Nos
encontramos en un pueblecillo solitario y polvoriento y, en él, descubrimos una
vieja casa clausurada. Por una de sus ventanas, si se está muy atento, puede
verse durante unos minutos al día la sombra de una mujer de ojos cansados y
ademanes casi espectrales. Su nombre es miss Amelia Evans. Durante buena parte
de su juventud y madurez fue una mujer admirada y temida: seis pies y dos
pulgadas de altura (es decir, casi un metro noventa), ciento sesenta libras de
peso (o sea, unos setenta y tres kilos), unos bíceps más que notables y un
humor de perros. Durante años se ocupó de mantenerse por sí sola (su marido,
Marvin Macy, se encontraba en la cárcel), destilando licor y ocupándose en mil
tareas mercantiles, hasta que llegó al pueblo el enano jorobado Lymon Willis,
quien afirmaba ser su primo, con el que abrió un café. Al principio, todo
parece ir bien (salvo que los lugareños no atinan a comprender la auténtica
relación entre miss Amelia y su presunto primo, que la tiene encandilada), pero
las cosas comenzarán a torcerse cuando el rencoroso, agresivo y chulesco Marvin
vuelva al pueblo y comience a rondar por los alrededores.
Una novela que leo gracias a la traducción de María Campuzano y que me parece muy bien construida y desarrollada, con un poderoso atractivo verbal y con estampas memorables. Carson McCullers demuestra aquí su amplio dominio de los resortes narrativos y su gran capacidad para los finales melancólicos. Notable.
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