero esos pormenores quedaron pronto en segundo plano, porque la fuerza novelística de la narración que acababa de abrirse ante mis ojos era tan grande, tan arrolladora, que pasó a convertirse en el centro de mi atención. Al principio, se nos habla de una mujer joven, llamada Nathalie, que ha aparecido muerta en su casa, en circunstancias más bien anómalas; después, se incorpora a la trama el inspector Lecteur, que inicia una ronda de interrogatorios con las personas más allegadas a la difunta; más adelante, descubrimos que la joven dejó escrita una novela (cuyo manuscrito ahora lee con calma y atención el propio agente de la ley, para intentar descubrir pistas sobre el estado emocional de la fallecida en los días previos a su muerte); y, por fin, escuchamos la voz de ultratumba de Nathalie, que nos va aportando otras facetas de la historia, inalcanzables para Lecteur. En suma, varios potentes focos narrativos que van arrojando luz desde diversos lugares sobre el centro de la historia y que nos van permitiendo componer, con lentitud y a veces con vacilaciones, el misterioso puzle.

Y ese puzle, pueden creerme, está lleno de fulgor, porque nos obliga a reflexionar sobre nuestro patrimonio histórico, sobre la desidia de las instituciones frente a un lugar emblemático, sobre el esfuerzo de algunos expertos en arte para que no se pierda un lugar lleno de resonancias sagradas o telúricas. Y, lo que resulta más notable para el lector: que Giulia Conte (que es una voz, pero también dos voces a nivel, como diría el poeta del 27) consigue contarnos toda la historia de un modo majestuoso y atractivo, mezclando realidad y sueño, pasado y presente, certezas y dudas, amor y muerte. En estas páginas, que les recomiendo de manera muy viva, contemplarán (casi olerán) los paisajes del Mar Menor, sentirán el contacto de su tierra en la planta de los pies y podrán pasear (en la zona final de la novela) por el interior del monasterio, sintiendo la pulsión vibrante de aquellas ruinas que nunca han sido escombros.

Yo no sé la fuerza que pueden alcanzar las voces de tres hombres, convertidos en una sola voz de mujer (no he leído nada de Carmen Mola), pero les aseguro que la suma armoniosa de Ana Verdú Conesa y Zaida Sánchez Terrer genera una voz que, si tienen el buen gusto de dejarla entrar por sus ojos, no olvidarán nunca.

miércoles, 23 de octubre de 2024

Viajes por el Scriptorium

 


No todo tiene por qué estar claro en una entrega literaria. De hecho, existe un tipo de obras (“novelas del punto ciego”, las llama Javier Cercas) en cuyo núcleo se produce o reina una indefinición, una pregunta sin respuesta, un enigma que impregna las páginas y nos salpica su niebla. ¿Qué está ocurriendo aquí? ¿Dónde se desarrollan los hechos? ¿Quién es en realidad el protagonista? Jugando con unas cartas deliberadamente ambiguas, el autor nos reta. No como nos retaban las obras de (por ejemplo) Agatha Christie, que siempre terminaba por desvelarnos la clave del misterio; sino en un nivel más profundo, porque cuando cerramos la última página comprobamos que no se nos ha entregado ninguna llave para abrir la caja fuerte, y que tendremos que conformarnos con merodear a su alrededor, apoyar la oreja en su pared, golpearla, formularnos preguntas sobre ella y confiar en que nuestra intuición nos aproxime al núcleo. ¿Podemos estar así seguros de que resolveremos la cuestión? De ninguna manera. Pero es que la novela (y la vida) no tienen por qué obedecer a una lógica cerrada, en la que todos sus elementos resulten nítidos y asequibles.

El sibilino Paul Auster nos entrega en Viajes por el Scriptorium (que publica el sello Anagrama, con traducción de Benito Gómez Ibáñez) una de esas obras. En ella, nada más empezar, nos encontramos con un hombre mayor que permanece en silencio en una habitación cerrada. Por todas partes hay adheridas unas etiquetas (“Escritorio”, “Silla”, “Pared”) que nos permiten suponer que padece algún tipo de amnesia, y que otra persona pretende ayudarlo con esas palabras. Al protagonista se lo designa como “Míster Blank” y, en efecto, parece que su memoria es un erial: no recuerda su vida, si está casado, si se encuentra en casa o en un hospital. Lo van visitando de forma sucesiva una serie de personajes (la simpática Anna, el ex policía James P. Flood, el doctor Samuel Farr, la enfermera sustituta Sophie, su abogado). Tiene sobre la mesa un extraño documento que, al parecer, debe ser leído, donde se habla de una extraña insurrección acaecida en la periferia del país. Hay también fotografías cuyos rasgos no le dicen, en realidad, nada. Poco a poco, con hilvanes diabólicamente sutiles, todos los nombres se van relacionando entre sí, quizá con la idea de que Míster Blank encuentre por fin la punta del ovillo… o que lo hagamos nosotros, que estamos asistiendo al relato de su historia.

Sencilla en su formulación verbal, pero intrincadísima en su hondura psicológica e interpretativa, Viajes por el Scriptorium se erige en un “tour de force” para el que aconsejo paciencia y lentitud, pero que resulta al final admirable.

lunes, 21 de octubre de 2024

Centroeuropa

 


Vicente Luis Mora me ha demostrado, en las páginas de Centroeuropa, que es un maestro de la narración. Y no es nada fácil impresionarme a mí, con los miles de libros que llevo a cuestas, créanme. Amparándose en la “impericia” de un personaje llamado Redo Hauptshammer, “nacido en un burdel de Viena en algún momento de la agonía del siglo XVIII”, que se tilda a sí mismo de narrador inexperto, el escritor cordobés nos va dejando ante los ojos un delicado número de piezas para que, sin dejarnos distraer (aunque sí embriagar) por las continuas analepsis y prolepsis del texto, reconstruyamos el puzle maravilloso en el que Redo, Odra, Andrea, Hans, Johanna, la molinera Ingeborg, la albina Ilse, el barón Geoffmann, el alcalde Altmayer, el viajero prusiano Magnus Duisdorf o el culto lector Jakob Moltke actúan como figuras espléndidas de un ajedrez hermoso e impecable. Alrededor está la nieve de Szonden y, bajo tierra, silenciosos e inquietantes, los cadáveres de unos pobres soldados que, víctimas de guerras diversas, han quedado atrapados por la congelación. Todo ese mundo, ese cosmos lejano y brujo, se construye con una prosa excepcional, mayestática, que impone su música desde la primera página y te sostiene en su pentagrama hasta que llegas al final, porque Vicente Luis Mora, con habilidosos juegos de manos, muestra y oculta sus cartas narrativas; coloca el caramelo de la revelación rozando nuestros labios y luego lo esconde; parece que va a confesarnos la almendra del enigma y, con un guiño tan coqueto como encantador, nos la escamotea. Si no fuera tan seductor con esta prosa de ensueño darían ganas de matarlo (metafóricamente). Porque Redo Hauptshammer esconde, conviene olvidarlo, muchos secretos: ni se llama así, ni su esposa se llamaba Odra, ni es un hombre tan ignorante como se obstina en pregonar, ni… (me he detenido a tiempo, menos mal). Se ha pasado tres décadas disimulando, controlándose para que el alcohol no desate su lengua y los demás conozcan su enigma. Yo tampoco se lo voy a desvelar a ustedes, aunque les aseguro que se quedarán con la boca abierta en la última página. Si Vicente Luis Mora ha decidido mantenerme a mí en tensión durante toda la novela, bien puedo yo acompasarme a su malicia y dejar que ustedes, si quieren, desvelen esos secretos leyendo la obra. Es el mejor regalo que les puedo hacer.

Si añadimos ahora algunas observaciones del escritor sobre los políticos que rigen el mundo (“¿De qué están hechos estos miserables a quienes dejamos llevar las riendas?”), sobre la conformidad de los seres felices (“Sé que mi vida es buena porque no quiero cambiarla por la de nadie”) o sobre nuestro entorno vital (“Este mundo está tan mal hecho que quien no procura ningún mal a los demás distribuye un bien inmenso”), tendré que preguntarme por qué están tardando tanto en abandonar mi reseña y buscar con ansiedad este libro.

domingo, 20 de octubre de 2024

La gota de sangre

 


Entre las tentaciones que susurran como sirenas al oído de los creadores se encuentra la de proponerles como reto una nueva pingaleta que aún no hayan practicado y que, quizá, les sirva como estímulo o como descubrimiento: ¿por qué no probar con una novela negra? ¿por qué no un poemario? ¿por qué no un libro de aforismos? La decisión de aceptar ese desafío no pertenece tanto, me parece, al ámbito de la vanidad como al espíritu curioso del auténtico creador, que intenta comprobar hasta qué punto puede adentrarse por nuevos senderos con resultados loables. Emilia Pardo Bazán, en La gota de sangre, juega con una propuesta de rango detectivesco en la cual todo gira alrededor de un diminuto rastro de sangre que salpica la camisa de Andrés Ariza y que es observado por el narrador de la historia, apellidado Selva. Dejemos anotado el punto de arranque: Selva acaba de salir del médico, para que intente encontrar una solución a su decaimiento, a su tedio, a su neurastenia; y este le recomienda que, simplemente, busque distracciones que llenen de luz y novedades su existir. Cuando acude de noche al teatro y Ariza lo acusa de haberlo molestado al pasar, su estupor es grande: no juzga que una molestia tan diminuta justifique la agresividad de su reacción. Atrae su mirada, eso sí, la salpicadura roja que presenta el energúmeno en su camisa, que pronto volverá a su memoria cuando la policía lo interrogue a causa del cadáver que aparece cerca de su casa. Selva intuye que la sangre de la víctima debe ser la misma que descubrió en la pechera de Ariza y solicita a los agentes que le permitan exonerarse de la culpa investigando y descubriendo al auténtico asesino.

La obra, breve y ágil, tiene mucho de juego, de aventura narrativa; y también no poco de forzada, desde el punto de vista argumental (policías que se ponen sin más al servicio del sospechoso, deducciones arriesgadas, confesiones abruptas), pero la prosa de Pardo Bazán actúa como eficaz envoltorio y el resultado no puede ser tildado de malo. Distraída.

viernes, 18 de octubre de 2024

La versión de Judas

 


Existen, dentro de Moyano, muchos Moyanos. Pero también es factible pensar que si se leen todos sus libros se encontrará, en el hipotético fin de esa aventura, un solo Moyano. Late en ese juicio paradójico una convicción: que cualquier libro suyo lo contiene por entero, pero que sus lectores buscamos sin fatiga el conjunto de sus obras con la esperanza de descubrir en cada una de ellas un tema, un pensamiento (o al menos un detalle) que no estuviese contenido en los volúmenes anteriores.

Acudimos así a La versión de Judas, su más reciente entrega, que nos viene de la mano del sello Talentura y que agavilla diez relatos donde se condensa de forma muy clara el espíritu creativo del autor: trenes fantasmales e interminables que, pese a su condición tangible, parecen pertenecer al mundo de las pesadillas o de la locura (“La bufanda roja”); lugares míticos que se buscan con ahínco y en los cuales se cifra la obtención de la calma o de la felicidad (“La ciudad soñada”); homenajes evidentísimos a Jorge Luis Borges (“El Libro”, “La versión de Judas”); los viajes en el tiempo, que ya acarició como tema en una obra anterior, titulada La hipótesis Saint-Germain (https://rubencastillo.blogspot.com/2017/11/la-hipotesis-saint-germain.html) (“Fragmento de un diario”); etc.

Pero, sobre todo, lo que cualquier lector encontrará en estas páginas es una cristalización (diez cristalizaciones) de su modo de sentir y plasmar la literatura: su precisión verbal, su pirotecnia imaginativa, sus finales sorprendentes… Quien se acerque hasta La versión de Judas va a encontrarse con Manuel Moyano. Lo cual, para sus adeptos, es el mejor resumen y la mejor etiqueta posibles. Así que mi consejo para todos ellos es clarísimo: busquen el tomo y prepárense para descubrir unas extrañas competiciones astronómicas entre países, para dejarse engañar por un perro, para conocer a un risible cronista pueblerino, para desvelar qué asombroso personaje se esconde tras el seudónimo Azucena Espriu y, sobre todo, para escuchar la voz grave de Manolo leyéndoles estos relatos, con permiso de Teresa, al oído. Quienes no hayan tenido oportunidad de leer antes al autor experimentarán la sorpresa de conocer su estilo; quienes ya lo conozcan, sentirán la alegría de ver prolongada la admiración por sus líneas. Una experiencia tan recomendable como urgente. Tardando están.

jueves, 17 de octubre de 2024

El primer aviso

 


Quince años llevan casados el señor y la señora Brunner. Y ahora, cuando parece que empiezan a insinuarse los primeros signos de la vejez, el shakespeareano monstruo de ojos verdes hace su aparición de forma abrupta: él, sin fingimiento, reconoce que llegó a sentirse celoso de la forma en que su esposa hablaba hace unos meses con un gañán (“¡No sabes cómo deseo a veces que fueras ya vieja y fea, que tuvieras viruelas, que se te cayeran los dientes, y tenerte así para mí solo, y ver el fin de esta inquietud, que nunca me abandona!”) ; y ella, quizá con más razones, aprieta las mandíbulas cuando observa cómo la adolescente Rosa (15 años) revolotea alrededor de su marido, como también lo hace su madre, una baronesa viuda. Sobre esa dinámica de tensiones se construye el drama de August Strindberg que lleva por título El primer aviso, que leo en la traducción de Jesús Pardo. Al final, eso sí, las fricciones quedan neutralizadas cuando ambos se dan cuenta de que sus sentimientos son más poderosos que las asechanzas innobles del entorno, pero basta con reparar en el título malévolo que el autor sueco elige para su pieza para comprender que, en su opinión, las grietas siempre derrumban el edificio.

Texto breve, intenso, ácido y pesimista.

miércoles, 16 de octubre de 2024

Voy a domar mi dragón


 

Todos llevamos dentro (y emerge en los momentos de mayor furia) un dragón, una bestia que tiene ojos demoníacos, echa fuego por la boca y está dispuesta a destrozar con sus zarpas cuanto se encuentre a su alrededor. No razona. No es capaz de moderarse. Explota. Y en esa explosión provoca no solamente daños a las personas que hay enfrente, sino también a nosotros mismos, porque muestra (y nos revela) la parte más desagradable e indigna que cobijamos.

Ante esa evidencia, se impone una necesidad: domar al dragón, bajarle los humos y conseguir que se atempere. La tarea no es, desde luego, fácil, pero si se cuenta con el auxilio de la escritora y cuentoterapeuta Isabel Soler Luján (y las hermosas aportaciones gráficas de María Acebes Abenza), todo resulta más fácil. Usando unos versos de grata sonoridad y de juguetona música, la lección se asimilará con mayor eficacia. Y si le añadimos el simpático y educativo juego que acompaña al volumen (el cual nos permite interactuar con nuestros hijos e irles explicando lo que significan las diversas emociones que en él se exponen), obtenemos un libro imprescindible en las bibliotecas escolares… y en nuestras casas. ¿Se les ocurre mejor forma de convertir la literatura en aprendizaje y disfrute? A mí, desde luego, no.

martes, 15 de octubre de 2024

El silencio de las sirenas

 


Qué difícil resulta, para una persona vulnerable o especialmente sensible, resistir el empuje de las ilusiones, de las esperanzas, de los sueños. Y Elsa, desde luego, es una mujer muy vulnerable y muy sensible. Hace tiempo, después de haber vivido una experiencia sentimental que se frustró y la dejó maltrecha, conoció levemente a un hombre llamado Agustín, con el que intercambió unos minutos de charla; pero la huella que en su alma dejó aquel hombre fue tan nítida, tan firme, tan duradera, que lleva años alimentando en silencio, en su casita de las Alpujarras, una idolatría ciega por él. Lo llama amor, porque no sabe qué otro nombre puede ponerle a esa emoción que la embriaga e impregna: todos sus pensamientos, todas sus cartas, incluso todos sus sueños, están colonizados por la presencia magnética de ese hombre que, ignorante de la impronta que ha dejado en Elsa, vive su propia vida a muchísimos kilómetros de allí, en Barcelona.

De pronto, un personaje nuevo se suma a la vida de Elsa: María, una maestra destinada a la localidad, que después de haber comentado en broma que sabe hipnotizar a la gente, es requerida por Elsa para que la suma en un trance y, juntas, averigüen cuál es el misterioso significado de los sueños que la asaltan por las noches, donde aparece Agustín, pero donde también se habla del año 1864, de Bismarck, de una cruenta guerra y de un hombre llamado Eduardo.

¿Qué se puede decir de la narrativa de Adelaida García Morales? Se me ocurren palabras como tenuidad, como niebla, como silencios, como lentitud; y todas esas palabras se entrelazan para dibujar una prosa de acuarela, de la que ya conocí una primera muestra al adentrarme en El sur (https://rubencastillo.blogspot.com/2020/08/el-sur.html) y que, en esta segunda aproximación me vuelve a deparar unas horas de deliciosa lectura. Busque la obra quien desee reflexionar sobre el mundo de los amores imposibles, de las fascinaciones misteriosas y del poder absorbente que pueden desplegar, en ocasiones, unas pocas palabras, unas pocas miradas.

domingo, 13 de octubre de 2024

Del Madrid castizo

 


Lo dice con nitidez el propio Carlos Arniches en el prólogo que escribe para esta recopilación de sus sainetes: “No tienen significación ni importancia artística ni trascendencia literaria. No creo que valga la pena leerlos ni mucho menos conservarlos”. Pero esa nitidez humilde no se acerca, según entiendo, a la verdad, porque la trascendencia literaria no se consigue solamente con obras egregias o rimbombantes, con La Eneida o los Cantos Pisanos o Cien años de soledad, sino también con obras pequeñas, entrañables, humanas, que sepan susurrar al oído o producir en los lectores una sonrisa o una lágrima. Y Carlos Arniches creo que pulsa admirablemente esa tecla en el piano de la literatura. Las piezas breves que reúne en su obra Del Madrid castizo nos dejan un fresco delicioso (y también muy revelador) de las capas más humildes, que vivían o malvivían en aquel rompeolas de todas las Españas, entre chatarra, suciedad, ilusiones loteras y trabajos miserables. Gracias a su oído, tan sensible como respetuoso, Arniches supo plasmar (y así liberar del olvido) las jergas, las emociones, las vestimentas, los insultos, los piropos, las blasfemias y los modos de un segmento social que podría ahora resultarnos invisible si no hubiera mediado el formol de sus letras.

Textos como Los pobres (donde recopila ingeniosos métodos de engaño, para ablandar el corazón de los incautos), Los culpables (que propugna el trabajo como único mecanismo patriótico auténtico), Los neutrales (donde se ironiza sobre el parroquiano que acude a beber alternativamente a tabernas germanófilas y aliadófilas, y mientras lo inviten comulga con las ideas del entorno, porque “como he vislumbrao que aquí hay quien come de la opinión, pues yo bebo”), El zapatero filósofo (quien dictamina que cambiar en Año Nuevo es absurdo, si los demás y el mundo no cambian), Los pasionales (en cuyas páginas arremete con acrimonia contra los hombres brutos que abusan de las mujeres y las amedrentan) y otros de idéntica brillantez pueden ser leídos, en este siglo XXI, con la misma sonrisa y los mismos aplausos que provocaron en su tiempo, porque la humanidad de su mirada no ha perdido ni un ápice de validez.

Hagan la prueba.

viernes, 11 de octubre de 2024

El cisne de Vilamorta



Es prácticamente imposible resistirse a la magia narrativa (al imán narrativo) de la gallega Emilia Pardo Bazán. Y yo, que descubrí esa verdad desde mi primera aproximación a sus páginas, ni siquiera hago el esfuerzo de intentarlo. Para qué empeñarse en nadar, como los salmones, a contracorriente. Así que dejo un café con leche al alcance de la mano, me quito los zapatos, acomodo bien la espalda en el sillón y abro las páginas de El cisne de Vilamorta. De inmediato, mi mente se encuentra en una pequeña población gallega, salpicada de viñedos, donde un joven de escaso talento, pero de singular petulancia, Segundo García, emborrona papeles con versos que se obstinan en acercarse al esplendor becqueriano. Su padre, abogado y persona práctica, lo juzga un zangolotino sin más ambición que el humo que puebla su cabeza; sus vecinos, un inofensivo soñador que tiende a la extravagancia. En cambio, la maestra de la localidad, Leocadia (a quien se nos describe como una mujer poco atractiva, por culpa de una antigua infección de viruela que erosionó su rostro), bebe los vientos por él y no duda en emplear su dinero en procurarle caprichos y, llegado el caso, en sufragar la edición de sus producciones en la capital de España. Segundo se deja querer, aunque sus ojos se orientan de inmediato hacia Nieves, la joven y rubia esposa del ministro don Victoriano Andrés de la Comba, que ha venido a su lugar de origen para recuperarse de una dolencia que lo tiene mohíno y para darse un baño de adulación. Pocas explicaciones será necesario añadir: la imposibilidad de ese deseo amoroso (ella es casada y honorable); los celos que destrozan el alma de un ser inocente (la pobre Leocadia sufre, en silencio, sin abrir los labios); la frustración de una niña, hija de Nieves, que se enamora de Segundo y también padece por no ser correspondida (con ese hiperbólico sufrimiento de la adolescencia); las murmuraciones cazurras y provincianas del entorno… Emilia Pardo Bazán, que nos deja retratos impagables de los salones de época, de los bailes típicos, de los espectáculos de fuegos artificiales y de los rituales de la vendimia, nos invita a viajar por el interior de varias almas para mostrarnos con nitidez maravillosa algunos perfiles del espíritu humano y que extraigamos de ellos aprendizaje: el esfuerzo por alcanzar la gloria, la abnegación, el despecho, la altanería, la ignorancia, la desolación…

Salgo entre aplausos de la novela y, desde luego, decidido a adentrarme por más narraciones de esta prodigiosa escritora.

jueves, 10 de octubre de 2024

Fresas amargas para siempre

 


En la ciudad de Liverpool, en el número 16 de la calle Beaconsfield, estuvo situado durante décadas un orfanato del Ejército de Salvación, a pocas manzanas de donde vivía un chico rebelde y creativo llamado John Winston Lennon. Cuando este contaba unos veintiséis años y formaba parte de la legendaria formación musical The Beatles, los recuerdos de aquel paisaje triste de su infancia lo llevaron a componer la canción Strawberry fields forever. Y unas décadas después el escritor jienense Fernando Martínez López utiliza ese punto de arranque para hilvanar su novela Fresas amargas para siempre, que obtuvo el XXXI premio de novela corta “Ciudad de Jumilla”.

martes, 8 de octubre de 2024

Ecos

 


Basta con leer las primeras páginas de este diario de 1999 para comprender que la persona que dibujó sus letras es alguien especial. Y no lo digo porque se trate de mi admirada Dionisia García, sino porque cuando una persona, a sus setenta años, escribe con pesadumbre humilde una frase como “Queda tanto por saber…” (anotación de 23 de agosto) no queda sino descubrirse y sentir que la piel se eriza de admiración. A una edad en la que casi todos los escritores se encuentran “de vuelta”, concentrados más en su obra que en su curiosidad, la gran poeta Dionisia García seguía con su afán de conocer a los otros, a los poetas más jóvenes, a los pensadores y prosistas a quienes todavía no había frecuentado. Y en ese afán de saber se puede incluir su fe religiosa, tantas veces anotada en este libro, y que revela un alma anhelante, confiada y limpia.

Generosa en su valoración de quienes la rodean, Dionisia nos habla de la poesía de Pascual García, de la obra pictórica de Francisca Fe Montoya, de su amistad profunda por Clara Janés, Pedro García Montalvo, Miguel Espinosa, Sánchez Rosillo o Soren Peñalver, de la relación con su esposo o sus hijos, de su tristeza por la salud de un sacerdote muy cercano a su corazón… Y, de forma inevitable, palpita siempre en sus líneas la voz de la poeta, que traslada su música a la prosa. Aportaré un solo ejemplo: “La luz tiene color de otoño. Cuántos otoños ya. Sé que vivo los restos. Quisiera vivirlos en paz”. Heptasílabos y eneasílabos, con su rima asonante. Ahora comparemos esas felices palabras con el arranque del libro Asklepios, de su gran amigo Miguel Espinosa: “Me llamo Asklepios, y de tarde en tarde tomo la pluma para confesarme”. Seguro que se advierte la semejanza de música.

Ilusiona recorrer estas páginas, porque sirve para que escuchemos el alma de una de las poetas mejores que ha dado la literatura en los últimos tiempos. E ilusiona que la editorial MurciaLibro haya tenido la admirable idea de servírnoslas en un libro delicioso.

domingo, 6 de octubre de 2024

El fin de los buenos tiempos

 


He tardado tres años en abordar mi novena lectura de Ignacio Martínez de Pisón, un autor que se encuentra sin discusión en la primera línea de mis admiraciones; pero no transcurrirán otros tres hasta la siguiente. Es una de esas voces narrativas ante las que, cuando termino un libro, me pregunto de inmediato por qué no me sumerjo en todos los suyos, por orden y sin detenerme ni siquiera para respirar. Me pasa con Antonio Muñoz Molina, me pasa con Francisco Umbral, me pasa con William Shakespeare, me pasa con Miguel Delibes, me pasa con Andrés Trapiello. Supongo que lo hago porque la prudencia es mi mejor y más sincero argumento: quiero dosificarme sus páginas para que me duren más (leo a más velocidad de la que ellos escriben). Pero esta semana no he podido aguantar más y he dejado que mis ojos recorran las líneas espléndidas de El fin de los buenos tiempos, un tomo en el que se reúnen tres narraciones: “Siempre hay un perro al acecho” (donde se nos obliga a implicarnos en una historia de dolor familiar, con unos padres que asisten impotentes a la consunción de su hija), “El fin de los buenos tiempos” (de temática aparentemente futbolística, pero que explora pasillos más bien oscuros del alma humana, sus traiciones, sus mezquindades y sus venganzas diferidas) y “La ley de la gravedad” (en la cual un profesor de latín tiene que enfrentarse, sin desearlo, a una prueba durísima: reflexionar sobre las relaciones con su padre, ahora que la enfermedad lo está conduciendo inexorable y rápida a la muerte).

No voy a realizar (perdónenme, se lo ruego) ningún tipo de análisis filológico, no voy a extenderme en desgranar detalles sobre la brillantez narrativa del autor zaragozano, no voy a enumerar sus premios. Los laberintos de Internet les brindarán información más detallada de la que yo pueda suministrarles. Lo que quiero es algo mucho más simple, pero creo que quizá más hondo y más auténtico: les voy a sugerir que lo lean. Sin más: que acudan a una biblioteca o librería y cojan en las manos un libro suyo. Y si ya lo han hecho, repitan con otro título. Si les ocurre como me ocurre a mí (que sus historias los atrapan desde el primer párrafo) dispondrán de una maravillosa fuente de agua fresca en la que beber. ¿Y no es eso, en el fondo, lo que andamos buscando (o lo que deberíamos buscar) cuando abrimos cualquier libro?

viernes, 4 de octubre de 2024

Leyenda de san Ginés de la Jara



Siempre he defendido que bajo las líneas en prosa de Santiago Delgado (que son muchísimas y muy variadas) late un poeta, una mirada delicada y sensible que es capaz de detenerse en la crónica de una montaña, de una isla, de una flor, de una duna, de un lienzo, de un naranjo, descubriendo en cada uno de esos elementos un destello especial, una luz única, un rasgo que él advierte y dibuja con palabras exactas y hermosas. Quienes hemos tenido la oportunidad de leer sus libros (yo he disfrutado más de treinta) lo hemos sentido al avanzar por sus páginas. Y esa sensación, que es tan fuerte y tan reveladora, vuelve a manifestarse en los textos de Leyenda de San Ginés de la Jara, que la editorial MurciaLibro acaba de poner en su mesa de novedades.

Quien se adentre en este festival de colores, historias y paisajes se encontrará con una sugerente hipótesis sobre el origen galo de San Ginés; con la asombrosa vida de Armand de Beaufort, fiel servidor de Carlomagno; con un guerrero franco del siglo VIII que terminó muriendo en territorio de La Jara y fue inhumado en una bóveda subterránea; con un unicornio que habitaba por la zona del Pinatar; con la asombrosa dama (cuya identidad me van a permitir que no les revele) que toma baños de barro en la costa murciana desde hace siglos; con una singular apuesta cetrera que entabla el famoso Todmir (al que Santiago dedicó un libro admirable:  https://rubencastillo.blogspot.com/2019/07/cronica-de-todmir.html); con el esclavo africano Nyombé, preso en las minas de Mastia; con el herrero Hans, que se obstinó en construir una especie de traje de buzo en la época del rey Felipe IV; con el guerrero ricotí Ibn Hud y sus brillantes ideas; con el pasadizo secreto (no se sabe si concluso o simplemente planeado) que ordenó construir Ibn Mardenix; y con docenas de historias más, que prefiero dejar para que ustedes mismos las descubran en las páginas de este delicado libro.

No dejen pasar la oportunidad de asomarse a este balcón narrativo de Santiago Delgado, porque seguro que, apoyándose en su barandilla, disfrutarán de todos los colores, las formas, las leyendas y hasta los aromas del Mar Menor.

jueves, 3 de octubre de 2024

Interior día

 


Acompañemos en su viaje a esta mujer. Su nombre no importa. Su edad, tampoco. Se trata de una persona que, después de haber vivido durante años con mucha intensidad (fue actriz cinematográfica, celebridad televisiva y carne de revistas del corazón), ha decidido instalarse en un pueblecito pequeño, apartada de todo lo que no sea ella misma. Necesita olvidar amarguras. Necesita limpiarse y llenar de paz su alma. Necesita protegerse de toda la basura emocional que le fue vertida encima durante los difíciles años de la Transición, cuando las actrices eran carne mostrada, erotismo zafio, machismo gárrulo y silencios obligatorios.

Observemos ahora cómo en ese pueblo diminuto conoce a Miguel, un cinéfilo que la admira desde hace muchos años y que ha coleccionado recortes de prensa y todo tipo de películas realizadas por ella. Su vida (hijo de un mecánico) ha sido infinitamente más discreta que la de la mujer, pero las mordeduras del desamor y de la incomprensión lo han lastimado también desde su juventud. Se ha convertido, lentamente, en un solitario.

Con delicadeza (el autor despliega una prosa que parece ballet), ambos se van despojando de sus corazas y se acercan entre sí. Se buscan. Se necesitan. Y, poco a poco, con sabia dosificación narrativa, las confidencias y las conversaciones sobre sus respectivos pasados les van desvelando matices que desconocían el uno del otro. Ella recuerda sus años con Ágata Lys, con Bárbara Rey, con Concha Velasco, con Chicho Ibáñez Serrador, y le va aportando a Miguel una visión de los años setenta y ochenta muy distinta de la oficial, donde menudeaban los abusos, las mentiras periodísticas, los reportajes amañados, la droga: todo un mundo de fango que las perennes sonrisas del papel couché ocultaban y que, en las manos de Andrés Guilló Javaloyes, se convierte en un retrato valiosísimo de una etapa histórica más bien poco explorada, porque se situó entre dos “épicas” que la desdibujaron: la posguerra y la democracia.

Habilidoso a la hora de construir a sus personajes, el novelista ilicitano suma y suma anécdotas, perfiles, aproximaciones, sentimientos, lágrimas, rebeldías y sonrisas, hasta conseguir que los contemplemos como figuras creíbles, reales.

Una novela de arqueo y aceptación, de sacar a la luz los viejos recuerdos, limpiar sus excrecencias y, al fin, terminar aceptando que somos porque fuimos. Que nada es prescindible en nuestros calendarios del ayer. Y que cada amanecer es el resultado de todos los anocheceres previos. Se van a alegrar ustedes de buscar esta novela y leerla, créanme.

miércoles, 2 de octubre de 2024

Placer licuante

 


Después de dos mil quinientos años de narraciones en prosa y en verso, resulta casi imposible que el libro que comenzamos a leer no se muestre deudor de otros anteriores, desde el punto de vista temático y desde el punto de vista estilístico. Y mucho más si el asunto del que trata afecta a los sentimientos más habituales del ser humano: el amor, la muerte, el miedo, la amistad, la ambición, la traición, el odio. En las páginas de la novela Placer licuante, de Luis Goytisolo, ocurre igual, porque en ella se habla de decepción, de venganza, de celos; y resulta imposible no encontrarle conexiones con otros volúmenes y otros autores. Pero no importa, y conviene decirlo bien fuerte, porque el tratamiento prosístico y arquitectónico que el escritor barcelonés imprime a su obra la convierte en una pieza sin duda interesante y, desde luego, valiosa. En ella nos encontramos con Maica, una marchante de arte con gran éxito profesional, que está casada (infelizmente casada) con el escritor Pablo Pérez. Entre ellos no hay complicidad, ni ternura, ni entendimiento de ningún tipo: él bebe demasiado y, al parecer, no ha terminado de encajar de forma razonable los viajes, cócteles y reuniones continuas a los que se ve sometida su esposa por motivos profesionales. Huérfana de ternura, ella descubre en Máximo (arquitecto prestigioso) una ventana por la que asomarse y por la que recibir el oxígeno y la luz, de tal forma que pronto se convierten en amantes. Lo intentan llevar con discreción, porque son personas educadas y con muchas relaciones sociales, pero la suspicacia del marido se dispara desde las primeras semanas y decide contratar a un detective para que le facilite pruebas de esa presunta infidelidad. Cuando las obtiene (y son obscenamente concretas y definitivas), Pablo compra una caja de balas para la pistola que guarda en casa.

Llegados a este punto, cualquier persona puede pensar que nos encontramos ante la típica narración de celos y la típica venganza rencorosa de un marido burlado, pero les aseguro que no es así: jugando con avances y retrocesos en el tiempo, con la contemplación de escenas desde varias perspectivas y, sobre todo, con un final sorprendente, Luis Goytisolo consigue una novela que mantiene el interés de forma asombrosa.

Con la obra literaria de su hermano Juan nunca he podido, pero mi primera incursión en la obra de Luis no me ha dejado, ni mucho menos, indiferente. Me plantearé continuar en el futuro con Estatua con palomas y, si continúan las buenas sensaciones, con el Everest de Antagonía.