martes, 20 de mayo de 2025

Lugares

 


Un día, el chispeante e imaginativo narrador Georges Perec tuvo una idea, tan sorprendente como casi todas las suyas: escoger doce lugares de París que estuvieran relacionados con algún aspecto de su vida y reunirlos en un proyecto, que consistía en escribir todos los meses dos textos sobre uno de esos lugares, repitiendo la experiencia durante doce años. Cada mes, los dos escritos quedarían protegidos en un sobre lacrado por el propio autor. Esta singular experiencia comenzó en 1969. Y calibró que, cuando por fin se abriesen los sobres en 1980, el mosaico mostraría un detallado mapa mental y emocional, un laberinto y un retrato. Obviamente, hablamos de una aventura, hablamos de un juego, hablamos de un experimento. Pero es que hablamos de Georges Perec, quien hizo de la aventura, del juego y del experimento unas herramientas imprescindibles para entender su entorno y entenderse a sí mismo.

Alguien, guiado por un sentido trascendente de la literatura o de la vida, podrá argumentar que el volumen está construido enteramente con fruslerías. Concedido: es así. Nada que objetar. El parisino nos habla de lugares diminutos donde toma un café o come salchichas, de amigos anónimos que acabaron trabajando en profesiones pequeñas, de calles con basura, de conversaciones de barra que duraron un par de minutos y que estuvieron impregnadas de banalidad, de paseos silenciosos por calles solitarias, de amigos y amigas a quienes se tragó el olvido, de habitaciones donde durmió o escribió, de aquella vez que estuvo escuchando el canto de miles de pájaros, de cuando lo sorprendió el ruido de los furgones antidisturbios en Mabillon, de cuando constató que habían renovado la escalera mecánica en la estación Monge, e incluso de pequeñas mezquindades literarias (“Soy envidioso, soy mala persona; la gloria de Sollers (o de Le Clézio) me quita el sueño”, p.233)… Sí, desde luego, no será necesario seguir enumerando más pequeñeces: admitido. Totalmente admitido. Pero convendría recordar que nuestra vida (digamos que, al menos, el 90% de nuestra vida) es eso: cosas diminutas, seres diminutos, charlas diminutas, alegrías y penas diminutas. Horas o días sin pena ni gloria. Con su anotación meticulosa, Perec está consignándose. Y lo hace por una razón muy contundente, que el autor nos deja anotada en la página 268: “No quiero olvidar. Tal vez ese sea el eje central de este libro”. Con esa clave debemos leer el tomo.

En este descomunal trabajo editorial, que traduce Pablo Martín Sánchez y que incluye un preámbulo de Sylvia Richardson y un prólogo de Claude Burgelin, amén de la espectacular introducción y las notas de Jean-Luc Joly, el imprevisible Perec anota miles de detalles de su propia vida, miles de anécdotas, miles de recuerdos, miles de pormenores topográficos o espirituales. Y el proyecto resulta tan inaudito como seductor. Mención aparte (y un enorme aplauso) suscitan las fotografías y las notas que enriquecen esta fastuosa entrega editorial: un prolijo y esclarecedor esfuerzo donde se nos suministran muchos detalles sobre las personas mencionadas o los avatares vitales del autor. Impagable luz que nos sirve para entender esta vidriera literaria, esta playa llena de guijarros coloreados a la que ahora con admiración llamamos Georges Perec.

No lo duden los amantes de sus libros: Lugares debe estar en sus bibliotecas.

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