jueves, 30 de mayo de 2024

Pastillas debajo de la lengua

 


Hay libros que, bajo su engañosa apariencia, no son realmente libros, sino otra cosa. Lo constaté al terminar Los lagos de Norteamérica (https://rubencastillo.blogspot.com/2019/12/los-lagos-de-norteamerica.html) y vuelvo a experimentar la misma sensación con la última entrega poética de Luis Sánchez Martín, en el sello Liliputienses, que se titula Pastillas debajo de la lengua y que nos invita a un viaje turbador y desgarrado por la mente, el corazón y la memoria de un ser herido por las tribulaciones, que navega por el alcohol, el llanto, la farmacopea, la soledad y las ideas suicidas en un mundo en el que Dios ha muerto y se lo ha llevado todo. Cursó estudios de Ingeniería y de Empresariales (abandonó cuando no le permitieron aprobar una asignatura con un 4’8), e incluso se defiende con el idioma inglés, pero trabaja como camarero y escucha de continuo la letanía de que no debe quejarse, porque otros están peor. No puede esperar nada de su familia. No puede esperar nada del amor. No puede esperar nada. Punto.

Hay tragos que adormecen, pastillas que anulan artificialmente la angustia o que disimulan el naufragio, pero los gritos no se solucionan simplemente mordiendo un pañuelo. La voz poética intenta “acariciar las bombillas / que iluminan esta habitación / llena de ciegos” y se siente como el cigarrillo que, abandonado en el borde de un cenicero, se ha convertido en una fría columna gris, que una simple brisa puede desbaratar. Ni siquiera cobija la ilusión de que las cosas viren hacia un territorio menos hostil, porque “la esperanza es una enfermedad / que mata mientras esperas”. Y, sobre todo, ha aprendido que lo terrible de la depresión y de la tristeza profunda es que, en ese lodazal, siempre se está solo, por más manos que se tiendan o finjan tenderse. Eres un Minotauro, auxiliado o aturdido por esas pastillas que, situadas bajo la lengua, te regalan su oasis engañoso pero imprescindible.

Insisto: un volumen durísimo, que hay que leer y que duele leer. Un testimonio lleno de crudeza y con gotas de sangre y de alcohol empapando cada página. Una crónica del extrarradio. Un bisturí sin misericordia.

IMPRESCINDIBLE.


martes, 28 de mayo de 2024

Reyes de la montaña

 


Quizá recuerden ustedes, aunque sea a grandes rasgos, el argumento de la novela El señor de las moscas, de William Golding, aquella poderosa narración en la que un grupo de niños, supervivientes de un terrible accidente aéreo y que terminan recalando en una isla desierta, deben organizarse como grupo, como sociedad, para sobrevivir. Al principio, imperan entre ellos la moderación y el sentido común, pero el transcurso de las semanas los va asilvestrando y sacando de ellos la parte más oscura, más tenebrosa, más inquietante. Ahora, desde el mes de marzo de 2024, tenemos en las librerías la novela Reyes de la montaña, con la que el talentoso y multipremiado Daniel Hernández Chambers revisita la idea en un formato distópico y juvenil: diez adolescentes, que proceden de un Centro de Menores, son reclutados para participar en una excursión de dos semanas que se desarrollará en un entorno agreste de montaña, donde deberán aprender a cazar, pescar, encender fuego y otras actividades de supervivencia y compañerismo. Lo que no podía imaginarse, ni en sus peores pesadillas, es que mientras ellos se dedicaban a vivir esa experiencia, el mundo sería arrasado por un virus que exterminaría toda forma de vida humana… salvo a ellos. Al principio, como es evidente, los zarandea la incredulidad; luego los asalta el desconcierto; y, por fin, los anega el pánico. Pero hay que sobreponerse, porque la vida siempre aúlla para continuar: deben repartirse los trabajos de caza y pesca, deben proveerse de un refugio que los proteja de la lluvia y el viento, deben mantener siempre viva una hoguera… En suma, deben refundar la civilización, como aquellos Rhodo y Rosía que ideó el chileno Pablo Neruda.

Fricciones, pactos, peleas, concesiones, amores, odios, envidias, amistad y racismo se irán mezclando en sus magníficos diálogos, hasta llevarnos por un sendero narrativo que se va haciendo cada vez más áspero, más escarpado, más desasosegante, hasta conducirnos a un final que (sin revelarles ningún pormenor) les formará un nudo en la garganta.

El premio Edebé de Literatura Juvenil vuelve a acertar en la designación de su ganador: Reyes de la montaña es una novela adictiva, briosa y robusta, que te mantiene el corazón acelerado hasta la última página.

lunes, 27 de mayo de 2024

El silencio del asesino

 


Ernest Morrison, viudo de Mary Adams, vive en su solitaria propiedad de Twin Willows Manor, en Wiggfield, con la única compañía de su ama de llaves, y sin necesidad de ejercer oficio alguno (las rentas que su mujer le dejó resultan suficientes para vivir con holgura). Un día, en plena partida de cartas, la policía le pide que los acompañe, causando sorpresa entre sus compañeros de juego. Al parecer, se han hallado en su jardín los restos de una mujer asesinada. Y el comisario Todd se muestra convencido de que se trata de la pobre Mary Adams. Morrison trata de defenderse explicando que su mujer murió hace diez años en Brasil. ¡Es imposible que se trate de ella! Pero un elemento parece indicar que sí: el cadáver muestra un aparato ortopédico como el que Mary llevaba desde la infancia por culpa de la poliomielitis. Ernest Morrison, insistiendo de forma constante en que él no mató a su esposa, no ayuda precisamente a resolver el enigma.

Durante el juicio, que ocupa la mayor parte de la novela, escucharemos los testimonios de Ann Mac Nigan (ama de llaves que deja salir su resentimiento hacia Morrison, a quien siempre ha considerado un cazafortunas), el director del banco (que da cuenta de ciertas irregularidades en las transacciones dinerarias de Mary Adams), Claire Stanford (una excelente amiga de la difunta) y otros personajes, que irán formando en la mente de los lectores una imagen cada vez más nítida de lo que ocurrió con el matrimonio formado por Ernest Morrison y Mary Adams. El detallado resumen que realiza el fiscal sobre el presunto crimen en el capítulo 13 es demoledor.

Pero cuando está a punto de pronunciarse la sentencia, Morrison pide la autorización del tribunal para dirigirse a Twin Willows Manor y demostrar así de un modo tajante y definitivo su inocencia: afirma saber quién es el asesino real de la pobre Mary. Y no fue él. Una serie de sorpresas encadenadas provocarán el asombro creciente del lector, quien terminará descubriendo una realidad muy distinta de la que ha ido sospechando durante el transcurso de la novela.

Buena novela judicial juvenil, que cautivará a los lectores adolescentes.

domingo, 26 de mayo de 2024

Amor en juego

 


Cinco son los grupos que, según el grado de intensidad, pueden trazarse según Elena Ferrándiz para practicar los juegos asociados al sentimiento amoroso: enamoramiento, conquista, emparejados, desiguales y, por fin, solitarios. Y para cada uno de esos niveles la autora propone una serie de actividades lúdicas, tan divertidas como metafóricas, que pueden verse en este libro publicado por el sello barcelonés Thule.

En el enamoramiento, dominan juegos como la ruleta o la gallinita ciega, y en ellos interviene una buena porción de azar, que acelera el corazón y lo impulsa hacia el cielo (es decir, hacia otro corazón), anhelando un vínculo que esté aromado por el perfume de la eternidad.

En la conquista (vocablo que ya Jorge Manrique, guerrero y poeta, usaba en sus poemas menores), conviene que los jugadores se tornen expertos en disfraces, en el póquer y en el pilla-pilla. Huelga añadir comentarios.

En la etapa de emparejados, cuando las partidas son más largas, las opciones se deslizan hacia el ajedrez y los juegos de rol, donde las estrategias y la adopción de una personalidad inteligente resultan claves.

En el tramo de bajada, cuando las partes de la experiencia amorosa ya no actúan al unísono (“Mientras que para uno es solo un pasatiempo, al otro le va la vida en la partida, y termina perdiéndola irremediablemente”), los juegos dominantes serán la peonza y el yo-yó.

Y, al fin, “cuando el corazón no tiene compañero de juego con quien compartir movimientos y latidos”, es la hora de concentrar los ojos y la mente en los naipes del solitario.

Un libro simpático, muy bien ilustrado por la propia Elena Ferrándiz, que puede amenizar una tarde de lectura.

jueves, 23 de mayo de 2024

El Nudo

 


Resulta admirable que la escritora Monserrat del Amo sintiese la necesidad de estar innovando en el mundo de la narrativa juvenil incluso en sus años de senectud, cuando tantos otros autores ya se han rendido, mucho más jóvenes, a la molicie de la repetición de fórmulas. Sirva como ejemplo su obra El nudo, con la que obtuvo en 1978 el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, y que presenta una ficción con tres partes bien diferenciadas. En la primera nos habla de las peripecias de Manu, Kimu, Gud y otra porción de personajes que viven en lo alto de una montaña escarpada. Forman una tribu de cazadores, tecnológicamente retrasada, pero que viven en perfecta armonía interior, en una especie de Sangri-La con tintes edénicos… hasta que se enteran de que los habitantes del llano, armados y belicosos, pretenden invadir su mundo y convertirlos en esclavos. Transmutados entonces en defensores de su modo de vida, los niños de la tribu comenzarán a comunicarse mediante el sonido de sus arcos, y crearán de ese modo mítico la música. En la tercera parte del volumen nos dedicaremos a hacer alpinismo con Agustín, Gonzalo y María, que escalan una alta montaña y que, una vez en la cumbre, descubren un detalle que los desconcierta: una figura con una escafandra, que resulta ser un extraterrestre y que reacciona de un modo muy peculiar al contacto con los seres humanos.

Pero lo más importante es el segmento central (la parte segunda del libro), sin duda su zona más chocante: una serie de páginas que están en blanco. Es el lector quien tendrá que dar su versión de los hechos y establecer la conexión que, a su juicio, vincula las dos historias. Tendrá que unir los hechos y dar su interpretación. La montaña es la misma en las dos narraciones, pero el resto está sujeto a opiniones: los aborígenes inventan la música y eso los “eleva”; el ser extraterrestre decide conocernos y “baja”. Juego de contrastes, sin duda lleno de significados y sugerencias. Pero lo más importante es que, dominándolo todo, está la pluma de Monserrat del Amo, reina sutil, diosa sabia y sonriente, que maneja hilos invisibles para llevar a sus jóvenes lectores por el sendero de los libros de la mejor manera posible: proponiéndoles historias vibrantes, muy bien contadas y con una enseñanza final que les llegue con nitidez y los deje pensativos.

miércoles, 22 de mayo de 2024

Yo maté al caudillo

 


Cuando los lectores nos sumergimos, alborozados, en un nuevo libro de Paco López Mengual, sabemos con bastante precisión lo que vamos a encontrarnos en él: una prosa encantadora, personajes fascinantes y gran sentido del humor en muchas de las páginas. Pero, sobre todo, lo que domina (quizá se trate de una sensación especial, que no sé si el resto de lectores comparten) es una tremenda sugestión de oralidad. Algo así como si el propio autor se encontrara a mi lado, leyéndome los textos. Es una sensación muy agradable y, para mí, constituye la marca de la casa. Lo oigo hablándome de las cartas del doctor Mengele, aquel nazi nauseabundo; lo oigo contándome las anonadantes profecías del difunto primito Serafín; lo oigo relatándome la historia de los pollitos que nacieron en la nevera, tras adquirir unos huevos de dudosa frescura; lo oigo resumiéndome la memoria del escritor Salvador Cuesta, que quizá asesinó al dictador Francisco Franco, sin que la Historia haya recogido tal magnicidio en sus anales; lo oigo, en fin, cuando deja en mis ojos sus relatos sobre hombres con cuernos, abuelos exploradores, sirenas inesperadas o mujeres barbudas. Algunos de estos relatos los he leído por cuarta o quinta vez y, pueden creerme, siguen siendo muy agradables y dignos de visita, porque el autor domina el arte de la seducción narrativa.

Paco se ha convertido, lenta y gozosamente, en el bardo de Molina de Segura, en el juglar de la Vega Media, en el hombre que pone voz a bandoleros, tumbas de personajes olvidados, calles con historia silenciosa, leyendas a las que él retira el polvo con sus dedos hábiles y gusanos que mantienen la vieja tradición de la sed y las metamorfosis.

Léanlo, escúchenlo, acompáñenlo. Es un gozo de la literatura viva.

lunes, 20 de mayo de 2024

El hombre que paseaba con libros

 


Existen (perdóneseme la perogrullada) muchos tipos de lectores: el compulsivo, el reflexivo, el irregular, el amnésico, el intermitente, el que se concentra en un género, el que… Y es posible que todas las personas que puedan estar leyendo esta reseña conozcan a algún candidato cercano para cada una de dichas variantes. Es más difícil encontrarse con un lector monje: es decir, un solitario que se dedica a leer con voracidad, entregándose al mundo de los libros en cuerpo y alma. En la novela El hombre que paseaba con libros, de Carsten Henn (que leo en el sello Maeva, traducida por Elena Abós Álvarez-Buiza), se nos facilita la historia de uno de ellos: el anciano Carl Kollhoff, que distribuye a pie, artesanal y amorosamente, los libros que encargan los clientes de la librería A las puertas. Durante años, ha desarrollado esta labor bajo las órdenes de su amigo Gustav, pero desde su triste fallecimiento ha tomado el control del local su hija Sabine Gruber, que pretende dotarlo de un aire más moderno, más funcional. Y su primera medida no puede resultar más hiriente: desea despedir a Carl. Entretanto, el fervoroso proselitista (que no solamente entrega los libros, sino que bautiza con nombres literarios a los clientes y conversa con ellos, recomendándoles obras que puedan hacerlos más felices) se sorprende cuando una niña de nueve años, Shasha, se empeña en acompañarlo en su recorrido. Los vínculos que se establecen entre el viejo lector, la pizpireta Shasha y los principales clientes de la librería (un señor chapado a la antigua, un tímido analfabeto, una maestra retirada, una mujer golpeada por su marido) nos llevan de la mano por una narración dulce, entrañable y de imposible abandono.

Si un libro puede resultar inolvidable por una sola palabra (yo jamás olvidaré el adjetivo “cremoso”, que el narrador de Los misterios de Madrid aplicó a un ruidoso salivazo), El hombre que paseaba con libros también puede serlo por una escena: la que tiene lugar entre las páginas 98 y 100 cuando Sabine impide a Carl que acuda al hospital a visitar a su padre, y el viejo Kollhoff se dedica a leer en voz alta y firme, desde el otro lado de la puerta, hasta que se apaga la respiración de su entrañable amigo.

Un libro hermoso y muy emotivo, que encantará a todas las personas que amen la literatura.

sábado, 18 de mayo de 2024

Compañía

 


Acabo de terminar un interesante libro de relatos de Cristina Cerrada, que se titula Compañía y que fue publicado por el sello Lengua de Trapo después de que obtuviese el premio de narrativa Caja Madrid. En sus páginas me he encontrado con todo tipo de personajes singulares, que han capturado mi atención y me han conseguido intrigar: un acosador que se obsesiona con el control de su vecina Dana; un quinceañero que tras sufrir el abandono de la figura paterna se tatúa un lobo en el pecho; un recién divorciado que se entera de que la nueva pareja de su exmujer va a sufragar la estancia de sus hijos en un colegio extranjero (que él no podría pagar); una muchacha que se entera por teléfono de la muerte de su abuelo y decide cumplir una promesa que le hizo; una mujer que, mientras convive con su marido y con su suegra, se obsesiona con la idea de que las hormigas están invadiendo su casa; un hombre al que la policía acusa del asesinato de su familia y que arguye con firmeza que se trataba de extraterrestres… Son muchas figuras, colocadas en un buen número de situaciones distintas, que nos revelan las mil facetas del espíritu humano, capaz de luces y ciénagas, de soledades y heroísmos, de mezquindad y de esplendor.

Creo que se trata de una autora a la que querré volver, después de dos experiencias lectoras satisfactorias, para comprobar si otro de sus libros me interesa tanto como este. Algo me dice que lo más probable es que sí.

jueves, 16 de mayo de 2024

Río Cárdeno

 


Que levante la mano quien, en su juventud, no se haya sentido galvanizado por impulsos idealistas, quien no haya ardido por alguna causa noble y arrebatadora, que lo hiciera sentirse un héroe cinematográfico. Juan Plata, desde luego, forma parte de ese grupo temporal y sentimental. Hijo de una costurera y de un padre desconocido (aunque parece evidente que se trata del abogado Francisco Griñón), su infancia ha transcurrido en medio de estrecheces y señalamientos, viendo cómo su madre se dejaba los dedos y los ojos para labrarle un futuro; y de pronto, cuando una beca sutilmente impulsada por Griñón le está permitiendo seguir estudios jurídicos en Salamanca, descubre que en su pueblecito, Aracia (un pequeño lugar que “parecía sacado de un relato de Rulfo”, p.179), chirría el fantasma amenazante de un proyecto que incluye la compra de numerosas zonas de secano a precios elevados. ¿Quién (y por qué) muestra tanto empeño en hacerse con esas hectáreas infértiles, llenos de pedruscos y matorrales inútiles? Cuando descubra los nombres de los responsables y el objetivo de su complot, a Plata se le ilumina en la cabeza la idea de combatir la ignominia y proteger a sus conciudadanos, sin calibrar que se enfrenta a fuerzas que lo superan y que no dudarán en neutralizarlo y avasallarlo. Como los muñidores de voluntades son habilidosos, todo se le pondrá en contra: su novia dudará de él, su madre dudará de él, sus amigos dudarán de él. Y Juan Plata descubrirá que el hermoso gesto de los héroes del Oeste americano queda muy bonito en pantalla, pero destroza el corazón y erosiona el espíritu cuando se vive en primera persona, en la realidad. Después de muchos años viviendo en el candor juvenil, conociendo solamente la epidermis rosada del mundo, ha llegado el momento de descubrir los tumores que la rellenan por dentro, implacables y mefíticos.

Hace ya muchos años que sigo con fervor y con admiración creciente los libros de Juan Ramón Santos, porque me fascina su capacidad para convertir en música (en música clásica) la prosa: es un maestro del ritmo, de la escultura sintáctica, del léxico exacto y revelador. Para mi gran felicidad (aunque no para mi sorpresa), en Río Cárdeno vuelve a repetir el prodigio. Les aconsejo que lo descubran.

martes, 14 de mayo de 2024

Fantomas contra los vampiros multinacionales

 


Para desconcierto y horror de Julio Cortázar (que es el protagonista de la obra y que lee la noticia mientras viaja en tren), se está produciendo un salvaje atentado mundial contra la cultura: desaparecen libros de forma masiva, son incendiadas importantes bibliotecas (Calcuta, Tokio, Bogotá, Buenos Aires, Moscú), escritores muy notables (como Alberto Moravia) son amenazados de forma directa con la muerte si continúan su labor… ¿Qué demonios está ocurriendo? Conversando por teléfono con Susan Sontag (cuyas piernas han sido fracturadas por escribir artículos contra estas atrocidades), el argentino comprende que la confabulación es tan abrupta, tan preocupante y tan fascista que requiere la intervención de Fantomas. Todo el mundo intelectual está consternado (Octavio Paz, Heinrich Böll, Juan Rulfo, Osvaldo Soriano, Gabriel García Márquez, Caetano Veloso, Lezama Lima, Cristina Peri Rossi, Eduardo Galeano) y todos sus integrantes confían en la intervención de Fantomas… salvo, precisamente, Susan Sontag, que es la más realista del grupo y percibe la raíz honda del problema (“Fantomas es admirable y se juega la vida a cada paso, pero nunca le entrará en la cabeza que los otros son legión y que solamente con otras legiones se les puede hacer frente y vencerlos”, p.70). ¿Y quiénes son (conviene preguntárselo a estas alturas del resumen) “los otros”? La respuesta es sencilla, a la vez que oscura: las terribles multinacionales que, manejando a los políticos como títeres, dominan el mundo a través de los mercados. Esos grupos empresariales (cuyo poder resulta del todo inimaginable para quienes no están dentro) lo controlan todo, lo dominan todo: son quienes gobiernan en la sombra. No se trata de una paranoia, ni de una idea infantil: es la realidad que los hechos corroboran. Por eso (verbaliza Sontag), la respuesta contra ellos no tiene que configurarse alrededor de un héroe, sino que debe ser colectiva, consciente y firme (“El error está en presuponer al líder, Julio, en no mover un dedo si nos falta, en esperar sentados que aparezca y nos reúna y nos dé consignas y nos ponga en marcha”, p.71).

Cortázar, que acababa de formar parte del Tribunal Russell II, escribe una obra que, bajo su apariencia lúdica y humorística, contiene más sangre y más lágrimas de las que podría suponerse. Lo fácil es motejarla de maniquea o de capciosa, pero esos lanzamientos de barro (la palabra “demagogia” ha sido siempre una eficaz arma arrojadiza) ya dejaron de funcionar hace bastante tiempo. Es hora, quizá, de admitir que llevan siglos engañándonos. Es hora, quizá, de abrir los ojos.

domingo, 12 de mayo de 2024

Éter

 


Siempre me ha parecido una infundada osadía afirmar que existe (o que no existe) algo trascendente más allá de la muerte. No se trata de que no sepamos lo que acontece después, sino que no podemos estar seguros. El creyente se aferra a su fe positiva y el ateo se aferra a su fe negativa, pero ninguno de los dos puede saber si está en lo cierto: se limita a postular una hipótesis y recubrirla de mármol, para darle apariencia de solidez incontestable. Cada uno de ellos atesorará, como Fafner, cuantos “argumentos” le den la razón, cuantas paradojas lo auxilien o reconforten, cuantos interrogantes sean imposibles de contestar por “los otros” y que parezcan apoyar su tesis. Pero ninguno sabe.

En su reciente volumen Éter (publicado por la editorial Malas Artes después de haber resultado finalista en el VIII Certamen Malas Artes de Terror, Fantasía y Ciencia Ficción), el versátil y siempre convincente José Antonio Jiménez-Barbero aborda este tema “fronterizo” y el resultado es una novela de sólida textura y de magnífico desarrollo narrativo, donde descubriremos la existencia de una serie de personas que, dotadas con unos poderes psíquicos extraordinarios, sufren la presión de enfrentarse a unas misteriosas fuerzas oscuras que vienen desde el Otro Lado y que no dudan a la hora de emplear cualquier arma para conseguir sus propósitos: secuestros, torturas, experiencias científicas pavorosas, suplantación de cuerpos, manipulaciones mentales y otra porción de artimañas nauseabundas, que cada persona que lea la novela irá descubriendo con fascinación y horror, porque el autor de la obra es un maestro a la hora de crear atmósferas.

¿Que quedarán ustedes seducidos por la figura de Konstantin? Se lo garantizo. ¿Que se compadecerán por el destino que aguarda a Victoria? Ni lo duden. ¿Que sentirán la piel erizada en varios momentos de la narración? Por supuesto. ¿Que llorarán en las páginas finales? Probablemente.

Maestro del discurso y de los resortes narrativos, José Antonio Jiménez-Barbero vuelve a demostrar que no es un gran novelista de género, sino un gran novelista. Sin etiquetas restrictivas. Un gran novelista. Súmense al círculo de sus adeptos.

viernes, 10 de mayo de 2024

Retrato de Shunkin

 


Ignoraba, hasta hace unas semanas, no solamente la obra, sino el nombre mismo del escritor japonés Junichiro Tanizaki, pero ha querido la suerte que acabe de resolver ese desconocimiento con la lectura de su delicada novela Retrato de Shunkin, que traduce del idioma inglés María Luisa Balseiro y que publica el sello Siruela. En ella se nos cuenta la asombrosa historia de una fascinación, de un deslumbramiento, de un éxtasis religioso. Y uso esos términos porque hablar de “amor” para referirse a lo que siente Nukui Sasuke por la ciega Mozuya Koto resulta, sin duda, inexacto, por insuficiente. El muchacho, que se convirtió desde su niñez en guía de la joven, rica y caprichosa Mozuya, le ha tributado todas sus energías a ese oficio, todo su corazón a esa tarea, todas sus horas a ese fervor. Nada le ha importado que ella se muestre altanera con él y que lo llame “aprendiz” o “siervo”. Nada le afecta su trato desdeñoso. Ella, a su entender, es una diosa. Y las diosas no están obligadas a mostrarse agradecidas a sus adoradores: juzgan que su veneración es tan lógica como natural. Durante años, ha cuidado de ella con la alegría íntima de un perro fiel. Y seguirá haciéndolo cuando un salvaje sin escrúpulos entre en la casa y vierta un líquido ardiendo sobre el rostro de la joven, dejándola desfigurada. Pero el modo increíble en que lo hace… Ah, eso lo tiene que descubrir cada persona que se acerque hasta el libro.

Elegante en su forma de contar, con esa condición sigilosa, sosegada, leve, casi gatuna, que tienen muchos narradores nipones, Tanizaki nos brinda una historia realmente magnífica, que consigue seducir y emocionar desde la primera hasta la última de sus páginas. Y no es una frase hecha.

PRECIOSA.

miércoles, 8 de mayo de 2024

El séptimo círculo del infierno

 


Después de haberme encontrado con su nombre y con las cubiertas de sus libros en periódicos, revistas literarias y redes sociales, he decidido sumergirme por fin en una obra de Santiago Posteguillo. No lo había hecho antes porque el mundo de la antigua Roma, personalmente, no me llama mucho la atención; así que la idea de adentrarme en una novela histórica de tropecientas páginas no terminaba de seducirme. Pero de pronto se instaló ante mis ojos el volumen El séptimo círculo del infierno y, ojeándolo, descubrí que me podía interesar. En efecto, así ha sido. Y mucho.

Me he encontrado con un buen ramillete de secuencias narrativas en las que, jugando con el misterio (Posteguillo no desvela de quién habla), nos expone un episodio biográfico calculadamente ambiguo o sinuoso, y luego lo completa con la aclaración de los detalles sobre su protagonista. La estrategia es inteligente y está bien llevada, no cabe duda; y permite que los visitantes de la obra conozcan un exquisito muestrario de anécdotas sobre el mundo de la literatura: la forma en la que el azar (o acaso la protección secreta y firme de las nueve musas) ha protegido algunos versos de Safo de Lesbos, que han sobrevivido a la quema homófoba y misógina del papa Gregorio VII; la huida más bien ignominiosa de Horacio, tras una batalla, que sirvió para salvar su vida… y para que ahora tengamos su poesía; la manera en que el escritor prisionero Rustichello da Pisa convenció a Marco Polo para que le dictara la crónica de sus viajes, que convirtió en una narración fascinante; la asfixia intelectual que tuvo que sufrir sor Juana Inés de la Cruz, obligada a desprenderse de su biblioteca; cómo Juan Ramón Jiménez se enamoró de la risa de Zenobia Camprubí y, tras esa fascinación, utilizó el interés de ella por Rabindranath Tagore para lograr que lo tradujesen juntos; la desventura de la asturiana Concha Espina, que se quedó a un solo voto de conseguir el premio Nobel de Literatura en 1926; el amor secreto que unió a la escritora norteamericana Pearl S. Buck y el poeta chino Xu Zhimo; el bello y retador diálogo (inventado por Santiago Posteguillo) entre Federico García Lorca y Oliverio Girondo, hablando sobre los límites de la literatura; el difícil equilibrio político en que vivió Wenceslao Fernández Flórez durante el franquismo, mimado por un régimen que necesitaba intelectuales, pero crítico con los militares y favorable al aborto; las penurias que sufrió en los campos de concentración nazis Imre Kertész y su posterior marginación en su propio país, Hungría; la lucha de Bulgákov contra la asfixia que le procuró la censura estalinista; las penalidades postales que vivió Gabriel García Márquez para enviar Cien años de soledad a la editorial Sudamericana; la amistad (de peculiar inicio) entre el fotógrafo Daniel Mordzinski y el novelista Sergio Pitol; el seudónimo que se inventó Doris Lessing para poner a prueba la sagacidad de los críticos literarios; la emocionante forma en que la literatura de Chinua Achebe mantuvo con vida al encarcelado Nelson Mandela; la lánguida declinación de Iris Murdoch por el camino del alzheimer…

Me detengo, me detengo. Son tantísimas las bellezas que este libro contiene que se lo aconsejo con toda mi energía y me muerdo las teclas para no seguir haciendo spoiler, como dicen los modernos.

Si aman la literatura, amarán esta obra.

martes, 7 de mayo de 2024

Lo que se hunde

 


No será necesario invocar el nombre egregio de Juan Ruiz, el arcipreste de Hita, para que recordemos con nitidez que no es inteligente confundir el tamaño con la importancia, y que, si un diamante es más valioso que una piedra y una calandria dispone de una voz más melodiosa que un cóndor, el poemario Lo que se hunde, de María Marín, no debe ser juzgado por su liviandad material. Es un librito que cabe en el bolsillo trasero del pantalón, y que apenas pesa unos pocos gramos. Esas serían las consideraciones físicas del asunto (del “volumen”, para decirlo con ironía emersoniana). Otra cosa son las consideraciones espirituales o literarias. Y ahí la obra es espectacular, densa, magnética, contundente.

La niña que aún va calzada con zapatitos de botón y calcetines blancos; la niña que parece alzar su mirada cada pocas líneas, hasta clavar sus pupilas en las nuestras; la niña que sigue recurriendo a la figura protectora de la madre; la niña que nos explica entre las páginas 60 y 62 las diferencias entre lo que salta al vacío y lo que se hunde; la niña que no se siente cómoda o protegida abriendo la puerta de su casa. Ella es la dueña de la voz que burbujea en cada poema de este libro conmovedor. Ella es la mano que sentimos tendida desde cada verso, mientras nos susurra que no desoigamos su súplica. Que comprendamos su necesidad de explicaciones (“Que a veces la luz / impide ver el fondo, / que a veces todo / se ve mejor a oscuras”). Que respetemos en silencio su fragilidad vulnerada (“El mundo es demasiado ruidoso / para mí. / Solo quiero que se callen”).

Pocas veces he sentido, con tanta intensidad, el desamparo de una escritura y de un balbuceo. Me he sentido interpelado por María, me he sentido llamado de un modo firme y a la vez delicado por su zozobra. Y, aunque no conozco a la poeta personalmente (quizá les pase a ustedes lo mismo, si deciden leer esta obra), he sentido que querría abrazarla: sin añadir palabras a ese gesto, pero dejando bien claro que de esa forma le estaría ofreciendo otro fino vínculo para atarse al mundo (véase la página 77).

Libro para leer y para releer, porque el perfume de una rosa nunca cansa.

domingo, 5 de mayo de 2024

Ayanz, el inventor

 


Lo he dicho muchas veces, oralmente y por escrito, y no me importa repetirme: Santiago Delgado es un autor inexcusable, poliédrico y valioso en el mundo de nuestras letras: ensayos, cuentos, novelas, poemas, artículos, conferencias, biografías y prólogos que llevan su firma han enriquecido la literatura murciana durante el último medio siglo, en una labor tan musculosa como atractiva. Y lo ha vuelto a demostrar con la publicación de la novela Ayanz, el inventor, centrada en la figura del navarro Jerónimo de Ayanz y Beaumont, mente preclara del siglo XVI que puso sus reflexiones no solamente al servicio de la ciencia, sino también y sobre todo al servicio de su país y de su rey.

Para llevar a buen término esta extensa narración, Santiago Delgado se auxilia con dos luces igual de potentes: de un lado, la documentación histórica (que, como siempre sucede en el novelista murciano, es densa, variada y firme, no tolerando que ningún pormenor biográfico importante se sustente sobre el humo de las suposiciones); del otro, la habilidad para convertir un material que podría haber sido árido o insignificante en un relato fluido, ameno y lleno de atractivo. Porque ese es (ese ha sido siempre) el gran poder novelesco de Santiago: lograr que imaginación y documentación, verdad y magia, se aúnen en sus páginas, al servicio de una figura que queda, por obra y gracia de su talento, dibujada con nitidez para la eternidad. Calatravo insigne, aficionado a concebir mecanismos hidráulicos de todo tipo (“Mucha parte de las noches las empleo en dibujar los ingenios que me invento, ineludible paso antes de pasar a ser máquinas, de palos y metales, ruedas dentadas y manivelas. Máquinas que sirvan para algo, desde luego. Creo que seguiré con esta costumbre toda la vida”, p.15); que coincidió con personajes insignes de su tiempo (Miguel de Cervantes, p.29; Teresa de Jesús, p. 51; Ginés Pérez de Hita, p.62; Lope de Vega, p.109; Diego de Miranda, el Caballero del Verde Gabán cervantino, p.181; etc.); que se esforzó por remediar los ataques berberiscos a las costas murcianas; que fue testigo de la destrucción de la Armada Invencible; que sufrió la muerte de sus cuatro hijos por una epidemia de peste; que estuvo a punto de fenecer por inhalar gases tóxicos en una mina; y que, pese al amor insondable por su esposa, nunca pudo olvidar la bella y brevísima experiencia sexual que mantuvo en su juventud con la sirvienta Chiara, don Jerónimo de Ayanz (quien se encuentra enterrado en la catedral de Murcia) se convierte en las manos de Santiago Delgado en una figura potente y llena de luz, majestuosa e inolvidable.

Acérquense a esta novela para disfrutar, para aprender y, en sus cuatro últimas páginas, para emocionarse de un modo extraordinario. Ya verán.

viernes, 3 de mayo de 2024

Nieve

 


En 1996 se publicó la novela Seda, de Alessandro Baricco, que se convirtió pronto en una sensación en toda Europa, por su ambiente oriental, su lenguaje lírico, sus frases cortas y sus capitulillos breves, que encandilaron a los lectores de forma casi unánime. Tres años más tarde, el francés Maxence Fermine entregó a los lectores su primera producción novelística que, con el título de Nieve, seguía inequívocamente la estela del italiano. No se trata, como es lógico, de una crítica ni de una observación malévola, pero sí de una evidencia incontestable, con la que se mostrará conforme cualquiera que conozca ambas obras: parecen primas hermanas, tanto en su espíritu como en su formulación.

En Nieve nos encontramos con Yuko Akita, un muchacho japonés que, renegando de las tradiciones familiares (que lo impelían a dedicarse al sacerdocio o el ejército), decide convertirse en poeta. Tres son, durante la juventud, sus amores: los haikus, la nieve y el número siete. Y tres serán, también, las mujeres que turben su ánimo durante los años siguientes: una muchacha que encuentra junto a la fuente (con la que mantiene sus primeros contactos eróticos), la joven que acompaña al emisario imperial (que lo visita para conocer sus progresos en el mundo de la poesía)… y el cadáver congelado y aparentemente desnudo de una dama, que encuentra mientras viaja en busca de su futuro maestro Soseki. Con levedad y con buen pulso narrativo, Fermine nos va conduciendo por esta historia de colores, funambulismo, búsquedas espirituales, desamparos y fatalidad, que se lee con mucho agrado y que resulta por momentos conmovedora. Al final, una tierna sorpresa servirá como cierre de una narración tan eficaz como admirable. Aunque no se la pueda aplaudir por su originalidad formal, sí que es razonable hacerlo por la manera en que Fermine desarrolla y cierra su historia, la cual se eleva hasta un buen nivel.

miércoles, 1 de mayo de 2024

La guerra de Nico

 


Cuando llegó a mis manos el libro La guerra de Nico, la novela galardonada con el premio Edebé de literatura infantil de este año, realicé un experimento: dejé el libro encima de la mesa y, tras observar que mi hijo Álvaro (13 años) lo cogía para leerlo, esperé con paciencia. Cuando volvió a dejar el tomo en la mesa, un par de días después, le pregunté: “¿Qué tal?”. Su respuesta fue tajante: “Chulo. Muy triste”. No se me ocurre una crítica literaria más exacta. Porque esta novela del barcelonés Josan Hatero es, rigurosamente, eso que mi hijo condensó en tres palabras: chula y muy triste.

Imaginen a un niño de once años, llamado Nicolás Franz, que por sorpresa recibe una notificación donde se le comunica que debe incorporarse, sin excusa y con carácter inmediato, a las filas del ejército, para luchar por su país en guerra. La madre y el propio Nico tratan de explicar al reclutador que el citado “Nicolás Franz” tiene que ser su padre, porque él no es más que un niño; pero de nada valen esas juiciosas consideraciones, ante la burocracia más absurda y más cerril. De este modo se inicia una narración delirante donde comprobaremos cómo el chiquillo es trasladado en un larguísimo viaje en tren, rapado al uno, vacunado contra el tétanos, instalado en un barracón con otros chicos y, después, sometido a una disciplina castrense que incluye, entre otras sevicias, marchas y sesiones de tiro. Nadie parece dispuesto a remediar esta insensatez (“Ahora ya no eres un niño, eres el recluta Franz”, 46), ni tampoco a suavizar las normas en atención a sus pocos años, obligándolo a que haga las cosas a toda velocidad (“No sé si nos están preparando para la guerra o para participar en unas olimpiadas”, 57).

Durante ese tiempo, Nico asistirá a escenas terribles (intentos de deserción, tentativas de suicidio, incluso una muerte en sus brazos), que eliminan cualquier posibilidad de ver estas páginas como una narración edulcorada y que convierten la novela en una descarnada denuncia de la locura bélica, que convierte a los seres humanos en alimañas.

Sin duda, un libro valiente, valientemente premiado por Edebé. Léanla con sus hijos.