lunes, 26 de julio de 2021

Una vieja chistera sin gracia ninguna

 


Manolo Tena, insólito representante de la sangre española, murió el 4 de abril de 2016; pero no se apagó. Patxi Andión, esposo de Miss Universo y poeta barbado, murió el 18 de diciembre de 2019; pero no se apagó. Luis Eduardo Aute, poeta, profeta y proleta, murió el 4 de abril de 2020; pero no se apagó. Y digo que ninguno de los tres se apagó porque los faros no se apagan nunca. Y faros fueron para el cartagenero Antonio Marín Albalate, quien los empapa de poesía y los desparrama por las páginas de Una vieja chistera sin gracia ninguna. Hablamos de un volumen de versos donde también brillan otros faros: su madre, su hijo, la vida (esa puta), Leonard Cohen, Joan Manuel Serrat… Todos ellos mezclan sus haces de luz y generan un espacio donde la música, el paso del tiempo, los bares, las muchachas que nunca envejecen, los vasos de cerveza, los amigos eternos, las calles mojadas por la lluvia, los hoteles y la actualidad (11-M, chalecos amarillos en Francia, Rajoy) construye el esqueleto bajo el que late el corazón de la poesía.

El visitante que se pasee por sus calles líricas encontrará docenas de juegos de palabras e intertextualidades, burbujeos de nostalgia, borracheras, homenajes y gritos (a veces de felicidad, a veces de melancolía) de un poeta que ama (¿cómo no amar si A.M.A. son sus iniciales?) y nos explica sus amores.

Y ese visitante que se pasee por sus calles líricas aplaudirá incluso las erratas del tomo, porque lo increíble de Antonio Marín Albalate es que incluso en ellas se nos muestra como poeta. Así, nos explica en la página 40 que el cantante y actor Patxi Andión lo ha recibido calurosamente en su vivienda, y lo resume diciendo que “tuve el horno de pernoctar” allí. Tuvo el horno. Una lectura banal nos llevaría a considerarlo una errata por honor. Pero conociendo al enorme poeta que brilla dentro de Antonio no sé si considerarlo un acierto: horno de calor, horno de acogida, horno de confianza fraternal.

Grande.

sábado, 24 de julio de 2021

Lais

 


Me dejo seducir durante unas horas por los Lais, de María de Francia, que abordo en la traducción de Luis Alberto de Cuenca (Acantilado). Y es que algunas veces apetece desconectar de la actualidad, de las complejidades del presente, y sumergirse en ingenuas historias del pasado. Para esa función me han servido maravillosamente estos relatos, que son unos cuentecillos medievales narrados con gracia y con sencillez, donde los tópicos de la época (el elegante caballero gallardo, airoso y lleno de virtudes; la dama purísima, cuyos ojos son siempre el espejo de un alma intachable; los amores secretos, que conviene resguardar de las miradas ajenas) se deslizan ante los ojos de una manera suave. En suma, unas horas de lectura ingenua y llena de encanto, que se agradece como beber un buen trago de agua fría en verano.

Y una frase que subrayo y que transcribo aquí: “El que ha recibido los dones divinos de ciencia y elocuencia no debe quedarse callado ni esconderse”.

Sé que releeré este libro dentro de unos años.

miércoles, 21 de julio de 2021

Teatro fantasma

 


Propendo (aunque lo disfrace, casi siempre, con la suficiente eficacia como para que pocas personas se den cuenta) a la melancolía: recuerdo constantemente calles de infancia, casas que ya deshabito, rostros que los relojes han desintegrado, purezas y felicidades que caducaron, amigos a quienes la muerte o la vida excluyó, esperanzas que se perdieron en el océano… Así que un libro como Teatro fantasma, de Ismael Orcero, tenía que llamarme la atención. Lo infrecuente, lo inesperado es que, además de llamármela, la ha retenido. Es el gran prodigio, que sólo algunas obras alcanzan y que las convierte en volúmenes que uno no entierra en la estantería tras leerlas para que el polvo las adorne o macere, sino que las deja descansar, pues sabe –sé– que habrán de salir para la relectura.

Teatro fantasma me ha conmovido. Se me ha adherido a los dedos y al corazón, como lo hacen los libros auténticos, hondos, intemporales. Nos habla de cafeteras que sugieren o dibujan a su alrededor cocinas de infancia; de plumas estilográficas que evocan al padre (al capítulo “El cetro del rey” habría que ponerle un marco de oro); de bebés esperados y perdidos; de vecinos que son o fueron, nietzscheanamente; de crisis económicas que fueron guerras sin bombas; de pisos alquilados con ventanas mágicas; de terrazas para soñar horizontes; del amor indestructible por su esposa Diana; de martes horrendos, con madrugones y horas interminables de trabajo; de bufandas rojas invernales que tienen una explicación infantil; y, en fin, de todos los paisajes y seres que los demás tenemos a nuestro alrededor, sin que advirtamos su condición metafórica (sean visitas al mercado, compañeros de trabajo, comercios con dos puertas o viejos álbumes de fotografías).

Es un libro que no solamente está lleno de silencios, sino que te deja en silencio cuando acabas. Un silencio retumbante, humilde, solemne. Un silencio lleno de verdades, dolores, añoranzas, sonrisas y fracasos. Un silencio (en verdad lo creo) de Gran Literatura, que Javier Tortosa y Álvaro Bellido subrayan en prólogo y epílogo con atinados términos.

Hasta ahora, yo había leído con agrado a Ismael Orcero; y me parecía (así lo he anotado en entradas anteriores de este Librario Íntimo) un narrador estimable. En Teatro fantasma he encontrado algo más, mucho más: un escritor. Es difícil explicarlo. He encontrado mirada, serenidad, desgarro, construcción impoluta de sus recuerdos, la forma en que selecciona y enhebra las diferentes imágenes de cada historia y, guinda del pastel, la increíble cadencia de su prosa. El pan, no me cabe duda, está hecho. Y huele a la tahona de Artisan Bakers (o a la de mi abuelo José, El Hornero). No duden en abrir su puerta.

martes, 20 de julio de 2021

La vida anticipada


Si el lector tiene ante sí el volumen de relatos La vida anticipada, de Francisco Javier Guerrero (Adeshoras, 2020), permítame que le ofrezca dos consejos de amigo: el primero, que no dude sobre si sumergirse o no en las páginas del tomo. Hágalo. Es una obra estupenda. El segundo consejo, que se arremangue y se disponga a concentrar toda su atención en cada página, en cada párrafo, en cada línea, pues el libro es exigente. No hay aquí un desarrollo o avance clásico, donde los hechos y caracteres se van exponiendo de forma lineal, sino un susurro de frases cortas, de elipsis, de aproximaciones tangenciales, que requiere la ardua y constante participación de la persona que está leyendo. Hay viajes en el tiempo, hay niños que desaparecen antes de una explosión nuclear, hay emociones que se ofrecen resguardadas en burbujas de difícil acceso e incluso propuestas de formato visual infrecuente (“Los mares de Dirac”). Y todo ese universo compacto, lírico, hermético, cuajado de laberintos, ouijas, cobertizos e insinuaciones, no está esperando para revelarnos sus tesoros ocultos, que son muchos y se encuentran a diferentes niveles de profundidad.

Una obra que sin duda resultará incómoda para un cierto tipo de lectores, pero que ofrece gratificaciones para quienes se sumergen en ella con el neopreno de la curiosidad.

lunes, 19 de julio de 2021

Los libros errantes

 


Me doy un agradable paseo por la obra Los libros errantes, de Felipe Benítez Reyes, que está compuesto por unas páginas estupendas en las que comenta su amor (nacido en la adolescencia y luego ampliado) por la lectura. Una magnífica invitación para que los más jóvenes comprendan el aliento transformador que la literatura puede introducir en nosotros; y que contiene además dos anécdotas de orden histórico que no conocía. La primera tiene como protagonista a Eratóstenes, bibliotecario de Alejandría, que se dejó morir de hambre al darse cuenta de que ya no podía leer. La segunda prefiero transcribirla con las palabras exactas del autor: “El banquero inglés Henry Hurth, por ejemplo, reunió una formidable biblioteca que luego fue subastada en Londres; a esa subasta acudió un joven rico y bibliófilo, el norteamericano Harry Elkins Widenor, que, al regresar con sus adquisiciones a los Estados Unidos, tuvo la mala ocurrencia de embarcarse en un barco recién bautizado con el nombre de Titanic” (p.34).

Un libro en el que se nos habla de períodos literarios (“El Romanticismo vino a ser una especie de adolescencia estética practicada por adultos”), del inabarcable placer de la lectura (“El lector padece el vértigo de la infinitud: cuanto más lee, más le queda por leer”) y de otras maravillas.

Muy recomendable.

sábado, 17 de julio de 2021

Venganza en Sevilla

 


Aprovecho estos días para avanzar por la trilogía de novelas sobre Martín Ojo de Plata y me adentro en Venganza en Sevilla, que supone un cambio de escenario para el joven Martín Nevares (y para Catalina Solís), que deberá desplazarse hasta España para intentar liberar a su padre, que ha sido apresado por los hermanos Curvo. Este viaje inesperado y agónico conducirá al personaje protagonista a un compromiso: ir matando, uno por uno, a los cinco hermanos que han dibujado la desgracia de su familia adoptiva. Y lo hará, como irá comprobando el lector, de un modo ingenioso, audaz, que Matilde Asensi teje con habilidad arañesca. Ese proceso, con sus mil matices, añagazas y sorpresas, mantiene el ritmo de la novela con notable éxito, gracias a la sabia mezcla de humor, aventuras, música, erotismo y lujo, que enriquece el texto de principio a fin.

Y es que, sí, la obra es un canto a la literatura de evasión; pero, al mismo tiempo, la escritora alicantina la construye con un descomunal esfuerzo de ambientación, que nos sitúa en la época (trajes, usos palaciegos, comidas, rituales sociales, tejemanejes de los poderosos, debilidad económica de la monarquía) con eficaces resultados. Muy vigorosa (y muy creíble) resulta también la doble caracterización del personaje protagonista, ora el intrépido Martín Nevares ora la discreta y elegante Catalina Solís. Y tal juego doble, que con facilidad podría haberse deslizado hacia los taludes del esperpento o la incredulidad, se ejecuta aquí con admirable vuelo.

Quien quiera disfrutar de una narración fascinante y, a la vez, enterarse de la textura pútrida del siglo XVII español (cuajado de nobles rapaces, mercaderes sin escrúpulos, reyes débiles y un pueblo que chapotea en la pobreza más absoluta), haría muy bien en explorar las páginas de esta novela.

jueves, 15 de julio de 2021

La perfecta casada

 


No parece buena idea la de sumergirse en las páginas de un libro contra cuyo espíritu nos encontramos predispuestos. Así, antes de abrir el tomo La perfecta casada, de fray Luis de León, es mejor preguntarnos por qué lo hacemos. Sabido resulta que su autor fue un religioso agustino del siglo XVI, así que nos podemos figurar, aproximadamente, lo que va a decirnos sobre las condiciones que deben reunir las esposas que quieran ser consideradas perfectas desde el punto de vista cristiano. Todo ahí va a ser pura ortodoxia católica. En caso de que tales ideas o requisitos nos resulten a priori risibles, mejor será no invertir nuestro tiempo en la lectura. Si lo hacemos, que sea para tratar de conocer y entender (verbos que no son sinónimos de compartir), no para malbaratar tantas horas en la mera execración o el inútil escarnio.

Con una prosa llena de subordinadas y meandros (que en ocasiones se vuelve algo tediosa, por reiteración de jeribeques), fray Luis nos explica que la mujer que quiera ser considerada una perfecta casada debe cumplir una serie de requisitos, bien detallados por autores profanos y religiosos: consagrarse por entero a su marido, ser madrugadora, hacendosa, humilde, discreta, poco amiga de los gastos superfluos en ropa y del maquillaje (“Eso que pretendes hermosearte, eso que procuras adornarte, contradicción es que haces contra la obra de Dios, y traición contra la verdad”), fiel de manera inquebrantable (“El quebrar la mujer a su marido la fe es perder las estrellas su luz, y caerse los cielos”) y poco inclinada a salir de su casa, porque fuera de ella no encontrará sino disipación.

Se trata (innecesario resultará explicarlo) de una lectura más bien áspera desde el punto de vista ideológico, pero que nos permite conocer muy detalladamente qué expectativas y qué exigencias se articularon en torno a la mujer durante una buena parte de nuestra historia.