Quizá
se trate de que, en el mundo en que vivimos, el sentido común se ha convertido
en una rara avis, o en una excentricidad, o en una marca de peligro (porque
denota el burbujeo de una inteligencia y una percepción independientes). De lo contrario,
no entiendo que los artículos de Javier Marías (tan impecables, tan
concienzudos, tan ecuánimes) puedan haber sido juzgados, más de una vez, como
obra de alguien torticero o incluso “fascista”. Hay que ser, en mi opinión, muy
malintencionado o muy mendrugo para adherirle esas etiquetas.
En
estas páginas, donde se recopilan los últimos (ay) artículos del gran escritor
madrileño, asistimos a un espectáculo inteligente, ponderado y lleno de
sensatez que, francamente, me subyuga. Hay sensatez cuando nos dice que el voto
no tiene que ser rígido, sino que en cada convocatoria electoral debemos pensar
en lo que han hecho los partidos durante la anterior legislatura; hay sensatez
cuando dice que ningún país debe pedir perdón por las iniquidades o crímenes
que cometieron hace siglos sus antepasados; hay sensatez cuando propugna votar
siempre a los partidos que aboguen por la cohesión de Europa, frente a quienes
la anhelan débil o inexistente; hay sensatez cuando se señala como lacra el
turismo masificado y esnob, que solamente desea hacer fotos y colgarlas en las
“cretinoides redes”; hay sensatez cuando subraya que las imposiciones sobre el
lenguaje que no se arroga la RAE sí que se las arrogan colectivos oportunistas
o presuntamente modernos; hay sensatez cuando recapitula las innumerables
ocasiones en que nuestros dirigentes políticos han disimulado, tergiversado o
directamente mentido (las hemerotecas lo demuestran); hay sensatez en indicar
que si nos privamos de hacer, decir, escribir o pintar porque alguien se pueda
sentir ofendido por nuestras palabras o acciones incurriríamos en la estupidez
de convertir una sensibilidad o capricho personal en una norma de conducta para
el resto del mundo; hay sensatez en mirar con recelo un mundo en el que tantos
se obstinan en montar incontables espectáculos que lo dejan “distorsionado por
las carnavaladas”; hay sensatez (y hastío) cuando, ante cada majadería emanada
del aburrimiento y de la moda (la “corrección política”, la “apropiación
cultural” y similares), declare que “es todo tan ridículo que da vergüenza
tener que hacerle frente”; hay sensatez (y aquí la prueba de fuego era
tremenda) en todos los artículos que publicó mientras el atroz panorama del
covid se extendía por el mundo; hay sensatez cuando se acuña que “desde hace
unas décadas se ha producido una inducida tontificación general y creciente de
la sociedad”; hay sensatez en la terrible y clarividente frase que dice que “la
creación de tarugos es un objetivo indisimulado de los políticos obtusos de
nuestro tiempo”.
En el apartado publicitario de la contraportada (inevitable, en nuestro mundo de mercadotecnia) se utiliza el adjetivo “incómodo” para referirse al libro. Pero esa etiqueta, lejos de perturbar a las personas inteligentes, debería estimularlas: lo incómodo suele ser un motivo de reflexión. Y cuando se nos sirve con una prosa tan espléndida como la de Javier Marías, más aún.
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