jueves, 30 de enero de 2025

Querida amiga

 


He leído poco, pero siempre con mucho agrado, a Marina Mayoral; así que era cuestión de tiempo que decidiera abordar otra de sus obras. Y lo he hecho con Querida amiga, una fascinante colección de relatos epistolares que publica el sello Alfaguara, traducidos del gallego por la propia escritora lucense. Como no podía ser menos, el resultado ha sido magnífico: una absorbente mezcla de prosa elegante, amenidad, buen humor, reflexiones notables sobre el alma humana y ciertos hilvanes que, de forma graciosa y hábil, unen algunos relatos entre sí.

Con un espléndido buen pulso narrativo, nos relata la historia de una montañesa guapetona que, pese a estar ennoviada con el hijo del capador, acaba casándose con un sargento de la guardia civil, sin que ese vínculo matrimonial ni los hijos derivados de él hayan logrado hacerle olvidar del todo a ese primer amor, que se grabó en lo más hondo de su pecho (historia que, de forma tan noble como respetuosa, completa el propio sargento, cuando le escribe a la autora para que tenga conocimiento de las dos versiones del relato, no solamente la de su mujer); y nos cuenta también el fascinante viaje temporal que experimentan dos jóvenes investigadoras que, mediante un experimento científico, terminan por regresar al año 1614, en el que conocen a Lope de Vega; o las zozobras que embargan a una narradora que, después de llevar a la práctica una idea estúpida, pierde la amistad de su mejor amiga; o la asombrosa convicción que atesora un doctorando acerca de la condición criminal de Fernán Caballero, a la que estima asesina de sus esposos, de forma consecutiva y secreta; o el amargo desequilibrio mental que aqueja a un conductor de autobús cuando, consciente de las desigualdades sociales que burbujean  en el mundo, adopta una decisión cruenta y aparatosa.

Pero no se preocupen: de ninguno de los relatos les he contado “lo mejor”, esa sorpresa llena de magia que todos contienen y que los vuelve inolvidables.

Espero que los disfruten.

martes, 28 de enero de 2025

El origen del mundo

 


Estamos en el año 1961, en la localidad de Castelnau, un pueblecillo perdido en medio de ninguna parte. Allí acaba de ser destinado, con apenas 20 años, un profesor de primaria quien, al llegar, queda enmudecido por la peculiaridad del entorno, que parece instalado en tiempos penumbrosos, ancestrales. Todo parece allí lúgubre y antiguo, creando en el protagonista un mal presagio (“Aquel pasado me pareció mi porvenir”, p.10), que tampoco mejora demasiado cuando tiene delante a sus alumnos: un grupo de niños con los pies embarrados, que a duras penas aprenden los rudimentos del idioma. Un tiempo más tarde, cuando acude al estanco local para comprar cigarrillos, conoce a la estanquera, Yvonne, una turbadora mujer de entre treinta y cuarenta años que le despierta un elevado índice de deseo (“Yo me asfixiaba de bestialidad”, p.27), que lo lleva a pasearse todos los días por los alrededores de Castelnau para hacerse el encontradizo con ella. Le da clase, entre otros, a Bernard, su hijo de siete años.

Con ese punto de partida, Pierre Michon plantea en El origen del mundo (que traduce María Teresa Gallego Urrutia para el sello Anagrama) un relato denso y, sobre todo, impregnado de un lirismo inquietante, en el que las pinceladas verbales nos conducen por igual a regiones sensuales y a regiones de zozobra, que parecen hurgar en nuestro interior para desazonarnos. Los personajes se mueven (o, mejor dicho, flotan inmóviles) en una densa neblina, en la cual los ojos escrutan con atención, pero no son capaces de definir los perfiles. Jean el Pescador, Hélène la posadera, el maduro guía Jeanjean, los niños que asisten al colegio, Bernard con su bicicleta… Todos se integran en un paisaje que participa por igual de la acuarela y de los sueños: sin contornos, sin exactitud, inquietantemente difusos. Y esa proeza literaria se traslada al ánimo de la persona que está leyendo, la cual percibe, línea a línea, la rareza imantada del texto.

Una prosa que merece (y necesita) toda la atención del mundo.

domingo, 26 de enero de 2025

El billete de 1.000.000 de libras

 


Dos hermanos sumamente excéntricos y adinerados entablan una apuesta sobre el modo en que actuaría una persona inteligente, honrada y pobre si, de pronto, recibiera un billete por valor de un millón de libras. ¿Podría sobrevivir, aunque le resultara imposible cambiar esa fortuna? ¿O, por el contrario, todas aquellas estrategias que idee para utilizar el billete lo condenarán a la desconfianza y el hambre? Esta situación, que al anonadado protagonista (Enrique Adams) se le antoja “un juego, un plan o un experimento” (p.24), comienza para su sorpresa cuando no le quieren cobrar en el sitio donde come, ni tampoco en el sitio donde adquiere un traje o en el hotel de Hanover Square donde se hospeda. Todos dan por hecho que, poseedor de ese billete, ha de ser un millonario excéntrico, al que conviene agasajar y del que procede fiarse. Incluso el embajador norteamericano (que es la nacionalidad que ostenta el narrador) lo invita a un suntuoso banquete, tras descubrir que fue amigo de juventud de su padre; allí conoce a la dulce señorita Langran, de la que se enamora instantáneamente. El protagonista, no obstante, mantiene la cabeza fría frente al enloquecido trato de sus semejantes (“Esto no era cobrar fama, sino simplemente notoriedad”, p.36). Y, como bien diría la sin par Mayra Gómez Kemp, hasta aquí puedo leer.

Con su gracia habitual, Mark Twain compone en esta novela corta (que leo en la traducción de Amando Lázaro Ros, en la editorial Menoscuarto) un relato donde se retrata estupendamente al género humano, capaz de todos los servilismos y de todas las hipocresías cuando se enfrenta al tema del dinero.

Revelador.

viernes, 24 de enero de 2025

La fraternidad de Eihwaz

 


Voy a comenzar este comentario recordando unas palabras de Julio Llamazares, quien afirmó en uno de sus libros que los lectores somos “amigos inseparables y necesarios de los escritores, pues es a ellos a quienes escribimos, aunque pensemos que estamos solos en el planeta mientras lo hacemos”. Esta frase me proporciona la excusa idónea para afirmar que, sin haberlo visto ni una sola vez en persona, ni haber hablado con él, yo me considero amigo de César Mallorquí. Y uso la palabra “amigo” con humildad, con un poco de bochorno y con mucha felicidad, porque lo leo desde hace años, lo admiro desde hace años; y desde hace años ha estado, sin saberlo, contándome historias con su voz de tinta. Solamente un amigo paciente y amable haría eso. Y créanme que para mí es un honor seguir sus obras desde aquí, desde el otro lado, desde el sillón anónimo y agradecido de mi casa.

En esta ocasión, he disfrutado de la historia (densa, intrigante, poliédrica) que se incluye en La fraternidad de Eihwaz, que podría haber sido (y hubiera resultado bastante) una novela sobre nazis nostálgicos, que se instalan en un pequeño pueblecito de la costa gallega para recuperar la asombrosa carga de un submarino hundido al final de la Segunda Guerra Mundial; pero que, lejos de conformarse con esa línea, incorpora otras igual de potentes y de espectaculares, como la existencia de un crómlech a través del cual personas y objetos viajan en el espacio y en el tiempo, permitiendo que varias historias circulen en paralelo, y de vez en cuando se crucen, se mezclen o colidan. Discúlpenme que no aporte más detalles. Sería como robarles a ustedes el placer de descubrir la magia por sí mismos.

Pero, por lo que más quieran, no dejen pasar esta obra: se van a encontrar, nada más abrirla, con el profesor Moisés Abravanel, que está siendo objeto de una implacable cacería humana; y lo verán esconder su bloc de notas; y luego conocerán a los adolescentes Óscar y Abril; y verán cómo llega al pueblo Dante Oberon, que dice ser sobrino de Abravanel; y si alzan la vista descubrirán, entre la niebla, la isla de Xas, donde la superstición de los pueblerinos afirma que habitan presencias fantasmales; y se sorprenderán al descubrir entre la maleza a un extraño salvaje que dispara flechas con puntería diabólica; y se les cortará la respiración cuando vean avanzar por el horizonte a unos soldados romanos; y sentirán su pulso alterado cuando desciendan por unas escaleras excavadas hace medio siglo, que conducen hasta… No, no, por favor. Dejen de tirarme de la lengua. Ya les he dicho más de lo que debía. Olvídenlo todo y háganse con la obra. Les doy mi palabra de que me lo van a agradecer. Están tardando.

jueves, 23 de enero de 2025

Primer nido

 


Después de cinco años sin leer a Diego Reche, ha querido el Destino poner en mis manos su trabajo poético Primer nido, editado por el sello Balduque en su bella colección Sudeste. Y recupero con gran alegría las emociones que me depararon sus anteriores páginas. Me gusta mucho su forma de escribir, la delicadeza con la que mira hacia el pasado, hacia las tardes de otoño, hacia los juegos infantiles, hacia los libros que quedaron sin terminar, hacia la imagen antigua de sus padres.

Gracias a la palabra (y a la forma sensible y eficaz con que el poeta la maneja), se va erigiendo ante nuestros ojos el mundo perdido del ayer. Nos habla de unos muebles que han quedado barnizados por los objetos que sobre ellos reposaron y que los convierten casi en viejos amigos (“El aparador”); ensaya composiciones que incluyen un delicadísimo homenaje a don Antonio Machado (“Infancia”); reflexiona sobre aquellas series televisivas que marcaron su niñez (“La casa de la pradera”); rememora momentos únicos de sus primeros años (“La salida del colegio”); sostiene entre las manos aquella fotografía con la que su padre congeló en el tiempo su imagen mientras jugaba (“Huella de luz”); tributa un homenaje a la docente que les leía versos de Garcilaso en clase, y que despertó en él la brisa poética (“Poema a mi profesora”); descubre en cierto juego ancestral la metáfora perfecta de la vida (“El juego de la oca”); o, en fin, se detiene a contarnos unas horas de lluvia que quedaron grabadas en su memoria.

“Lo que estos versos cuentan / es algo que no existe”, condensa en la página 33. Y con esa fórmula nos descubre la magia melancólica de sus versos: el pasado es la sustancia de la que estamos hechos, y la paradoja (la paradoja terrible) es que resulta imposible olvidarlo… pero también recuperarlo. Es y no está. Podemos volver a su seno si cerramos los ojos, aunque jamás volveremos a encontrarlo con ellos abiertos: los ancianos que conocimos ya no viven, las calles empedradas por las que corríamos ahora están recubiertas de asfalto, la morfología del pueblo ha cambiado, las calles se llaman de otra manera, y quienes jugaban con nosotros a la pelota o a tirar piedras ahora están calvos, gordos, miopes o la artritis los erosiona. Nos queda, como dijo Blas de Otero, la palabra. Y les puedo asegurar que las palabras de Diego Reche sirven (sirven muy bien) para recuperar algunas de aquellas sensaciones que todos (usted y yo) experimentamos en la niñez. Prueben y verán.

miércoles, 22 de enero de 2025

La vida en un hilo

 


Muy pocos dramaturgos podrían haber abordado el tema de esta comedia con la maestría con la que lo hace Edgar Neville, barajando naipes de humor y naipes de seriedad. Por eso, La vida en un hilo (la deliciosa pieza que me regalaron Kepa y Contxu estas Navidades) se lee con tanto agrado y deja tan buen poso en los ojos y en el corazón. La síntesis (injusta y boba, como todas las síntesis) podría hablarnos de una viuda reciente (Mercedes) que, golpeada aún por la vida de aburrimiento y provincianismo pacato que ha vivido junto a Ramón, su marido ingeniero, escucha de labios de una vecina que, si hubiera elegido a Miguel Ángel (al que conoció el mismo día que a su esposo) habría sido mucho más feliz, porque aquel chico (escultor alocado) era su complemento perfecto. Esa revelación sirve a Neville para plantearnos una acción duplicada, donde asistimos a escenas de la vida de Mercedes con Ramón… y a escenas posibles de Mercedes y Miguel Ángel (lo que fue y lo que pudo haber sido). Ese panorama bifronte dibuja dos mundos radicalmente opuestos: el de Ramón le deparó visitas rancias, conversaciones chatas, audiciones musicales insufribles, madrugones absurdos, mal gusto en la decoración y costumbres apolilladas e hipócritas; el de Miguel Ángel, en cambio, se muestra lleno de colores, improvisación, felicidad y diálogos surrealistas (donde Edgar Neville incrusta de continuo esas perlas humorísticas que tanto me gustan: “Ahora anochece en cuanto se hace de noche”. “¿Ha visto usted una cosa más fea que un pie? Parece que se ha muerto antes que nosotros”. “Este es el estudio de un escultor serio. Cuando hago la figura de una señorita, siempre pongo a su lado la figura de su madre”).

¿Se trata de una pieza simpática? Sin duda. ¿Se trata de una pieza frívola? Ni de lejos. Lo que el dramaturgo madrileño plantea, de fondo, es una interrogación profundamente cabal e inquietante: ¿cómo podemos estar seguros de que, a la hora de elegir, lo hicimos bien? ¿Había una dicha más elevada esperándonos y no fuimos capaces de verla? ¿Erramos al torcer por el sendero A, ignorantes de que el B nos hubiera conducido a lugares más esplendorosos? Muchas personas se niegan a formularse esas preguntas, por considerarlas inútiles. Pero la literatura nunca es inútil. Y Neville nos lanza su reto, con una sonrisa.

lunes, 20 de enero de 2025

Un lugar mejor

 


Cuando tengo que “explicar” por qué me gusta tantísimo un escritor (lo que me ocurre alguna vez al cabo del año) los dedos se me quedan congelados sobre las teclas. Y la causa es fácil de resumir: porque soy más lector que crítico. Puedo, evidentemente, condensar mi alborozo en un grupo de palabras, pero siempre que procedo de esa forma experimento un desagrado casi orgánico: mi corazón de lector se rebela y me recuerda que “explicar” es una extraña mezcla donde se funden los verbos “empobrecer” y “mentir”. Y que, además, no se puede explicar el deslumbramiento. Mi antiguo profesor Pepe Perona aseguraba (https://rubencastillo.blogspot.com/2022/09/espejos-de-una-biblioteca.html) que “el esplendor no se somete a votación. Existe”. Pues eso, ya está, no le demos más vueltas.

Ahora acabo de terminarme los cuentos espectaculares de Un lugar mejor, donde vuelvo a sentir una intensa fascinación, rayana con la embriaguez, por dos elementos. El primero, su precisión y su belleza formales (hay escritores cuya prosa es muy bella y otros cuya prosa es sumamente precisa: en el caso de Pedro Ugarte, lo fascinante es la conjunción armoniosa de ambos extremos); el segundo, la conmovedora hondura con la que analiza a sus personajes; es decir, a los seres humanos. Cada uno de estos relatos es una joya inolvidable y, todos juntos, el collar de Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes o el de Julia Roberts en Pretty Woman.

Les podría explicar también que, en sus páginas, van a encontrarse con familias erosionadas por la desgracia, con oficinistas mancillados por la grisura, con inquietantes y autoritarios millonarios británicos, con parejas sacrílegas, con gatitos inesperados, con hijos que consuelan a padres al borde del hundimiento, con grupos de amigos que se disuelven agónicamente. Pero, pensándolo mejor, es casi preferible no decirles nada más, porque les estaría facilitando “datos”, y lo que quisiera transmitir es otra cosa: que, volviendo a usar la frase de mi maestro Pepe Perona, los libros de Pedro Ugarte son esplendor. Y que, gracias a Dios, existen.


viernes, 17 de enero de 2025

Cuando se apagan las luces



Uno de los regalos que Papá Noel deslizó por la inexistente chimenea de nuestra casa fue la novela juvenil Cuando se apagan las luces, de Care Santos. Y vino a caer en el calcetín de mi hijo Álvaro, quien abrió de inmediato sus páginas y no la soltó hasta la noche. Esa lectura de un tirón, con las únicas pausas de la comida y la merienda, se resumió en un veredicto fervoroso: “Tienes que leértela, papi. Me encanta. Es buenísima”. Comprenderán ustedes que a un hijo dominado de tal forma por el entusiasmo hay que prestarle crédito, así que con ella me puse. Y, aunque el recorrido por sus capítulos no me supuso ninguna sorpresa (he leído muchos libros de Care), comparto la fascinación de mi hijo.

Buena manejadora de los resortes novelescos, y con un importante oficio a sus espaldas, la autora barcelonesa nos va llevando de la mano por una historia que, paulatinamente, se va llenando de intriga y de misterios. ¿Quién es el extraño chico al que un autobús escolar en viaje de estudios encuentra de noche en una gasolinera, aparentemente perdido? ¿Por qué contesta con evasivas cuando se le pregunta por la razón de encontrarse de madrugada en un sitio tan inhóspito? ¿Por qué lleva los bolsillos llenos de hojas secas? ¿Por qué olfatea como un animal las pertenencias de una de las alumnas? ¿Por qué, cuando el novio de la chica se dispone a golpearle, se apagan de pronto todas las luces del hostal y se declara un incendio? Dice llamarse Daniel López Sust, pero en el instituto del que afirma proceder (lo certifica por teléfono la jefa de estudios) no hay ningún alumno con ese nombre. Entonces, ¿quién es, en realidad, y qué pretende?

Una historia donde la fantasía, lo posible-imposible, los escalofríos y algunos temas cruciales para el mundo de la adolescencia (la música, la identidad sexual, la pertenencia al grupo) ocupan un importante lugar.

Regálensela a su joven lector o lectora. Se lo agradecerá.

miércoles, 15 de enero de 2025

Lo que me entregaste

 


El lector que tome entre sus manos este libro podría llegar a la conclusión (a mi juicio, errónea) de que Lo que me entregaste, última entrega poética de Pascual García, es solamente una prolongación o una repetición de Siempre domingo, su poemario anterior, porque el “asunto” del que trata es el mismo (el amor recuperado, tras casi medio siglo de separación, de su actual pareja). Pero yo, aunque puedo llegar a entender las líneas principales de ese razonamiento, no comparto la idea, porque juzgo que la continuación del amor constituye un tema diferente al amor mismo: supone que las emociones se aquilatan, se perfilan, se consolidan y se fortalecen conforme va pasando el tiempo, y eso añade a la idea principal una serie muy valiosa de matices. Si Siempre domingo admite la etiqueta de “amor recuperado”, Lo que me entregaste incorpora el fervor alegre de la continuidad, la consolidación del milagro, el tiempo y la esperanza.

Los poemas que, como mármoles, pavimentan este libro nos hablan de una dicha que se concentra en la pureza del ser, en la celebración gozosa de sus dos reunidos oficiantes. Por eso podríamos concluir que el tema nuclear de este volumen es el cántico de la luz diaria, de las siestas, de los dedos enlazados, de los paseos al sol, de los cuerpos desnudos sobre la cama. O, dicho de un modo más breve, el festejo del corazón, la celebración alborozada del hoy.

En ese sentido, como lector suyo y como amigo íntimo desde hace treinta años, la felicidad tendría que invadirme, y desde luego lo hace. Pero no voy a negar que dos detalles de la obra me han provocado una incómoda desazón: el primero proviene de la cita de Joan Margarit que Pascual utiliza como apertura para el tomo, donde nos habla de la forma en que la muerte araña las maderas de la puerta; el segundo anida en el título mismo del poemario, que no alude a “lo que me entregas” (lo que convertiría en un presente dilatado y feliz la recepción de la felicidad), sino a “lo que me entregaste” (donde el pretérito indefinido sugiere que la dación ya se encuentra terminada y el siguiente paso solamente pueda ser la melancolía o el recuento lánguido). Descontados esos dos puntos oscuros, que me gustaría discutir con el autor en presencia de nuestro hermano Luis y de tres cervezas, todo es poesía admirable, endecasílabos hermosos y ritmo de sencilla contundencia.

Si aman la belleza o la vida, háganse con este libro, sin dudarlo.

lunes, 13 de enero de 2025

Tú y yo

 


Gozosamente, una novela puede comenzar siendo (o mostrando, o pareciendo) una cosa y culminar de otra bien distinta. En esas ocasiones, el lector disfruta de un giro, de un punto de inflexión, de un quiebro, que le regala dos historias distintas, consecutivas o complementarias. Yo he tenido la suerte de encontrar en Tú y yo, de Niccolò Ammaniti, uno de esos libros, gracias a la traducción que Juan Manuel Salmerón realiza para el sello Anagrama.

Durante su primera mitad he ido conociendo a Lorenzo, un adolescente de familia adinerada, que vive pegado a las faldas de su madre (Arianna). Durante su etapa infantil ha conseguido “encajar” entre sus compañeros de colegio, fingiendo interés por el fútbol y participando de algunas actividades colectivas; pero cuando ha accedido a la enseñanza secundaria en un centro público se ha sentido en el infierno (con esa palabra lo define), contando los minutos que faltan para que toque el timbre de salida y siendo consciente de “que los amigos enseguida nos olvidan, que las chicas son malas y se ríen de nosotros, que el mundo de fuera no es más que lucha y violencia”. Tras generar una situación embarazosa (sus padres creen que ha sido invitado a pasar unos días en la nieve con sus compañeros de clase), Lorenzo se las ingenia para ocultarse en el sótano de la vivienda, donde se dispone a pasar una semana con los víveres que tiene a su disposición. Hasta aquí, como se puede observar, nos hallamos ante una historia neurótica, en la que se nos retrata a un personaje introvertido, que adora la soledad y el silencio.

Pero, de pronto, se presenta en dicho sótano un segundo personaje: su atractiva hermanastra Olivia. Para su sorpresa, la muchacha muestra un físico devastado, y pronto Lorenzo entenderá que se encuentra enganchada a las drogas y cercana a las llamaradas del síndrome de abstinencia. El chico comprende que no puede seguir dentro de su concha de forma inmisericorde: son hermanos por parte de padre; y ella necesita ayuda.

Con este interesante planteamiento dúplice, Ammaniti construye una historia muy sugestiva, llena de aciertos psicológicos, que nos invade con su prosa sencilla y convincente, donde no faltan escenas inolvidables (el encuentro entre Lorenzo y su abuela moribunda) ni tampoco pinceladas de humor o tristeza.

Me apunto el nombre del autor, para intentar repetir con otro de sus libros.

sábado, 11 de enero de 2025

La llave


 

Ya desde las primeras páginas se descubre que La llave (novela de Junichiro Tanizaki que traducen Keiko Takahashi y Jordi Fibla para el sello Siruela) plantea una situación tan curiosa como perturbadora: un marido de edad avanzada y salud quebradiza lleva un diario donde va anotando las zozobras sexuales con su esposa Ikuko, a la que desea ver completamente desnuda y de quien espera una conducta erótica algo más (mucho más) excitante. Para eso, no duda en ponerla a prueba dejando que el joven Kimura, candidato oficial a la mano de Toshiko, la hija de Ikuko, cene en su casa, mientras deja que la esposa tome más alcohol del habitual. Lo que no estaba previsto, en principio, es que Ikuko también estuviera escribiendo su propio diario, donde registra su paulatina claudicación ante el fogoso y atractivo Kimura. De tal modo que los lectores tenemos acceso a esa situación ambigua, sensual y atípica, contemplándola desde dos puntos de vista. Ese juego, tan indecoroso, alcanza extremos inesperados cuando descubrimos que tanto Ikuko como su marido están leyendo a escondidas el diario ajeno.

Juguetón en el planteamiento, Tanizaki va poco a poco desvelándonos sus cartas para conducirnos por un sendero ciertamente incómodo: el que nos lleva a convertirnos en cómplices indirectos de una trama en la que sentimos la fiebre del adulterio en nuestras propias mejillas. Tan sofocante como habilidoso.

jueves, 9 de enero de 2025

Pedro Salinas, una vida de novela

 


He leído, a veces, biografías prodigiosas (sobre Cervantes o Baroja). Y he leído, también, análisis críticos no menos brillantes (sobre Neruda o Borges). Pero la manera en que la profesora Monserrat Escartín funde aproximación biográfica y estudio literario en Pedro Salinas, una vida de novela (Cátedra, 2019) se me antoja de difícil superación. Qué increíble minucia, qué admirable amenidad, qué anonadante dominio de la materia que está tratando. En sus páginas, la figura (personal y literaria) del madrileño Pedro Salinas, decano de los poetas del 27, se va haciendo ante nuestros ojos, adquiere perfiles, se recorta, se llena de volumen y matices, brilla y se expande, porque, con singular inteligencia, la autora del texto nos sitúa en un panóptico privilegiado, desde el que podemos apreciar una ingente cantidad de informaciones sobre el autor de La voz a ti debida.

Nos habla de un hombre corpulento y amicísimo de los juguetes, durante toda su vida; buen aficionado a la comida, la bebida y los puros (de ahí su gran tendencia a engordar); de su fervoroso amor por el arte y los museos; de su condición de republicano convencido y antimonárquico absoluto; de su terrible miedo a la enfermedad y la muerte, de su enrevesada caligrafía (que convierte sus cartas y sus inéditos en un laberinto que exige titánicos esfuerzos de intelección); de su profunda admiración temprana por la tecnología, que luego fue perdiendo de un modo triste “porque la guerra ha envilecido la mecánica, usándola para la carnicería” (p.280); de la influencia que sobre él ejercieron Garcilaso de la Vega o El Quijote, cuyos rastros la profesora Monserrat Escartín analiza exhaustiva y convincentemente; de la complicada relación que siempre mantuvo con su hijo Jaime; de su esposa, Margarita Bonmatí, auténtico puntal en su vida, que siempre estuvo dispuesta a apoyarlo en su trayectoria literaria y a perdonar sus flaquezas eróticas; y, por supuesto, del célebre episodio sentimental que el poeta vivió desde 1932 con su joven discípula Katherine Prue Reding (Katherine Whitmore), en la cual el poeta se obstinaba en descubrir perfecciones físicas y espirituales que anidaban tal vez más en su mente que en la realidad. El desesperado intento de suicidio de Margarita el 27 de febrero de 1935 (se arrojó al río Tajo, aunque por suerte fue rescatada por un miembro de la Marina que se encontraba cerca) aceleró el proceso de ruptura con dicha amante, porque el poeta se veía incapaz de abandonar a su esposa e hijos para emprender una nueva vida. La autora del trabajo disecciona con gran finura el “amor doble” que sintió por su mujer y su amante en un párrafo tan breve como atinado: “No hay duda de que, hacia su esposa, don Pedro sintió un amor fraternal o confidente y, por Katherine, lo que el poeta llamó amor fue en gran parte enamoramiento, pasión y dependencia” (p.172).

Conviene también destacar la maravillosa sección del libro donde la profesora Escartín analiza los recursos retóricos y los juegos verbales de Salinas (pp.283-300), así como la forma en que nos resume los métodos de enseñanza del poeta, que intentaba dar a través de los textos las herramientas necesarias para que sus estudiantes se adentrasen en las obras y gustasen de ellas.

Y cómo no subrayar con entusiasmo el impagable enriquecimiento filológico que suponen los 143 inéditos que la profesora Monserrat Escartín ha descubierto del poeta madrileño (uno de los cuales permanecía inédito hasta la aparición de este volumen, y puede ser consultado entre sus páginas 399 y 400). O el completo y conmovedor aparato iconográfico que el tomo incorpora, con imágenes de Pedro Salinas, de sus hijos, esposa, amante, amigos, obras, manuscritos y lugares emblemáticos (españoles y norteamericanos), que nos ayudan a conocer los alrededores (las circunstancias orteguianas) de sus procesos vital y creativo.

Estamos ante un libro que persigue, en palabras de su autora, “acercarse a la interioridad del hombre para entender mejor su producción literaria” (p.17), pero que sin duda va más allá, erigiéndose en monumento de inexcusable consulta para todos aquellos que quieran conocer la literatura del 27.

miércoles, 8 de enero de 2025

En las nubes del alba

 


Ángel Paniagua (Plasencia, 1965) comenzó su andadura por el mundo editorial con su trabajo En las nubes del alba, un poemario lleno de intuiciones juveniles donde nos mostraba como un escritor que “devuelve mundo al mundo” (p.15) y que ha descubierto, temprana pero luminosamente, que “ser poeta / es buscarse, no buscar una poesía” (p.33). No hay en estas líneas (o yo, al menos, no soy capaz de detectarlas) vacilaciones, sino espléndidas muestras de equilibrio léxico y conceptual. El catálogo de homenajes que tributa (Juan Ramón Jiménez, Pedro García Montalvo, Luis Cernuda, Claudio Rodríguez) nos ofrece también la imagen de un poeta que se ha nutrido en múltiples veneros, y que ha sabido extraer de sus aguas la frescura más útil. A pesar de su juventud, ya mostraba la suficiente madurez como para interrogarse, no por la atinada elección de sus vocablos o por la música de sus estrofas, sino por su capacidad para ver de forma lírica (“¿He aprendido a mirar?”, p.23). Por detalles así se conoce a un poeta auténtico.

martes, 7 de enero de 2025

El retorno

 


Se llamaba Julia Gay y, durante el mes de marzo de 1938, se encontraba de visita en Barcelona. Allí la sorprendió un salvaje bombardeo que puso fin a su vida y que inauguró la leyenda de su memoria, caldeada continuamente por sus hijos, los hermanos Goytisolo. El poemario titulado El retorno, con el que un joven José Agustín se alzaba con un accésit del premio Adonáis en 1954, se abría con estas palabras: “A la que fue Julia Gay”.

Luego, en su interior, poemas breves como lágrimas, donde la figura evaporada de la madre se coagula en versos cortantes, sin apenas signos de puntuación, en los que flota un dolor que empapa y supura (se repite trece veces la palabra “muerte” en las escasas páginas del volumen). Encontramos allí al joven que evoca, sí, pero sobre todo al niño desorientado, que anota su orfandad y rescata hilachas emocionales de una figura que el horror le arrebató.

Fue el primer paso poético de un José Agustín Goytisolo que, con el paso de los años, se convertiría en pieza fundamental de la Generación del 50.

lunes, 6 de enero de 2025

El oriente y más relatos


 

Que un libro goce de la presentación de una carta de la académica Carmen Conde y de un prólogo de Dionisia García ya nos adelanta que tenemos que interesarnos por él: es imposible que dos figuras egregias se unan para bautizar una nadería. Y, en efecto, las veintiséis narraciones que pueden encontrarse (y degustarse) en el interior de El oriente y más relatos, de la maravillosa Marisa López Soria, son tan breves como deliciosas. Las ilustraciones de Isidro Juan Ferrer Soria ayudan también a la configuración de esa atmósfera imaginativa.

Marisa nos propone un chisporroteo de juegos visuales y de anécdotas sonrientes que te mantienen adherido a las líneas de la obra. Así, por ejemplo, nos dice que “los humanos tendréis entre ciento cincuenta y trescientas pestañas en el párpado superior y aproximadamente ciento treinta en el inferior” (p.35). Casi dan ganas de ponerse delante del espejo y constatar (si nos lo permite la risa) lo acertado o erróneo de dichas cifras. Pero que nadie se llame a engaño, esperando solamente cuentos amables, divertidos o infantiles: historias tan duras como la titulada “De corazón”, protagonizada por un cardiólogo en crisis que sufre una brutal paliza, vulneran ese estereotipo.

El lenguaje de la autora, siempre tan eficaz, es aquí asombrosamente sencillo y, a la vez, está cruzado por hallazgos estilísticos de primera magnitud, que permiten realizar lecturas con distintos niveles de profundidad. Es el privilegio de quienes escriben como los ángeles.

domingo, 5 de enero de 2025

Viacrucis

 


Gerardo Diego fue un magnífico poeta, que resultó perjudicado por la notoriedad (muy justa) de otros compañeros suyos del 27 y por el azar de las circunstancias políticas, que lo dejaron, años después, bastante fuera de juego. Ya se sabe que, en España, por regla general, si somos del Real Madrid no somos capaces de aceptar las grandezas del Barça, y viceversa: una cerrilidad que nos impele a desdeñar a “los otros” para que “el mío” (que, por supuesto es el bueno, porque mi gusto es exclusivo e infalible) ocupe a solas el trono, rodeado de incienso y sonido de trompetas. Pero yo, que fui alumno de Francisco Javier Díez de Revenga en la universidad de Murcia, supe valorar desde el principio la brillantez humilde de sus libros, ni tan populares como los de García Lorca, ni tan mitificados como los de Alberti, ni tan elitistas como los de Cernuda. Y en mi interés por seguirme acercando a sus versos acabo de recalar en las páginas de Viacrucis, un breve poemario religioso que cuando se compuso (en 1931) se encontraba a contracorriente de las temáticas de moda; y que lo sigue estando en este comienzo de 2025, cuando lo visito. Gerardo Diego era también consciente de esa particularidad, así que en el “Propósito” con el que abre el tomo admite que adentrarse por los caminos de la poesía religiosa, después de que el siglo XVII casi agotara el tema, resulta arriesgado; pero eso no le impide tentar ese sendero, eligiendo como vehículo estrófico la décima y mostrándose dispuesto a “guardar a la vez el decoro religioso y el poético”.

El resultado, en mi opinión, es un trabajo muy digno y muy sólido, donde fulge la palabra poética de un creyente que no disimula (ni tendría por qué) sus hondas palpitaciones católicas, y donde el dominio de léxico y ritmo son evidentes por parte del santanderino. Mi aplauso, por supuesto, lo tiene.

viernes, 3 de enero de 2025

La abadesa de Crewe

 


Desdichadamente, la actualidad nos ha habituado a recibir constantes noticias sobre casos de corrupción en gobiernos, empresas, instituciones o partidos: la persona poderosa que utiliza mecanismos fraudulentos para alcanzar la cúspide; el diputado venal, que accede a recibir sobornos o prebendas para decantar su voto; el responsable político (desde el concejal o el alcalde hasta el ministro) que está dispuesto a ver con buenos ojos ciertas concesiones millonarias a cambio de una suculenta comisión… Imagino que no resultará necesario que enumere más indignidades de este tipo, porque ustedes las conocen, por desgracia, igual que yo. Pero déjenme que los sorprenda, de la mano de Muriel Spark: imaginen que esas abominables prácticas ocurren en un entorno tan insospechado como una abadía femenina. Porque ese es el asunto central sobre el que se teje la historia de esta novela. En Crewe (situada en el condado inglés de Cheshire) se yergue una singular institución religiosa, dominada por la altiva y ambiciosa Alexandra, que ha ido creando en su seno una red inaudita de irregularidades: micrófonos que graban las conversaciones privadas de sus religiosas, cámaras que registran los movimientos y acciones de sus integrantes… Ese control omnímodo, que la gélida Alexandra ejerce con el auxilio de sus fieles Walburga y Mildred, comenzará a resquebrajarse cuando la rebelde Felicity, que optaba a ser también abadesa y que intuye que perdió las elecciones de forma injusta, por las añagazas torticeras de Alexandra, se alce contra esta y atraiga la atención de la prensa, de la televisión y de las autoridades eclesiásticas. Es verdad que ella tampoco es precisamente un ejemplo de virtud (ha estado manteniendo relaciones sexuales con un joven jesuita), pero consigue que el escándalo alcance dimensiones inquietantes.

Con esta novela-metáfora, que traduce Lucrecia Moreno de Saénz para Editorial Sudamericana, Muriel Spark (Edimburgo, 1918) nos propone una situación que, bajo su apariencia inofensiva, encubre pólvora a raudales, porque desenmascara la mezquindad que corre, “como un río de serpientes” (aprovecho el sintagma de Julio Cortázar), bajo la piel de nuestra sociedad. Tan sugerente como ácida.

jueves, 2 de enero de 2025

El tono y la duda

 


Releo con felicidad un viejo libro que Diego García López publicó con el sello Nausícaä hace veinte años con el título de El tono y la duda. Es un trabajo muy variado y ecléctico, en el que el poeta muleño se fortalecía en sus manejos de la asonancia y en los textos de dimensiones muy variables. Consciente de que su palabra lírica se ha hecho sólida y dúctil (las vacilaciones temerosas que parecen desprenderse del título se me figuran más retóricas que reales), el vate amplía su registro temático frente a sus obras anteriores y nos habla del paso del tiempo, de su casa, de los vencejos, de esos amigos altaneros que te arrojan su atención como quien lanza migajas a un mendigo, de los libros, del otoño, del amor, de la droga, de la política norteamericana, de Pablo Neruda… La voz musculada del poeta es capaz de expandirse (y de hecho lo hace) hacia territorios nuevos y, también en ocasiones, sorprendentes.

El hombre que ha versificado sobre el mundo de los toros (https://rubencastillo.blogspot.com/2020/06/region-volcanica-del-toro.html), que ha contemplado y convertido en literatura la más cálida y sencilla cotidianeidad (https://rubencastillo.blogspot.com/2019/12/de-la-misma-vida.html) o que se ha atrevido incluso con el arriesgado mundo de los sonetos (https://rubencastillo.blogspot.com/2019/11/el-hombre-y-la-palabra.html) elige este libro como pausa o cierre (eso lo dirá el futuro) de su producción.