Kreshev
es una diminuta aldea judía donde nada altera la paz cotidiana: todos sus
habitantes son pobres, todos son devotos. De tal forma que “toparse allí con un
auténtico pecado resulta francamente difícil” (p.11). Pero como el Diablo
quiere enredar las cosas (y, además, es el narrador de esta historia), he aquí
que se instala en la localidad el rico Búnim Shor, acompañado por su esposa
Shifre (que no goza de demasiada salud) y por su bella hija Lise, quien no se
interesa por las naderías juveniles, sino por la lectura del Talmud y otros
libros de sabiduría. Las aguas de Kreshev no se alteran demasiado con esa
llegada, aunque sí lo harán en el momento en que el padre decida que ha llegado
el momento de elegir esposo para su hija. El afortunado es Shlóimele, que viene
de muy lejos con fama de ser hombre virtuoso, culto y de estricto
comportamiento religioso. Las cosas, no obstante, cambiarán cuando se celebre
el matrimonio y el marido, a mitad de camino entre lo lúbrico y lo transgresor,
comience a sugerirle a su esposa que lo secunde en ciertos juegos eróticos; y
ella (“sabido es que mi gente tiene una elocuencia extraordinaria”, dice el
Diablo en la página 79) se deje seducir por sus palabras y acceda a cumplir sus
deseos.
Isaac
Bashevis Singer nos presenta en La destrucción de Kreshev (que leo en la
traducción efectuada por Rhoda Henelde y Jacob Abecassis para el sello
Acantilado) un relato tan encantador como inquietante, donde se exploran los
misterios del deseo, el poder brujo de la palabra y las hogueras de lo
prohibido.
Muy recomendable.
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